“Uno trata de ser como escritor lo que es como lector”: entrevista con el escritor colombiano José Zuleta Ortiz

Por  Juan Alejandro Motato Soto

Vidas que aparentan ser insignificantes y, a veces, anónimas son la materia prima que despiertan la imaginación de José Zuleta Ortiz, escritor colombiano de 65 años que acaba de publicar Sol Bajo la Lluvia (Seix Barral), una selección de sus mejores relatos escritos a lo largo de cuatro décadas.

Este libro está conformado por 36 cuentos que exploran los deseos y la intimidad de personajes con vidas marginales: esas personas que uno “no sabe quiénes son ni de dónde vienen”, como las define Zuleta, pero que revelan pasados insólitos, atravesados por amores fugaces, anhelos frustrados y decisiones abruptas.

Sobre esta colección, el crítico colombiano Juan Gustavo Cobo Borda señaló que los relatos del también autor de Una versión de los hechos (Seix Barral, 2024) “se leen con gusto y conservan una unidad que atrapa, están bien construidos, son creíbles y directos, y al mismo tiempo tienen una sutil poesía y un sobrio grado de intimidad que sorprenden desde la primera página”.

Hijo del filósofo colombiano Estanislao Zuleta, a cuya memoria dedica este libro con motivo de los 90 años de su natalicio, reconoce en su padre la primera gran influencia de su vida: “Uno trata de ser como escritor lo que es como lector”, afirma, recordando aquellas lecturas que lo guiaron a encontrar la pasión por la literatura.

Consolidado en la narrativa y la poesía, Zuleta es autor de varios poemarios, cinco libros de cuentos y una novela autobiográfica que le mereció el Premio Nacional de Literatura en 2022. Pero su aporte va más allá de su propia obra: ha formado escritores en talleres como Libertad Bajo Palabra, dirigido a internos en 21 cárceles de Colombia, y es fundador del Festival Internacional Oiga, Mire, Lea, así como de las revistas Poesía Clave y Odradek.

En diálogo con Semanario Punk, José Zuleta habla sobre su nuevo libro, el oficio del escritor y aquellos cuentistas que más lo marcaron. Además, comparte otra de sus pasiones en la vida: el ajedrez, un deporte que soñó practicar como Gran Maestro durante su juventud, pero que terminó encontrando un lugar inesperado en los hábitos de sus personajes.

¿Qué criterio guió la selección de estos cuentos y cómo decidió cuáles dejar por fuera?

Aquí hay una selección de cinco libros de cuentos que escribí. El primer cuento va a cumplir 40 años; lo escribí en 1985: es La sonrisa trocada, que trata sobre la muerte de mi abuelo. Entonces, de ahí para acá es que es la muestra. La selección la hicimos con Camilo Jiménez, el editor del libro, y tiene como propósito mostrar la trayectoria desde el primero hasta los últimos, con el fin de que el lector vea también un camino: el camino por el cual ese cuentista hizo su trabajo. Elegimos los que creemos que son los mejores. El problema es que publicarlos todos daría un volumen muy grande, como 700 páginas; entonces están un poquito menos de la mitad de los que he escrito. Hay cosas que a uno le duele que no estén, pero el mundo es así y, de pronto, más adelante o póstumamente alguien los recogerá a todos y los publicará.

En sus cuentos aparece una atracción por los mundos marginales y los personajes anónimos. ¿De dónde surge ese interés?

A mí me interesan los mundos marginales. Los clubes de ajedrez, los ambientes del ajedrez, han sido muy marginales. Eran sitios, como dicen los españoles, medio cutres. Eran lugares a los que llegaban personajes rarísimos. Eso me llama mucho la atención: esos personajes de los que uno no sabe quiénes son ni de dónde vienen, esos clubes donde había personas que llegaban cuando abrían y se iban cuando los cerraban. Estaban todo el día allí y no tenían una vida fuera de eso; el ajedrez era un refugio para huir de algo. Además, trabajé 15 años en las cárceles del país haciendo talleres de literatura, y me llamaban mucho la atención estas personas y sus historias. Esos mundos que parecen oscuros, pero en los que también hay luz, me gusta indagar por esas luces en la oscuridad. También me gusta mucho leer autores que tuvieron vidas marginales, como Joseph Roth o Erri de Luca, quienes tuvieron vidas en las que hicieron de todo. Charles Bukowski, un poco, aunque no me gusta de él que lo volvió un negocio y que también hizo de su vida una novela. Ahí desconfío un poco, aunque sé que era un hombre marginal y que tuvo una vida dura, especialmente por esa novela llamada La senda del perdedor. Pero hay otros escritores y escritoras que tuvieron vidas muy marginales y lograron hacer obras preciosas. Fiódor Dostoyevski es uno de ellos, pero hay cientos en todas las épocas, y de los poetas ni hablar… Edgar Allan Poe, por ejemplo, me parece un personaje muy interesante.

Sobre el ajedrez en su vida y obra…

Toda la vida me ha gustado. Uno de mis héroes juveniles era Mikhail Tal, un jugador muy imaginativo y valiente que tomaba muchos riesgos y que, a pesar de ellos, tenía una fortaleza que lo llevó a ser campeón del mundo. Quien ha sido ajedrecista sabe que esto es algo que no se puede dejar de llevar como herencia. Es como el que ha sido músico; eso queda dentro de uno, es un compañero muy interesante, un amigo en la soledad. También sirve para relacionarse con la gente. Cuando he viajado, por ejemplo, buscaba clubes o veía gente jugando en parques en algunos países. El ajedrez también es una manera de relacionarse con la gente.

¿Qué significa para usted la literatura, teniendo en cuenta su experiencia en cárceles y el contacto con personas que encontraron en ella una forma de transformar sus vidas?

La literatura es una forma de interpretarse, de interpretar la vida y de darle sentido, por más dolorosa que haya sido. Cuando tuve esa experiencia en las cárceles, me di cuenta de que había personas con historias muy duras, infancias violentas y pérdidas familiares, y eran personas con la necesidad de contar eso. Al contarlo, podían afirmar un lugar: “yo soy esto, no soy nada, pero soy esto”. Eso habla muy claramente de lo que es la literatura, me parece. La literatura es una búsqueda personal, una forma de relación, de interpretar el mundo y de contarlo, y eso es lo que yo he tratado de hacer.

En su caso, ¿cómo surge un cuento? ¿A partir de una escena, un tema que le interesa o una técnica que quiere explorar?

No, son historias que se le imponen a uno, por los recuerdos, porque uno recuerda algo que quiere contar. Uno termina contando cosas que sucedieron y que quiere trabajar literariamente, que son parte de la experiencia propia. Otras veces son cosas que uno oye y le parece que ahí hay un cuento, pero no tienen que ser extraordinarias. Pueden ser anodinas, pero tienen algo hermoso, algo que muestra un rasgo humano, que nos revela algo de un modo y que uno quiere explorar. Entonces uno se sienta a escribir. Yo escribo mucho desde mi propia experiencia, y hay mucho fondo autobiográfico en lo que hago. Pero, desde luego, le aplico la imaginación y termina muy lejos de lo que pasó, aunque a veces me gusta partir de ahí.

¿Cuáles han sido esos referentes en el cuento que han sido una guía en su trayectoria como cuentista?

A mí me gusta mucho Chéjov, en los clásicos. También Maupassant. Me gustan mucho los cuentos de Hemingway, Faulkner, Truman Capote, Flannery O’Connor, Carson McCullers. Esos cuentistas me han enseñado cosas, los admiro mucho. En el ámbito latinoamericano, Julio Ramón Ribeyro; los de Juan Rulfo en El Llano en llamas, los cuentos de Onetti y de Felisberto Hernández. En Colombia me gustan algunos cuentistas, por ejemplo Esther Fleisacher, y una escritora joven llamada Andrea Mejía. De los que más me gustan es Tomás González; para mí es el cuentista que más aprecio en Colombia de los que siguen vivos. Por otro lado, Clarice Lispector es tal vez alguien a quien uno aspiraría a llegar a hacer un cuento como los que ella fue capaz de escribir.

¿Qué papel juega la poesía en su escritura y cómo se conecta con la narrativa?

Pues es que la poesía no es un género aparte; es una herramienta del escritor. Yo creo que la poesía es la capacidad de hacer metáforas, de jugar con el lenguaje y tomar riesgos con él. Eso lo hacen los buenos narradores. A mí me gusta mucho leer poesía, la leo y también he intentado escribirla, porque creo que esa es la vanguardia. En ella uno encuentra cosas que ayudan muchísimo: primero a comprender el mundo, a apreciarlo, a valorar el lenguaje y ver todo lo que se puede hacer con él. Entonces, para un narrador, la poesía es una herramienta básica.

¿Cómo ve hoy la forma en que se aprecia la poesía en Colombia, comparado con antes?

Yo creo que la poesía se lee mucho. Lo que pasa es que, aunque no es un género comercial, tiene otras maneras de moverse. Se ha aprovechado de las redes y de internet; hay muchísimas revistas de poesía en línea y poetas que publican en sus propias páginas. La poesía tiene algo que no tiene la narrativa: es que permite, por su extensión, este tipo de lectura en voz alta que a mucha gente le gusta. Yo diría que está viviendo un buen momento y no creo que se estimara mejor antes que ahora. Lo que pasa es que hay tanta oferta cultural que pasa desapercibida, pero los que sabemos dónde está, la encontramos. Yo creo que es más activa que el cuento, por ejemplo. En Colombia se publican más libros de poesía que de cuento, aunque a veces no tengamos conciencia de ello porque no es tan visible.

¿Cómo ve hoy en día el oficio del escritor, comparado con cuando empezó su camino literario?

Lo que he notado es que cada vez hay más escritores y escritoras. Sobre todo, en los últimos 10 años he visto una explosión de nombres, autores, editoriales independientes y revistas. Hay una especie de atomización del mundo de la literatura en este medio, en Colombia. No sé en otros países porque no estoy muy enterado, pero me parece que internet y todo lo que produjo YouTube y las redes han sido un detonante para eso. Paralelamente, desde hace unos 10 o 15 años, las universidades han empezado a ofrecer programas de escritura creativa, de modo que se terminó volviendo una profesionalización. Estoy hablando de Colombia. En el extranjero, Carver estuvo en uno de esos cursos en los años sesenta. En Colombia esto tiene unos 15 años de historia; ahora ya hay doctorados, todas las universidades están ofreciendo cursos y produciendo una gran cantidad de escritores, porque muchos trabajos de grado son libros, novelas o libros de cuentos. Tengo un amigo que dice: “¿Quién prendió esta crispetera?” Uno cada día oye dos, tres, cuatro, cinco nombres nuevos y ve que salió esta o este novelista… Eso me tiene muy desconcertado. No sé qué va a pasar con eso en el futuro, no sé si habrá tantos lectores. Hay gente que dice que hay más autores que lectores, y se hacen muchos chistes alrededor de este fenómeno, pero es real. Por ejemplo, en un concurso de cuentos del que fui jurado llegaron 800 relatos. Ahí es donde uno dice: “¿Hay 800 cuentistas en Colombia?” Impresionante. Otro día vi que llegaron 640 novelas a un premio, cuando hace años apenas llegaban veinte manuscritos.