Por Gabriela Núñez
En el año de 1548 se construyó la primera obra hidráulica en el continente americano, La Laguna de Yuriria. Ubicada al Sur del Bajío, en el estado de Guanajuato y como su nombre lo dice perteneciente al municipio de Yuriria, se mandó construir por el fraile Agustino Diego de Chávez y Alvarado con el propósito de desviar las aguas del Río Lerma. Este cuerpo de agua abarca aproximadamente de 80 km² y tiene una capacidad de 188 hm³. Este proyecto no solo respondió a las necesidades de irrigación y control hídrico del municipio sino que despertó el interés económico y cultural de la región. Fue así que en el año 2004, fue nombrado como sitio Ramsar debido a su importancia como humedal a nivel internacional.
Durante las últimas décadas, la creciente contaminación y la infestación por lirio acuático han provocado una disminución de su capacidad al 10%. Esto, a su vez, ha provocado la restricción de luz y el paso de oxígeno matando a los peces y afectando directamente a pescadores y lancheros, quiénes viven del comercio y el turismo en la región.
Los diversos esfuerzos por rescatar la Laguna de Yuriria han estado enfocados en el control del lirio: fumigaciones, control biológico y trituración. Desde jornaleros que lo hacen día a día manualmente, hasta la contratación de grandes máquinas o de expertos en el tema. El problema continúa, derivado a su vez del paso de aguas residuales sin tratar de los municipios aledaños Moroleón, Uriangato, Valle de Santiago y Salvatierra. La lógica presupuestal dice: No vivo ahí, no es mi problema. Sin embargo, la lógica social afecta a todos, desde distintas plagas y moscos hasta el aumento del índice delictivo en la región.
A pesar de los distintos esfuerzos por salvaguardar la economía regional, cada vez resulta más insostenible mantener la fuerza productiva de quiénes trabajan en la pesca. Desde la creación de un malecón interminable que prometía la acaparación turística hasta la inauguración de un centro gastronómico cuyos locatarios no obtuvieron ganancias de la inversión.
La pregunta es evidente, ¿Cómo podemos generar estrategias efectivas que ayuden al combate de esta plaga?
Propongo cuatro ejes fundamentales:
Primero, repensar la Laguna como un bien común. La restauración de los espacios compartidos son expresiones de cuidado, resistencia e imaginación de quiénes habitan un mismo espacio. Nos invita a rediseñar no para la eficacia, sino para la empatía de las comunidades.
Segundo, la construcción de un propósito compartido. Proponer desde los diferentes sectores, escuchando la voz de todos los involucrados, no solo de aquellos que tienen un poder político o económico sino de quiénes la transitan día a día.
Tercero, el principio de la reciprocidad. La reciprocidad es un dar sin perder y un tomar sin quitar. La base de una sociedad parte de que sea justa y sostenible, pero también sustentable. Es decir que, exista un equilibrio entre lo que se obtiene del entorno y lo que se le devuelve a él.
Cuarto, la resignificación de los espacios desde la educación. Es necesario resignificar la La Laguna como un bien común desde los espacios educativos básicos: preescolar, primaria y secundaria. Solo así lograremos crear un sentimiento de pertenencia y revalorización de nuestros espacios como la solución más efectiva a largo plazo.
Este texto es una invitación a repensar la Laguna como nuestra. A entender que su cuidado no recae únicamente en quienes la habitan, sino también en quienes la disfrutan. Solo juntos podremos devolverle su valor, su vida y su dignidad.