Por Margot Cortázar
Esperé unos diez años, o quizá más, para tener una entrevista cara a cara con Harold Torres. Nos topamos varias veces en toquines de rock, en premieres de cine, en alfombras rojas, en festivales e incluso un día en un parque. Pero supongo que solo yo registré mentalmente el 90% de esos encuentros, porque la mayoría ocurrieron mientras yo ejercía mi labor de periodista. Aunque siempre me acerqué a saludarlo y él siempre respondió con muchísima amabilidad, empezó a identificarme dentro de su círculo de conocidos mucho más tarde de lo que me habría gustado.
Harold me parece uno de los actores mexicanos más talentosos y respetables que tenemos, sobre todo en el mundo del cine. Me encantaría verlo en una versión teatral; incluso creo que su particular tono de voz sería ideal para el doblaje.
En estos días, el algoritmo de mis redes sociales me bombardeó con anuncios sobre Gringo Hunters, la nueva serie de Netflix donde Harold protagoniza a Nico, un comandante de una unidad policial de élite encargada de atrapar a fugitivos criminales estadounidenses que se refugian en México. Esta unidad especial colabora con las autoridades gringas para devolverlos a su país y que cumplan sus condenas. La historia está inspirada en hechos reales y en un artículo del Washington Post que describe el trabajo de esta unidad. Según el reportaje, esta división realmente existe y colabora activamente con las autoridades estadounidenses.
La promoción de la serie explotó en nuestro país. En su primer fin de semana, estuvo entre lo más visto de la plataforma. El marketing me ganó y vi la serie de un tirón, un sábado. Desde el primer capítulo, le escribí a Harold para pedirle una entrevista.
La serie me gustó. Hay un trabajo meticuloso en la producción. No caricaturiza a los policías, y un rasgo notable —que se nota muy pensado desde el guion— es que muestra a los personajes desde una mirada sensible y particular. Son tridimensionales: lloran, ríen, buscan el amor, se frustran, se enorgullecen, tienen miedo, son valientes, vulnerables, enojados, sensibles. Vemos a policías tomar buenas y malas decisiones, personajes con un sistema de valores muy mexicano.
Como en ocasiones anteriores, Harold respondió amablemente y acordamos la entrevista. Este fue el momento perfecto para acercarme a conocer al actor… y, con algo de suerte, al ser humano.
Nos encontramos en la librería Rosario Castellanos. Primero, porque es el lugar de entrevistas habitual de este semanario; y segundo, porque las librerías están entre mis sitios favoritos: espacios perfectos para leer, escribir, pensar, cuestionarme o simplemente estar en silencio. Son, como las bibliotecas, refugios donde todo se aquieta.
Más que saber sobre sus personajes o su preparación actoral, quería comprobar si todo lo que sabía de él —y lo que me habían dicho los amigos que tenemos en común— coincidía con la versión que iba a conocer. Me daba miedo descubrir una imagen que rompiera con la que había imaginado.
Llegué mucho antes. Adelantarme me da una sensación de control. Estaba nerviosa pero feliz. Él llegó de sorpresa, puntual: diez minutos antes de las doce. En segundos, su personalidad se apoderó del espacio. Me saludó con calidez y empezó a mover la cámara de video de un lado a otro. Parecía el dueño de la entrevista, buscando la mejor luz. Sudé. Pensé: “fallé como cineasta”. Eso activó a mi señora regañona interior, que me reclamó no haber elegido un mejor ángulo. Sus movimientos seguros y rápidos me hicieron pensar que esto saldría mal.
Pero de pronto se detuvo, me sonrió en medio de la librería, y ese gesto atravesó el nerviosismo. Entendí que me estaba ayudando. Fue amable y profesional. Tal vez me notó tensa. No recuerdo si le di las gracias, pero sí tengo muy presente el instante en que ambos comenzamos a leernos: una sonrisa compartida, una mirada tranquila. Se sintió como ese momento justo después de un concierto, cuando te encienden las luces, y sabes que la pasaste increíble. Esa mezcla de calma y alivio nos envolvió. Fue un microsegundo de conexión genuina, el tipo de chispa que anticipa que una entrevista saldrá muy bien.
A partir de ahí, el tiempo se diluyó. El pequeño domo invisible de confianza convirtió los sillones incómodos en el espacio ideal para una de las charlas más largas, hermosas e interesantes que he tenido este año.
Hablamos de Gringo Hunters, de cómo construye sus personajes, de sus procesos de investigación, de su papel como Nico, y de cómo escoge sus proyectos:
“Hay varias cosas que suceden en un proyecto que influyen en la decisión de estar o no. Durante muchos años intenté participar en buenos proyectos, con buenos personajes, con directores que admiro, compañeros con los que me interesa trabajar o casas productoras que respeto.
Pero después comencé a pensar más en lo que dicen las películas, o en lo que yo creo que dicen. He tratado de participar en películas que, aunque no reflejen al 100% el discurso en el que creo, estén cerca. A veces he dicho que no simplemente porque no quiero hacer eso en ese momento.
Me ofrecieron un gran personaje en una película excelente, pero pasaba por un proceso muy oscuro, y yo venía de hacer algo que me había dejado emocionalmente exhausto. Le propuse al director otro personaje, pero no se pudo porque no coincidía físicamente conmigo.”
La plática fluía como un tejido hecho a mano: con soltura, pero con cuidado. Le pregunté por algo que noto siempre en su trabajo: el uso de la voz. Su tono es una herramienta potente, y sabe imprimirle distintas cadencias y acentos a sus personajes. En Gringo Hunters, el acento norteño refuerza la personalidad de Nico.
“Tuvimos un entrenador de acento. Yo no diría que Nico tiene un acento específico de Tijuana, sino del norte en general. Es difícil mantener un tono constante en una serie larga, pero intentamos que fuera natural.
En Silent Night, por ejemplo, hice la película por trabajar con John Woo. Fue muy complicado. No tenía diálogos. El trabajo fue completamente corporal. Grité en una escena, pero fue recortada. Solo Catalina, la actriz, dice una línea.
Yo batallé con mi voz al llegar a la CDMX. Me decían que tenía un acento raro. A veces siento que mi tono es infantil. Me recomendaron trabajarla mucho en la escuela. A veces me esfuerzo por abrir más la boca, me acuerdo de mis clases de canto, pongo más atención. Trabajé con actores británicos que tienen un dominio brutal del aparato fonador. Me canso mucho proyectando para teatro. Supongo que estoy más amalgamado con la cámara.”
Y añadió: “Soy más feliz en pláticas íntimas que en fiestas. Me cuesta convivir, me saturo. Hay gente que sale de esos ambientes con energía. Yo, al revés. Disfruto mucho estar solo, me nutre.”
Ahí, la entrevista se transformó en charla. El Harold actor desapareció y surgió otro Harold, relajado y sonriente. El lenguaje corporal cambió. La cámara quedó atrás. Hablamos de éxito, filosofía de vida, redes sociales, exposición pública. La conversación fluyó como un río sereno de verano.
Discutimos la especialización forzada que impone la sociedad, los caminos laborales y creativos, las presiones económicas. Reflexionamos sobre el trabajo como sustento, y la necesidad de encontrar momentos que nos den otro tipo de satisfacción.
“A veces no estoy tan convencido de lo que pienso. Cada fin de proyecto es un nuevo comenzar. Cuestionarme me ha ayudado a cambiar o matizar mis ideas.”
La conversación giró en torno a lo que nutre el espíritu. Tocamos temas como la soledad, la autoexigencia, la creatividad. Me habló de cómo durante rodajes no puede leer ni ver películas como quisiera, porque está mentalmente absorbido. Pero cuando no filma, vuelve a leer, a tocar instrumentos, a caminar en el bosque, a reconectar.
“La lectura es un diálogo con otros seres lejanos. La música me nutre muchísimo. Me inspiran autores, personajes inteligentes que usan su mente para romper el sistema, como en Catch Me If You Can. Me gusta leer sobre cárceles, manicomios, como decía Foucault. Son lugares que reflejan a la sociedad.”
Hablamos de cine, de anime, de los contrastes de lo emocional. De cómo un creador de películas gore escucha pop, y uno que hace cine amable, escucha metal. De cómo se deja tocar por la música, incluso si es dolorosa, como un disco de Adán Jodorowsky que no podía dejar de escuchar en París.
Una de sus respuestas que más me marcó surgió al hablar del escenario de Gringo Hunters: la frontera. Tijuana. Esa mezcla cultural, esa tensión. Reflexionamos sobre la migración, la trata, las fallas estructurales del país. Terminamos hablando de todo lo que nos mueve, de lo que nos enoja, de lo que nos importa.
Y entonces la entrevista terminó. Sin darnos cuenta.
Éramos solo dos personas compartiendo un sistema de valores, hablando de lo que realmente nos importa. Descubrimos que somos muy hermanos de nuestros hermanos, que compartimos una manera peculiar de habitar el mundo.
Aunque quisiera contar más de esa charla, sé que podría volverse irrelevante para el lector. Porque en algún punto dejamos de hablar de la serie. Y lo que quedó fue otra cosa.
Solo puedo decir que Harold, como persona, es exactamente como me dijeron. Transparente. Y se lo agradezco.
Quisiera recomendar Gringo Hunters no solo como una serie donde se mezclan acción, misterio, amor, comedia y hechos reales con un guion sólido y personajes complejos, sino también como una ventana para reflexionar sobre temas profundos: justicia, corrupción, lealtad, migración, pertenencia, madurez, amor, libertad, conciencia y compromiso.
Gringo Hunters está en Netflix. Es de esas series que vale la pena ver de corrido, un fin de semana.