“Compro Playboy por los artículos”: Una vez entrevisté al editor de entrevistas

Por Arturo J. Flores

Compro Playboy por los artículos. Si me dieran un peso cada vez que lo escucho, me compraría un elefante, igual que Bart Simpson. Este 2025 cumplo 17 años trabajando para la marca del Conejito. Primero como Jefe de Redacción y desde 2013, como Editor en Jefe. Me tocó atestiguar muchas cosas: desde la desaparición del desnudo hasta su regreso, además del escándalo que desató la primera portada queer con Ezra Miller, y la extinción de la revista impresa  en papel.

Poca gente sabe que, de acuerdo con un estudio interno, después de la Playmate, lo que los lectores más recuerdan (o así solía ser en los tiempos en que podías llevarla bajo el brazo) es la Entrevista Playboy. El inventario de personajes —desde los Beatles hasta Fidel Castro— que ha desfilado por la sección, es memorable. 

En gran parte, a la Entrevista Playboy se le debe la construcción del mito: Compro Playboy por los artículos.

En 2013, cuando me nombraron editor, viajé por primera vez a las oficinas centrales, que entonces se ubicaban en Beverly Hills. Exploré la Mansión, disfruté de un menú preparado por el Chef Carter, el cocinero personal de Hefner, y estreché la mano de Cooper, el hijo del fundador que también fungía como director creativo. 

Los detalles del viaje me los reservo para una futura crónica.

Lo que quiero contar es que esa vez sostuve una larga conversación con Steve Randall, quien entonces ostentaba el título de Editor de Entrevistas. Podría decirse que estuve delante del responsable de la curaduría de esos artículos por los que muchísimas personas dicen que leían Playboy. Existía. No era un mito.

Hace poco me encontré con la grabación de aquella charla, que permaneció extraviada durante muchos años en mi casa. Me pareció interesante compartirla.

Un ejército de escritores matones

Encontré a Randall tumbado en un sillón de su despacho. Se había quitado los zapatos y llevaba la camisa blanca arremangada. Aunque le faltaba el habano —obviamente estaba prohibido fumar en las oficinas de Playboy—, sus canas remataban el cliché periodístico de viejo lobo de mar. Pensé en el señor Jameson, el neurótico director del Clarín que torturaba al joven Peter Parker.

Le hice notar que tenía una videocasetera VHS.

—Sí, ha viajado conmigo desde hace años. Hace tiempo nos enviaban press kits en VHS, pero después comenzaron a hacerlo en DVD, así que ahora tengo los dos formatos. La VHS ya es parte de la decoración; es más sencillo cuidarla que una planta.

Su despacho estaba lleno de libros. Destacaban los volúmenes que él mismo compiló sobre las mejores Entrevistas Playboy. Dos meses después de nuestra charla me hizo llegar los cinco a México: el de los comediantes, el de los directores de cine y el de los activistas, entre otros.

—Cuando me dijeron que me reuniría con el Editor de Entrevistas de Playboy me llamó muchísimo la atención, porque en México tenemos un Editor para toda la revista.

—Bueno, hago mucho más que eso, aunque editar la Entrevista Playboy es lo que consume la mayor parte de mi tiempo. Trabajo aquí hace 32 años y, desde hace 20 o 22, edito la Entrevista. También soy editor de las 20 Preguntas (la segunda sección de charlas en Playboy), las reseñas de libros y algunos artículos de largo aliento. Además me encargo de las columnas, como la de James Franco.

En resumen: sí, delante de mí estaba el culpable de que la gente repita que lee Playboy por sus artículos… aunque muy pocos puedan recordar alguno.

Lo cierto es que la pieza cuenta con cierta reputación en el medio periodístico —o la tenía, al menos, por aquellos años—. Randall me presumió que la reciente entrevista con la escritora ganadora del Emmy, Lena Dunham (autora de la serie Girls, de HBO), obtuvo más de 380 millones de menciones en otros medios de comunicación —después de todo, ¡alguien lee los artículos de Playboy!— y que la Entrevista Playboy con John Mayer superó el billón.

Faltaba tiempo para que la redacción SEO, los algoritmos y la inteligencia artificial tomaran por asalto nuestras preferencias de consumo y hábitos de lectura. En ese momento tenía lugar la conversación entre dos periodistas de la vieja escuela.

—¿Quién decide a quién entrevistar? —le pregunté.

—Entre Jimmy (Jellinek, el entonces editor general de Playboy) y yo. A veces estamos de acuerdo; otras, no. Pero Jimmy es una máquina de producir ideas. La diferencia fundamental entre ambas secciones es que la Entrevista Playboy es como una cena abundante, rica en ingredientes, y las 20 Preguntas es la entrada para que prepares tu paladar.

Randall no era quien ejecutaba las entrevistas. Funcionaba como un jefe de matones que contaba con un equipo de sicarios de la pluma: colaboradores externos con grandes conexiones en el mundo del entretenimiento, la cultura, el deporte y la política.

Su talento radica en saber a quién ordenar que apriete el gatillo.

La filosofía de colocar el pie en la puerta

Repudio a las oficinas de relaciones públicas. Nunca lo he ocultado. Son mis némesis, los enemigos a quienes declaro la guerra. Las oficinas de prensa existen para sofocar al buen periodismo: deciden agendas, tiempos, espacios; pretenden silenciar preguntas, palomear cuestionarios, aprobar o decapitar textos. 

Han reducido las entrevistas a meras citas de dentista, una tras otra —carruseles, les llaman—, en sesiones vigiladas de 15 minutos.

El Editor de Entrevistas de Playboy no puede estar más de acuerdo conmigo:

—Son un dolor de huevos —suelta a bocajarro—. Tengo que invertir una hora o más de mi tiempo hablando con publicistas todos los días.

Pero el periodismo, como la vida —y como en Jurassic Park—, siempre se abre paso.

—Cuando celebramos los 50 años de Playboy, queríamos tener a Jack Nicholson, un personaje famoso por no conceder entrevistas. Con mucho trabajo conseguimos que nos diera dos horas. Pero aceptamos con la firme condición de colocar un pie en la puerta para obtener más. Soy un férreo creyente de la filosofía de poner un pie en la puerta.

Randall saborea las anécdotas con la delectación de un cazador que presume las cabezas de alce encima de su chimenea.

—Envié a David Sheff, uno de los mejores entrevistadores —si no el mejor— de este país. Cuando se cumplieron las dos horas, el asistente de Jack entró en su estudio y le dijo: “Tu siguiente cita ya está aquí”. Pero Jack le respondió: “No te preocupes, la estoy pasando muy bien”, y al final David y él conversaron por más de cinco horas. El secreto es hacerle saber a un entrevistado que no perderá su tiempo respondiendo a preguntas estúpidas. El 90% de las veces siempre nos dan más tiempo del que originalmente tendríamos.

—¿Ha habido quien diga que no? ¿Alguna entrevista que te hayas quedado con ganas de concretar? —pregunté.

—Nunca hemos tenido a Jodie Foster, porque nadie se atreve a preguntarle si es lesbiana, lo cual iría contra nuestros principios de no dejar preguntas fuera. No tengo problema con que ella responda: “Vete a la chingada, eso no te incumbe”, pero no toleraría que alguien nos diga qué cosas preguntar y qué no. A mis escritores les exijo que me presenten un cuestionario con 100 preguntas antes de enviarlos a realizar una.

—En México pasa mucho que piden ver el texto, ¿les sucede en Estados Unidos? —insistí.

—David Geffen advirtió que quería tener la transcripción de su entrevista antes de publicarla, así que le dije: “Eres muy rico, cómprate una grabadora y puedes tener registro de la charla; si te tergiversamos, tendrás con qué demostrarlo”.

—¿Les muestras la entrevista antes de publicarla?

—Nunca. Hay publicistas que lo solicitan y les digo: si no se la mostré a Ben Affleck, ¿por qué lo haría contigo?

Randall me contó que tenía a una persona en Santa Mónica dedicada a realizar cada transcripción de la Entrevista Playboy. Cada grabación podía llegar a tener hasta 80,000 palabras, lo cual representaba muchas horas de trabajo. Además, clasificaba los documentos de forma que permitiera cotejar cada declaración.

En 2025 yo utilicé inteligencia artificial para transcribir esta vieja conversación: me la entregó en menos de un minuto.

Así han cambiado las cosas.

12 años en busca de Indiana Jones

Para los periodistas —y puede ser que para algunos lectores—, lo que pasa sucede de las entrevistas resulta muy interesante. Se parece al behind the scenes de las películas o los datos de trivia que sirven para animar una noche de cervezas.

Randall me compartió algunos. De entrada, me confesó que prefería entrevistar gente mayor que gente joven y, por sobre todo, que detesta conversar con estrellas de rock.

—Justin Timberlake fue la excepción, un chico muy listo. También John Mayer.

Pese a ello, le encantaría tener a Bruce Springsteen. También a Steven Spielberg, Leonardo DiCaprio y Bill Clinton. Hasta ese momento no lo había conseguido.

—Los deportistas son pésimos hablando; la mayoría apenas tiene 21 años. Lo mismo me pasa con las figuras de la música que están de moda. Son jóvenes y no han vivido lo suficiente. Creo que Matt Damon fue una excepción: fue brillante desde muy joven y un lector voraz. Podías hablar con él de cine, de política o de cualquier cosa.

La esperanza es lo último que muere. Randall me dijo que le costó 12 años de negociaciones conseguir a Harrison Ford. En promedio —calculaba—, de cada 200 pitchesconseguía cerrar a 10 personajes.

—Nadie invierte tanto tiempo como yo en ser rechazado.

Curiosamente, hasta Playboy Alemania había conseguido entrevistar a Hugh Hefner antes que Randall. Él quería lograr una conversación con el fundador de Playboy junto con su hijo y heredero, Cooper, pero la muerte del hombre de la bata de satín se adelantó a sus planes.

Otro caso memorable fue el del artista plástico Ai Weiwei, con quien Playboy conversó en China mientras se encontraba en arresto domiciliario.

A los fundadores de Google, Serguéi Brin y Larry Page, se les fue la lengua cuando les tocó platicar con la revista del Conejito. Tanto que parte de sus declaraciones fueron mencionadas en los tribunales. Esa vez, hasta un jurado compró Playboy por sus artículos.

También Tobey Maguire se sintió tan en confianza que habló de más. Le confesó a su entrevistador que batallaba con el alcoholismo. Su mánager acusó a la revista de haber utilizado una declaración realizada off the record. Pero gracias a la transcriptora de Santa Mónica se demostró que la frase fue pronunciada durante la charla. Touché.

Pero Randall también era duro con sus escritores tanto como los publicistas. Al que envió a conversar con el presentador ultraconservador de Fox, Sean Hannity, le tuvo que llamar la atención cuando leyó su transcripción.

—Le reclamé que aquello no era una entrevista, sino un debate. Se nota que no te cae bien Hannity y te portaste como un imbécil con él. ¡Quiero que la gente recuerde sus respuestas, no tus preguntas!

—¿Dirías que existen preguntas prohibidas?

—Sí, las preguntas que se responden con un sí o un no. Cosas como “¿Te gustó trabajar con Sean Connery?”. Necesito que las preguntas se planteen de manera que se respondan con una anécdota, no con una opinión. Deberíamos pasar por tantos temas que, al final, el lector sienta que se fue a cenar y a tomar unas copas con Clive Davis o Steven Colbert.

Dicho de otro modo: que compren Playboy por los artículos.

Por lo menos a mí me sucedió con Steve Randall.

De regreso a México dije: tengo que contar esta historia. Y me tardé 12 años