Lo que suponía iba a ser una cita romántica, terminó en una mezcla de tristeza, dolor e incomprensión, y es que, el que tu pareja te cocine, debe ser algo único, al menos para mí, cocinar es uno de los lenguajes del amor más íntimos, así tenía que ser esa noche, así debíamos coronar el esplendor de un día en Chapultepec.
Llegué por la mañana al bosque y ahí estaba ella, esperando en la entrada de los leones, con unos pantalones de mezclilla y una de esas playeras destazadas de alguna banda de rock que no recuerdo, su cabello suelto y ondulado, lo negro de sus ojos y el cliché del carmín en su boca coronaban a su pequeña pero salvaje estatura. Después de un abrazo y un beso bien plantado, iniciamos el recorrido sin rumbo, nos echamos una nieve de mango y unas papas, pues el presupuesto no era muy abundante y era lo más que podíamos comprar, pero la felicidad era algo que aminoraba tanto el hambre, como el calor. Le seguimos la caminata hasta llegar a constituyentes, donde continuamos el paso para dirigirnos a su casa.
Lo cierto es que el amor te vuelve faquir y caminante incansable, pues después de unas horas, el hambre, sed y hastío comenzaban a asomarse, pero me contando hasta el millón continue el camino.
Llegamos a su casa y la división entre cuarto y cocina era mediante unas escaleras, la tarde se pintaba de negro, así que ella decidió emprender la comitiva de cocinar pasta y echarnos un vinito cartonero, me senté en la sala esperando con paciencia pues ella había decidido preparar todo.
Mesa con velas, una noche estrellada para lo que permite la ciudad, vino en vasos de plástico y la pasta recién terminada aderezaban una noche espectacular, sin embargo; hubo algo con lo que no contábamos, y es que su madre hizo acto de presencia, en un acto violento y con tufo alcohólico, arremetió contra ella, aventando platos, vasos y la mesa, diciendo que todo ese espectáculo era ridículo. Me quedé paralizado por la escena, pues la madre era un pulpo que tiraba vasos, tazas, platos, la alacena completa desfiló por el aire, reventando vidrios, macetas y cualquier cosa que se atravesara. Las lágrimas de furia en sus ojos, la sangre escurriendo de sus manos, ella sacándome lo más pronto posible para pedirme que me fuera a mi casa, que me evitara el resto del espectáculo, que por eso no podía estar conmigo, pues su vida era un verdadero desmadre, que su familia era la cosa mas disfuncional del cosmos y que ella estaba inmersa en el paquete, que me fuera y que no regresara nunca, que la vida entre nosotros era demasiado contrastante.
Mis oídos zumbaron de la impresión, y por más que insistí en quedarme, terminé con rumbo a observatorio, tomé el metro y me dirigí hacia mi casa, con la ilusión rota, con el amargo de no poder haber ayudado en nada, con el vacío de pensar que el amor tiene sus limites y con la derrota acuestas de algo que pensé que en verdad funcionaría.