Por: Juan Alejandro Motato Soto

¿Dónde encontrar refugio ante el vértigo colectivo que permea nuestra realidad? Esa es una de las sensaciones que deja la lectura de Huir al presente (Seix Barral), el nuevo libro de Melba Escobar. En estas páginas, la escritora colombiana reúne columnas escritas a lo largo de ocho años que transitan entre lo íntimo y lo social, invitando al lector a contemplar de forma crítica la época en que vivimos.
Con una escritura sensata y directa, la autora de Las huérfanas (2024) se detiene en escenas cotidianas para transformarlas en preguntas sobre la vida en común. A lo largo de 80 ensayos breves, explora temas como el género, el duelo, la polarización política, la comunicación en tiempos de redes y el oficio de ser escritora.
“¿En qué momentos llegamos a este consenso de que hay que sonreír como parte de una estrategia existencial? ¿Por qué es tan fácil sentirse ‘buenos’ por apoyar una causa? ¿Cómo gobernar para colectivos con ideas irreconciliables?” Con interrogantes como estos, Escobar propone un espacio de pausa frente a la inmediatez y los juicios apresurados.
Conversamos con ella sobre las ideas detrás de este libro y sobre lo que han encontrado sus lectores en estas páginas que, según la bióloga colombiana Brigitte Baptiste, se sienten como “ir viajando en un tren de alta velocidad y mirar el paisaje por la ventana”.

¿Cómo fue el proceso de compilar las columnas que conforman Huir al presente?
Este es un libro que forma parte de un ejercicio que llevo 15 años haciendo: escribir columnas. Siento que es un oficio que he perfeccionado con el tiempo. En los últimos ocho años, que son los que aparecen compilados, he buscado partir de la experiencia, de esas vivencias compartidas cuando hacemos parte de la misma ciudad, del mismo país o momento histórico. Son como fotografías de situaciones que nos invitan a reflexionar sobre género, distopías y futuros posibles. También es una búsqueda de luces entre sombras. Lo que le da agilidad al libro es que son columnas de tres páginas, y cada una te sumerge en momentos muy distintos, pero que podemos compartir como latinoamericanos. En ese sentido, es una lectura pensada para los tiempos de las redes sociales, porque puedes entrar y salir de él las veces que quieras o necesites, y leerlo en orden o en desorden.
¿Cómo decidió qué textos privilegiar? ¿Los más periodísticos o los más literarios?, teniendo en cuenta que todos conservan ese tono reflexivo…
Siempre me ha interesado esa línea tan delgada entre lo literario y lo periodístico que tiene el periodismo narrativo. Me gusta explorar lo que podemos compartir como humanidad en un momento determinado. Estos textos abordan esa situación compartida. Como decía Brigitte Baptiste en la presentación, es como ir viajando en un tren de alta velocidad y mirar el paisaje por la ventana. Ese comentario me gustó mucho porque expresa bien lo que es este libro: estamos todos en el mismo tren, viajando juntos. Es una exploración de lo que nos hace comunidad. En la opinión pública, las columnas periodísticas, políticas o económicas suelen ser mucho más coyunturales. Este libro, en cambio, se acerca más a un libro de ensayos, porque la curaduría se enfocó en textos con una vida más larga. No hablan de nombramientos ni de coyuntura, sino de experiencias que llevan a reflexiones más profundas y duraderas. Un lector me dijo que a esa imagen del tren le agregaría que uno viaja en distintos vagones: a veces parece que vas en primera clase y otras veces colgando de la baranda a punto de caer. Me pareció muy acertado, porque para mí la experiencia siempre ha sido una herramienta fundamental de escritura, vista desde muchos ángulos. Hay textos con una tribuna privilegiada, en un escenario de lujo, y otros que se sumergen en la entraña de la calle, en la dureza y la necesidad. La idea es permitirle al lector hacer toda esa clase de viajes.
¿Cómo cree que estas columnas dialogan con los cambios del entorno mediático y la forma en que hoy leemos en redes sociales?
Creo que este es un nuevo formato, porque aunque nacen de columnas de opinión, van más allá: son casi ensayos sobre la cotidianidad, la realidad, lo que compartimos, pero en versión corta. Un sobrino me decía que este libro le rompió su bloqueo de lectura: no estaba leyendo nada, pero pudo leerlo muy bien porque puedes sumergirte en tres páginas y luego pasar a otra cosa. Cada tres páginas entras en un mundo nuevo. Eso lo hace muy dinámico y ajustado a la lógica de las redes sociales. Podrían ser como trinos de otra época: no de 240 caracteres, sino de 2,800. Eso le da mucha flexibilidad al lector.
¿Cómo conviven los contrastes (temores y esperanzas, inocencia y crueldad) y al mismo tiempo se mantiene un espacio de reflexión distinto al de la polarización de las redes sociales?
Creo que el problema de las redes sociales es que se han vuelto un espacio de polarización, colonizado por los extremos y por los violentos, lo que deja muy poco lugar para una conversación pública más saludable y constructiva. Siendo escritora, tengo una gran obsesión con la palabra, con la reflexión y con la experiencia. Lo que he querido es compartir todo desde un lugar que abra la conversación. Este libro es un lugar de conversación. Justo eso es lo que no encontramos muchas veces en las redes: un espacio para pensar en frío qué está pasando y cómo nos sentimos frente a ello. Allí parece que solo hubiera hinchas de fútbol o barras bravas, cada quien defendiendo su equipo y atacando al contrario. En cambio, en este libro no soy hincha de nada ni de nadie. Me declaro de centro y me desinteresa esa violencia que ha tomado el debate público. Creo que si recuperamos espacios para conversar, podremos sentirnos mucho más acompañados en este mundo tan frenético.
¿En qué sentido escribir columnas, con sus limitaciones de espacio y tiempo, le ha permitido abordar temas de una manera distinta a la ficción?
Sí, creo que este ejercicio de escribir con limitaciones muy determinadas, como tener que mandar el texto el domingo antes de las 12 y con un máximo de 3,800 caracteres, ayuda mucho a pulir el oficio. Uno empieza a tener una relación casi vital con él: estás siempre en tu cabeza rumiando de qué vas a hablar, qué vas a decir, cómo lo vas a hacer. Para mí la escritura es una forma de entrar en conversación con los demás. Así como las redes sociales son también un espacio de diálogo sobre lo que vivimos, este libro busca invitar a una conversación entre sus lectores a partir de esas instantáneas de realidad que representan temores y esperanzas que todos hemos sentido en estos años.
¿Qué perspectiva le da vivir en otro país sobre esas instantáneas de realidad que retrata?
Vivo en España desde hace cuatro años y, sin embargo, estoy muy presente en Colombia. Este año es la tercera vez que vengo: en enero estuve en el Hay Festival, después en la Feria del Libro y ahora de nuevo. Lo que siento es que la vitalidad que hay aquí no la encuentras en ninguna parte. Hablo de Bogotá, pero también de cualquier ciudad latinoamericana: el frenesí, la locura de hacer cualquier cosa por sobrevivir y luchar, es algo que allá se añora. La gran paradoja es que, si bien en España hay bienestar y seguridad, muchas veces falta esa templanza y fuerza de lucha que tenemos acá. Estar lejos me permite hacer un balance distinto, mirar en perspectiva y valorar cosas que, viviendo acá, a veces nos cuesta más trabajo apreciar. Por ejemplo, cuando estoy en Bogotá, me quedo en la Candelaria y salgo por la Séptima: alguien te ofrece una báscula para pesarse a cambio de unas monedas, siempre hay quien vende paraguas en cuanto empieza a llover, o incluso hay competencias de cuis, esos marranitos de Guinea, en las que la gente apuesta. Esa inventiva, esa imaginación, esa capacidad de encontrar soluciones para salir adelante es algo que no siempre valoramos. El bienestar que uno ve en Europa es envidiable en muchos sentidos, pero también limita, de alguna forma, esa capacidad inventiva.
¿Y cómo se conecta esto con el título del libro: Huir al presente?
Creo que es curioso, porque se supone que ya estamos muy inmersos en el instante. En teoría eso hacen Twitter, TikTok o lo que sea: mantenernos bombardeados de información y discusiones. Pero, al mismo tiempo, estamos escapando a través de todo eso; no nos permitimos una reflexión sosegada, real y acompañada, solidaria entre todos, sobre lo que nos pasa en el presente. Ese “huir al presente” es hundir la cabeza y mirar de verdad, en aguas profundas: qué pasa, cómo nos sentimos. No dejar que todo sea un bombardeo en el que cada quien lanza, despotrica, opina y, minutos después, cambia de opinión.
¿Con qué criterio elegió las columnas de esta selección para que trascendieran el “presente” en que fueron escritas? ¿Qué dicen sus lectores al respecto?
Lo primero fue escoger textos con mayor duración en el tiempo. Lo pienso como un fotógrafo: toma 500 fotos y al final hay 20 que considera memorables, que merecen cierta posteridad. Aquí fue similar. Debe haber más de 400 columnas que he escrito y publicado, y esta selección reúne 80. El criterio fue, por un lado, la calidad; por otro, que perduraran en el tiempo, que permitieran reflexionar más allá del instante, aunque nazcan de un instante preciso, como en la fotografía: un instante que deja un mensaje que puede durar y expandirse en su significado. Por ejemplo, había muchas maneras de organizar el libro. Como dije antes, está dividido por temas: diosas y palabras, duelos, women power, distopía, luz entre sombras, en fin. Ese fue el criterio que usamos con una colega que me ayudó, Dominique Rodríguez, aunque podrían haberse usado otros. Hay lectores que me han dicho que siempre miran la fecha antes de leer la columna, porque quieren saber primero en qué momento estoy escribiendo. Este libro no está organizado de manera lineal, sino temática, así que puedes encontrarte una escena del 2016 junto a otra del 2024. A mí me interesa ese viaje no lineal, con otros criterios donde la cronología no lo es todo. Estamos acostumbrados a que todo siga un orden temporal, pero aquí no: cada columna invita a reflexionar sobre un tema distinto. Es una temporalidad distinta. No es lo mismo leer algo que se escribió ayer y que el periódico publica hoy, porque el periódico está hecho para morir al día siguiente. En cambio, este ejercicio buscó rescatar lo que puede perdurar dentro de lo perecedero. Eso me pareció muy bonito: reflexionar sobre qué nos deja la inmediatez, porque a veces los destellos de lucidez nacen justo de eso, de lo que ves, escuchas o vives en un momento dado. Esos registros quedan aquí en Huir al presente.
¿Cuál de los capítulos fue el más difícil de escribir y por qué?
Digamos que el capítulo con un trabajo más premeditado es Mis respetos. Es un capítulo donde hago un homenaje a personas que considero han hecho un aporte fundamental a la humanidad. Hay distintas personalidades, muchos de ellos escritores, pero también otros perfiles. En ese sentido, es más un ejercicio académico riguroso de revisar biografías, hecho en frío, a diferencia de los demás, que suelen ser mucho más viscerales y primitivos. Entonces, este resulta un poco distinto y quizás menos en caliente.
En el capítulo Women Power hablas de los retos de ser mujer, mamá y escritora. ¿Qué tan distinto es escribir sobre esas experiencias frente a hacerlo desde la ficción?
Sí, yo creo que la gran diferencia con la pregunta que me hacías antes, sobre escribir ficción, es que en la ficción uno es un dios todopoderoso que controla las escenas, los personajes, las tramas. Uno decide qué dicen, qué hacen, cuándo mueren, qué enfermedad les da, todo eso. En cambio, aquí es un ejercicio distinto. Yo siento que esto es casi como un diario: un diario donde trabajo mucho la reflexión y el pensamiento crítico, buscando una orilla creativa y leyendo el presente sin bajarme de ese tren. En ese sentido, hay una honestidad mucho más grande y es un trabajo más frío que el que puede haber en la novela o el cuento.
¿Cuáles son esas escritoras contemporáneas que hoy son una referencia para usted?
Ahora es un momento muy afortunado para la literatura y, en particular, para la literatura femenina. Creo que están pasando cosas extraordinarias. Empezando por Han Kang, la premio Nobel coreana, que es extraordinaria y, pues, es una mujer. En Latinoamérica está Gabriela Cabezón Cámara, argentina, que me encanta; también Samanta Schweblin y Mariana Enriquez, que siempre marcan la pauta. Ahora hay unas ecuatorianas fabulosas, también como Brenda Navarro y María Fernanda Ampuero. Está la argentina Dolores Reyes, autora de Cometierra, y la mexicana Fernanda Melchor. Siento que hay una sensación muy bonita de colegaje amistoso que tal vez antes no se sentía tanto. La rivalidad y la competencia siempre existen, pero ahora hay más la sensación de que estamos abriendo un espacio. Hay más lugar para las mujeres escritoras a nivel editorial, nos están leyendo más, y eso es optimista y prometedor. Porque todavía hay una gran brecha entre la literatura escrita a lo largo de la historia por hombres y la escrita por mujeres, y creo que estamos haciendo un gran trabajo tratando de cerrarla. En mi caso particular, lo que pasa es que cada vez leo más mujeres, también porque en mi formación había un vacío enorme. Estudié literatura y, en cuatro años de carrera, nunca leí mujeres. Siempre los autores eran Dostoievski, Balzac, Flaubert… extraordinarios, sin duda, no tengo ningún reproche, pero en esa omisión de lo femenino había también una omisión de la representación que una podía sentir. Era como si, para poder ser escritor, hubiera que haber nacido hombre. Por eso creo que representarnos, vernos a nosotras mismas y escribir es un ejercicio que se hace con todo el cuerpo. Es algo que va mucho más allá del pensamiento, es una manera de habitar el mundo. Estamos buscando conquistar ese territorio donde antes estábamos invisibilizadas.
¿Cuáles son algunos de esos grandes nombres de escritoras que no llegó a leer en la universidad, pero que después sí fueron clave para su voz como autora?
Por ejemplo, Clarice Lispector, la brasileña, me parece una escritora extraordinaria. Una que siempre he seguido, y que fue la única que leímos en la universidad, es Virginia Woolf. Más actuales, españolas como Carmen Martín Gaite. De las anglófonas hay muchas que me gustan mucho: está Daphne du Maurier, está Shirley Jackson, toda esa época del terror gótico, que hoy está teniendo un gran resurgimiento con autoras como Mariana Enriquez. Ella le da un trato a la intimidad desde lo psicológico, lo denso y lo complejo. Siento que ese territorio siempre ha sido muy de lo femenino, pero antes no se le daba la importancia que hoy sabemos darle, que merece y que tiene: el espacio de la cotidianidad y todo lo que se esconde detrás.
Más allá de lo que implica publicar un libro, ¿qué cosas cotidianas le recuerdan o le reafirman el sentido de por qué escribe?
Yo creo que escribir es una manera de darle sentido al sinsentido en que vivimos de forma permanente, una manera de buscar coherencia en lo incoherente. Para mí ya es la única manera de existir; necesito hacerlo como un ejercicio de organizar el caos, y siento que a todos nos viene bien. No digo que todos tengamos que publicar libros, pero sí creo que el ejercicio de la escritura nos permite una mirada más sosegada y más atenta de la realidad.