Bejuco Lechoso: el poder de la paciencia


Por Karla Paola Aguilar Herreros

El martes pasado asistí a la segunda clase de Qi Gong. Esta práctica tradicional, con raíces en la medicina, la filosofía y las artes marciales chinas, es un sistema que combina movimientos lentos coordinados, respiración profunda y concentración mental. También conocido como Chi Kung, es una meditación en movimiento que sirve para cultivar y equilibrar la energía vital del cuerpo; tanto física, como mental y espiritualmente. Esto no es propaganda, es una crónica real. 

Los nombres de los ejercicios me parecen bellísimos por su dimensión poética, aún a riesgo de sonar algo cursis… Estimulan la imaginación y recuerdan la importancia de conectar con el cuerpo y verdaderamente agradecerle por todo lo que nos permite experimentar. No basta con pensar que, como una máquina, funciona según nuestros caprichos y demandas. 

En la primera clase aprendí que el movimiento “Dos peces cuelgan de la pagoda” sirve al páncreas; y que el movimiento del Oso, estimula todo el sistema digestivo. Aunque sin duda los nombres que más me gustan son: “Paseo agradable por el bosque de los libros”, “Caballo viejo descansa en el establo” y “Dos dragones vuelan en la habitación”. La gracia de su vuelo salvaje me atrapa. 

El maestro me transmite serenidad en ese flujo en el que se deja llevar con determinación y confianza. De vez en vez, hace comentarios con los que se resta importancia personal y reímos con él y de él. O al menos eso me parece a mí, que suelo apegarme tanto a delirios cotidianos y viejos rencores. Me digo a mi misma, ya suéltalo, pero a veces estos se aferran como si de chinches se tratarán. Así que moverme despacio y respirar me trae una tranquilidad que, paradójicamente, sé que tantos buscamos con la fiereza bestial que nos caracteriza sobre todo, a la gente del fuego.

El lunes antes de la segunda clase, leí que el planeta de la guerra entraría en el signo de Escorpio. Internamente sentí cómo una energía fluctuaba entre el deseo de novedad y lo disruptivo familiar. El plan de ir al bosque surge espontáneamente después de reunirnos temprano para la clase de Qi Gong. Hace casi un mes llegué a vivir a este pueblo al cual todavía no me acostumbro por completo pero del que quizá, ya gozo de los beneficios que jamás alcanzaré a devolver con mi pequeña existencia de escarabajo pelotero. No es pesimismo, ni victimismo, es principio de realidad. 

Cuando despierto miro los cerros a través del marco azul de la ventana, a veces con niebla, otros días con el cielo completamente despejado y el sol radiante… A veces llegan unos pájaros amarillos a comer los frutos rojos que brillan en el árbol pulpo. Schefflera actinophylla. Produce una sombra densa y a veces germina en otra planta, después de que las raíces llegan al suelo, comienza a estrangular a su árbol huésped. ¿Te imaginas ser estrangulado por la fuerza de un árbol pulpo?

Después de la sesión de Qi Gong vamos a desayunar al Kua Kafé. Nos encontramos ahí con un amigo de Abel. En su casa no había luz y por salir con prisas, olvidó el paquete que tenía que entregar en el centro de Amatlán. Nos invita entonces a acompañarlo. Ofrece llevarnos a un mirador que se encuentra cerca de su casa, desde donde se puede ver todo el pueblo. Gustosos aceptamos la invitación.

Mientras caminamos nos encontramos con que el agua ha subido en dos senderos, y en lugar de tierra unos riachuelos corren tranquilos. Me llama la atención cómo cada quien “resuelve” la mejor manera de cruzar. Abel camina hacia arriba buscando un sendero con menos agua para saltar de piedra en piedra. Luis camina hacia abajo buscando sin éxito, lo mismo. Nadia simplemente se quita los zapatos y cruza. Yo la imito, retiro mis zapatos y cruzo también. Es agradable sentir las piedras y el agua fría en mis pies desnudos. Cuando llegamos al otro lado le platico a Nadia que un alacrán me picó en el brazo izquierdo hace unos días, justo donde tengo tatuado uno con aguijón en flor. Ella ríe y me dice que es parte de llegar al pueblo; a unos nos pican insectos, otros se enferman y demás experiencias “extrañas” suceden a otros. Se trata de una especie de bienvenida al territorio, o te ajustas o te expulsa.

Pienso que, en ocasiones, el veneno también puede funcionar como medicina, y que ese evento “desafortunado” saliendo de casa, en el que sentí un fuerte ardor mientras me ponía la camisa por tremendo alacrán güero que se escondía en una de las mangas, me llevó a conocer a una de mis vecinas. Ella me hizo el favor de llevarme en su pick up roja al centro de salud de Tepoztlán, y también me hizo compañía mientras esperaba en observación. Anay usa una playera de Spiderman, me cuenta que fue un regalo y que le parecía algo “masculina”. Yo la asocio con una araña saltarina audaz que fotografíe esa mañana que fuimos al bosque. Phidippus audaxCazadoras solitarias y rápidas, con una visión excelente que les ayuda a detectar a sus presas y depredadores. 

Un día antes del “desafortunado” evento con el alacrán, mis vecinos celebraron el primer año de la sobrina de Anay. Me cuenta que la bebé le recuerda a su abuela, y me confiesa cómo a ella le hubiera gustado nacer en petate, así como su abuela parió a sus trece hijos. Le pregunto si se refiere a que los había tenido con partera tradicional. Me aclara que no fue así, los tuvo sola, en cuclillas sobre el petate, ella misma cortaba el cordón umbilical con un cuchillo y solo necesitó ayuda para que uno no se le muriera. Me sorprendo mucho. Visualizo a la señora fuerte, sin endulzar la escena, confiando en la sabiduría de su cuerpo ensangrentado, pariendo a los suyos con más experiencia cada vez que llegaba uno nuevo al mundo. Conocimiento ancestral, sin certificados. Agradezco ser confidente de una historia tan hermosa y casi olvidada como tantas otras por un sistema educativo y médico patriarcal que nos enseña a desconfiar de nuestro instinto e intuición, y que por mandato “divino”, se nos inculca a parir con dolor, acostadas, en habitaciones frías y a manos de algún extraño que prefiere hacer césarea antes que perderse el pago de otro parto programado.

Recuerdo entonces a Mami Nela, que tuvo a mi madre con partera, allá en un pueblo Yaqui de Sonora. Recuerdo también la historia de cómo llegué a este mundo, recibida por las manos de fuego de mi padre cirujano-partero y que, seguramente, en su propio adoctrinamiento misógino, también programó tantos partos como si de meros oficios se tratarán, y no de mujeres que traían seres que merecían tiempo y espacio suficiente para nacer con paciencia y dignidad. Me pregunto cuántos conocimientos femeninos siguen siendo menospreciados y perseguidos, incluso por otras mujeres que han sido encandiladas por la cultura occidental. 

No tuve síntomas graves, así que no me dieron medicamento y después de unas horas, me dejaron ir. Nunca me había picado un alacrán, pero secretamente no tuve miedo, sentí en mis entrañas una alegría infantil. Internamente escuché una voz que susurraba por fin te llevaré en mi sangre”. Me gustan mucho los insectos y a los alacranes les tengo un cariño especial, a pesar del dolor ya conocido de su picadura pasional. 

Volvímos a casa conversando sobre las diversidad de flores que se podían encontrar en Amatlán. Le conté a Anay que tuve la oportunidad de fotografiar dos tipos de Passiflora, también conocida como Flor de la Pasión, que sirve para la ansiedad y el insomnio. La primera, Passiflora incarnata, es una planta trepadora, su flor parece una medusa terrestre que baila e hipnotiza por su belleza sin igual. La segunda, Passiflora vitifolia, también conocida como Granadilla de Monte, es una enredadera que alcanza hasta ocho metros de longitud, las flores son solitarias y de color rojo escarlata, muy llamativas, hermafroditas; de doce centímetros de diámetro, conformadas por cinco pétalos, cinco sépalos, cinco estambres, corona con abundantes filamentos y un pistilo con tres estigmas. Me gusta pensar que las mujeres somos como flores, de inteligencia indómita y audaces para curar, pasionales hasta la médula. 

Después de cruzar el segundo riachuelo, Abel nos muestra un grillo multicolor que vuela. Intento atraparlo pero no lo consigo. Seguimos caminando hacia la casa de Luis. Por el sendero vemos el cable de internet que un camión grande rompió al intentar pasar entre los árboles. Seguro serían varios días sin conexión, se preocupó. Sin embargo, sin ese “accidente” no nos hubiéramos encontrado en el Kua, y no estaríamos aventurándonos hacia el mirador, concluyó alegremente.

Llegamos a su casa. Hay un jardín muy agradable con un área de plantas medicinales y flores. Ahí me encuentro con un insecto palo. Phasmatodea, deriva del griego que significa “aparición” o “fantasma”, debido a su capacidad para mimetizarse en el entorno. Con una mano lo grabo y con la otra alcanzo a tomarlo. Es noble y camina sobre mi brazo izquierdo mientras lo admiro. Después lo dejo sobre una planta a lado del río. Nos encaminamos entonces hacia el mirador. Mientras subimos me encuentro con un escarabajo rinoceronte en el suelo. Oryctes nasicornis. Descubro que es macho por su cuerno pronunciado, lo usan en los combates durante la época de apareamiento y para excavar galerías subterráneas. Estos túneles permiten a los adultos protegerse del ataque de los depredadores y poner huevos, leo en internet. Paradójicamente, en el monte sí hay señal. Emocionada, lo llevoconmigo toda la pendiente. Es bello e inofensivo. 

Llegando casi a la cima nos detenemos a mirar los zopilotes que vuelan entre los cerros. Hace poco aprendí que también se les conoce como Águila de Collar o Cozcacuauhtli en náhuatl. En el décimo sexto signo del calendario mexica, se asocia con una larga vida, sabiduría y prosperidad. Algunos vuelan tan bajo que puedo notar sus cabezas grises sin plumas y sus picos cortos en forma de gancho. Otros vuelan tan alto que apenas sonperceptibles. Su patrona es Itzpapálotl, madre de los cazadores nómadas, que significa Mariposa de Obsidiana, poderosa deidad femenina que representa la dualidad de fertilidad y muerte, así como el poder de la regeneración. En una de sus facetas se puede manifestar como una peligrosa tzitzimitl o demonio estrella, con garras de jaguar y águila, pudiendo causar estragos sobre todo durante los eclipses.

Nos acompañan también tres perros a la cima del mirador: Ámata, la chuchita de Luis, y dos más callejeros que a ratos se montan sin ningún pudor frente a nosotros. Tengo la impresión de que mientras lo hacen, nos miran fijamente y jadean con más fuerza, salivando. Abel les pide que no coman pan enfrente de los pobres, y con un gesto brusco hace que se separen. Pienso en la abstinencia sexual a voluntad del espíritu y en mi preferencia por las historias de cuerpos marcados por la carencia de culpa, ya sea por abuso o ausencia de placer. Creo que es cuando los cuerpos llevan demasiado tiempo sin amor, y no solo entonces, que les dan unas ganas tremendas de pelear. Supongo que es la fuerza natural que les caracteriza, sobre todo a los humanos, que sintiéndose tan dueños de sí mismos, olvidan que también son animales y mordemos, si nos provocan o lastiman a los nuestros. 

Nos encaminamos al destino final: el mirador donde nace el Club de la Pelea versión Amatlán. Sabemos que el camino es de adentro hacia fuera, y que la identidad es un infinito crear. Que la serpiente se ondulea bajo las piedras del desierto al ponerse el crepúsculo, esta se pierde y vuelve en espiral. Algunos venimos del Norte, otras del Sur, del Este, y en el centro permanece el fuego, en las entrañas de la tierra nos tejemos y sostenemos. Ahí donde permanece el secreto, iluminamos la verdad, ahí donde se sostiene la complicidad ante la crueldad, crece fiero panal. El sol quema pero igual disfrutamos un momento en silencio bajo su ardor. Pronto Abel se refugia bajo la copa de un árbol cercano y Nadia lo sigue. Por suerte, ese día llevo una gorra florida, me protege una sombra personal al borde del mirador. De mi bolsillo saco un bloqueador naranja, se lo doy a Luis para que use en el rostro lo último que queda y no se toste tanto la cara. 

Viene a mí la historia que me contaron del venado, en la que justo antes de saltar, miró por última vez al hombre y decidió entregarse para siempre al espíritu. Desde ahí observo el pueblo de Amatlán, después Tepoztlán y más allá, Cuernavaca; el lugar donde aprendí a contemplar insectos, jugar dominó y baraja, pero sobre todo, a amar eternamente a mi abuelo, que nunca me llamó por el nombre que me pusieron mis padres. Para él siempre fui María del Carmen.

*Bejuco Lechoso encontrado al bajar (Dictyanthus pavonii)

“Las heridas de la planta exudan un líquido lechoso, posiblemente tóxico. Sus flores como estrellas de cinco puntas, tienen un color extraño, verdoso-morado, que las hace poco visibles a los ojos humanos entre la sombra del sotobosque. Viven entre diez y treinta años. Las plántulas deben mantenerse en condiciones de luz suave. El sitio definitivo de plantación debe tener suelo orgánico, luz moderada a abundante y buena cantidad de vegetación alrededor para que la joven planta pueda trepar. Suele ser polinizada en especial por mariposas y abejas. Al ser trepadora juega un papel en la estructura de la vegetación, enlazando árboles y aportando néctar a polinizadores”.