Por Lucero Segoviano-Urbina
Dentro del territorio en resistencia de oro verde en medio de cerros abuelos y montañas abuelas, no se dejan. Sus armas son la palabra, su voz es el ruido del territorio chiapaneco de pie, el abejorreo de sus alas es la incomodidad de su resistencia, de pie y al frente de un cañón de flores, zumban, gritan y exigen Las Abejas de Acteal.
22 de diciembre, 22 de enero, 22 de febrero, 22 de marzo, 22 de abril, 22 mayo, 22 de junio, 22 de julio, 22 de agosto, 22 de septiembre, 22 de octubre, 22 de noviembre, 22 de diciembre … será un ciclo infinito cometido en sangre, hoy como memoria, como no olvido, cuando ya no estemos aquí, cada mes el 22 seguirán zumbando los oídos, las montañas harán ruido, llorarán, no se callarán y buscarán la manera de denunciar.
Las armas doradas y resplandecientes de Las Abejas de Acteal son oro fundido en discursos de paz, en llamados y exigencias de alto al fuego, en memoria. Reciben con brazos abiertos, reclaman con firmeza y ninguna tolerancia a la violencia, no ignoran.
Recuerdan y luchan, luchan con paz.
¿Conocen las hormigas que cierran heridas? Otros encajan sus dientes en la piel y las separan del cuerpo, entonces sus cabezas cuelgan de una herida tan grande e importante, más grande que la individualidad, pero sin medio para curar más que los dientes de alguien más y la unidad del cuerpo, hasta que, con el tiempo, esa herida sane y las cabezas caigan ya libres.
Delegamos la tarea de curar heridas y abandonamos en atención de algo más, con la esperanza de que solo sanará, pero las heridas colectivas no se curan con indiferencia y derogación. Todas somos hormigas, obreras que pueden cerrar heridas, pero bajo la violencia se deja el cuerpo en ello.
El mensaje por el que luchan Las Abejas de Acteal es que un día las heridas cicatricen bajo un halo protector de paz, y ninguna hormiga o abeja se abandone en la lucha.

