Por Margot Cortázar
Pierre Saint Martin es una de las personalidades más interesantes que conocí en el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC).
Llegó a darme varias clases como suplente de Juan Mora —a quien dedicaremos su propio artículo próximamente— debido a la enfermedad de este maestro emblemático. Suplir a una figura tan grande y respetada como Juan Mora dio a las clases de Pierre un halo de seriedad insólito para un profesor tan joven. Pierre supo ganarse el respeto del grupo, impartiendo sus clases con una rectitud impecable y poniendo la vara muy alta, a la altura de las clases del propio Mora.
Pierre tenía pocos años y se tomaba muy en serio el cine y la enseñanza. La mayoría de las veces que salía de la sala donde nos daba lenguaje cinematográfico, me preguntaba: “¿Qué tan en serio me estoy tomando el camino del guion en mi vida? ¿Lo veo como una forma de vida o simplemente como una materia más?” Reconozco que si alguien logra hacerte cuestionar así, deja una huella profesional y personal.
Hace unos días fui a la Cineteca, como cada semana, y entre las pendientes estaba “No nos moverán”. Me hacía especial ilusión verla porque, debo admitirlo, elijo muchas películas por sus guionistas más que por sus directores o protagonistas. Saber que los guionistas eran Iker Compeán y Pierre me dio cierta seguridad.
“No nos moverán” aborda con elegancia el terrible episodio del 2 de octubre de 1968, removiendo la memoria de quienes sólo lo conocemos por las crónicas y relatos ajenos. Jamás habría imaginado que una ficción pudiera representar el 2 de octubre desde la perspectiva de una mujer de la tercera edad (algo que disfruto especialmente por mi interés en las historias de mujeres mayores).
La película me dejó reflexionando sobre las historias que hoy se cuentan en el cine. Son pocos los directores que se atreven a poner como protagonistas a personajes que no son jóvenes, menos aún en su ópera prima. Son, justamente, el tipo de historias que me gustaría ver como espectadora y contar como guionista y directora.
No puedo estar más feliz por Pierre. Esta entrevista la realicé antes de la entrega de los Ariel 2025 y antes de saber que sería la seleccionada para representar a México en los Goya y los Oscar, pero reservé la publicación porque estaba segura de que le iría bien. Celebré desde mi cama los cuatro Arieles: Mejor Actriz, Mejor Revelación Actoral, Mejor Ópera Prima y Mejor Guion. Me emociona ver ganar a quienes he visto trabajar tanto.
Como dicen algunos fans:
“Me gustaba antes de que todos lo celebraran por sus premios.”
Honestamente, ya forma parte de mi Top 10 de cine mexicano reciente. Espero que triunfe en todos los festivales y premios futuros; ese es, sin duda, su destino.
Después de mucha espera, al fin puedo compartir esta entrevista con Pierre. Aquí nos revela secretos de “No nos moverán” y su cosmovisión. Este acercamiento permite entender mejor tanto al director como al ser humano que hay detrás, dando mucho más sentido a la película.
¿Cómo decidiste hacer esta película y por qué?
No sé si fue una decisión consciente; más bien, sentí que necesitaba hacerla. Llevaba años queriendo filmar desde 2013, pero por diversas razones y proyectos —unos cinco, de hecho— nada se concretaba. La orientación de Paulina Romo en “Pelicans” y después la asesoría de Fernando Enique, que me enseñó a escribir desde el personaje, fueron fundamentales. Pensé en un esquema de producción posible con poco o nada de dinero, celebrando el 50 aniversario del 68. Inicialmente, escribía sobre una mujer que cuidaba a un militar enfermo y maltrataba, y que al final descubrimos que era la madre de una víctima de ese hombre. La iba a hacer cortometraje, pero sentía que debía ser un largometraje.
Tiempo después, para un concurso, escribí sobre el 68 y busqué la opinión de Paula Markovitch. Aunque no me asesoró formalmente, me cuestionó: “¿Por qué quieres contar esta historia?” Al principio, creía que era por mi tío fallecido, pero en realidad la historia era sobre mi mamá. Paula incluso sugirió que ella la interpretara. Así llegué a la conclusión de que lo importante, más que el qué, era el quién. La película estuvo más ligada a la muerte de mi tío y la figura de mi madre, y de ahí nació todo. Contacté luego a Iker, y así empezó realmente este proceso. Creo que nació de la frustración y la necesidad de contar algo que llevaba conmigo desde hace mucho tiempo.
Cómo construiste el personaje femenino, tan beligerante y aguerrido?
Está basado en mi madre. Todos los personajes nacen de lo que observas en la gente si de verdad pones atención. Claro, no es un reportaje literal, pero la película está muy influida por los últimos días de mi madre. Aunque no se perciba abiertamente en pantalla, esa era la idea: mostrar a una mujer fuerte, al borde de morir, cuyo último acto es vengarse. La actriz Luisa tiene muchísima energía, intenté frenarla al principio, pero luego acepté que era mejor así, porque mi madre también era así en ese periodo, aunque la versión en guion tenga sus propias licencias.
¿Cuánto de lo que vemos en pantalla proviene de la vida real?
Ninguna situación específica ocurrió así; la película es más bien una añoranza, una carta de amor a mi madre. Mucho corresponde a cómo ella se relacionaba con otros: su hermano, clientes, hermana… No tanto conmigo, salvo quizá una noche que llegué borracho en la prepa, y recuerdo su reacción. Lo demás viene de memoria o de hipótesis sobre lo que hubiera pasado si le hubiera preguntado ciertas cosas. De ahí surgió mucho del guion.
¿Cómo trabajaste la selección sonora en lo técnico?
Desde el guion había muchas acotaciones sonoras. Desde mis años en el CUEC siempre me ha gustado sugerir atmósferas auditivas desde la escritura.
¿Qué fue lo más divertido del rodaje?
Casi cualquier escena con José Alberto Pastiño, quien ayudó mucho a conformar su personaje. Él es actor y director de teatro, y aportó mucho al trabajo colectivo.
Sobre la relación entre las hermanas y el «pan», que parece casi un matrimonio bostoniano…
El pan quemado vino por Los Simpson; tengo una obsesión con inicios que parecen sueños, cosas que no sabes si ocurrieron o no, pero que empujan a la acción. El proyecto buscaba una atmósfera de humo, plumas, lo onírico. Me gustan los argumentos en los que el acto más cotidiano (como quemar pan) tiene significado profundo. Hubo más escenas del pan en el guion, pero se recortaron. Al final, lo importante era la relación entre las hermanas: cuidar también puede ser una agresión, y todas las conversaciones, en el fondo, son bilaterales. Me interesa explorar dónde se esconde la vergüenza y lo que nadie quiere mostrar.
El personaje fantasma de Jorge. ¿Cómo se construye una historia en torno a alguien cuya presencia nunca es física?
Mi película anterior también trata sobre personajes ausentes. Me atraen esas historias. Me daba miedo que pareciera cliché con el tema de las apariciones, así que fui quitando escenas hasta quedarme solo con lo esencial. La fotografía y la propuesta visual terminaron supliendo la necesidad de mostrar más. El productor supo muy bien guiar esos detalles, y agradezco mucho cuando los productores contribuyen así.
“No nos moverán” sigue en pantalla grande. Confieso que verla en gran formato será, en unos años, una anécdota que presumiré en charlas cinéfilas, cuando toque hablar de cine mexicano. Cuando me pregunten si vi esa película que luego se volvió emblemática, podré decir, orgullosa, que la vi en su estreno y la acompañé como espectadora mientras crecía. Nos gusta ver crecer lo que nos conmueve y ser testigos de su reconocimiento. Es como haber visto en vivo a una banda legendaria antes de que se separara. Ver una ópera prima tomar fuerza así es presenciar el nacimiento de una decisión frente a la cartelera: una experiencia digna de contarse como el primer beso.
No se pierdan la oportunidad de ver una de las películas mexicanas más potentes de 2025.
