SAD BREAKFAST 

Por Margot Cortázar 

Un pitbull color miel, vuela por los aires con una baguette en el hocico. Su piel brilla como si estuviera hecho de cientos de cristalitos de oro, como si se tratara de una de esas fotografías super posadas que vienen en los portarretratos nuevos, o en las bolsas de alimento carísimo para mascotas.

Su salto del tigre se ve ensayado, como todo lo que es espontaneo, que usualmente tiene ese halo de incredibilidad. 

Por microsegundos todo se detiene y es evidente para quienes participamos de la escena, que este no será un día normal.

El perro queda suspendido en el aire, como si se tratara de una fotografía en gran formato que todos podemos admirar. 

Los gritos desesperados y aterradores de una mujer vestida completamente de blanco, quien cruza por la cebra de asfalto que divide Balderas e Independencia; paralizan el tránsito vehicular. La mujer es la única que se mueve, grita, manotea, está debajo del perro suspendido, ella cierra los ojos mientras un pedazo de aguacate cae en cámara lentísima hacia su pulcro traje blanco. El pedazo de aguacate parece derretirse al rayo del sol. 

La mujer repite nerviosamente un movimiento con las manos, como si tratará de salvarse de un inminente ahogamiento o como si nadara en una alberca invisible, todos somos parte de esa magnífica fotografía mañanera. Todos menos ella.  

Su insistente movimiento de manos rompe con la magia del místico momento. 

El aire se vuelve completamente frio, como sí una ventisca invernal nos golpeara la cara. Se siente fresco, húmedo y huele a sándalo y madera.

Mi atención, la tuya y la de todos se concentra en esa esquina. La mañana esta soleadísima, es verano, y ni el sol, ni el inclemente ruido de los cláxones puede quitarnos la mirada del perro volador. 

¡Wow¡ El tiempo está detenido. 

Nos hemos dado cuenta, solo unos cuantos.

Es la hora del sad breakfast. 

En mis casi 40 años de vida nunca había estado en una hora sad breakfast, jamás, un portal de estos se había presentado en mi existencia, es más, estaba segura de que se trataban de un mito.

Mi papá me contó que a él, le tocó estar en uno. Y como siempre contaba historias fantásticas y heroicas sobre su hombría y masculinidad; con el tiempo, pensé que esto que contaba, seguro era un cuento inventado, un mito, una leyenda urbana o una anécdota robada. 

Según mi papá, le sucedió en una estación del metro, hace más de 40 años, cuando recién se inauguraba la línea 2.

Él, estaba en la estación zócalo, cuando un chico dejó caer una envoltura metálica de papitas sobre las vías, hubo un chispazo y una descarga de energía. El chispazo asustó a todos los que estaban sobre el andén, y creó un halo de miedo, hubo en ese momento una descarga de adrenalina de parte de todos los desconocidos que estaban en el andén, descarga de adrenalina por miedo que abrió el portal. Dicen, que para abrir un portal de estos, se necesita que un grupo de desconocidos este en el mismo sitio, sintiendo lo mismo, al mismo tiempo.

Del otro lado del andén, el tren del carril contrario con dirección a Tasqueña detuvo su entrada a la estación por microsegundos y quienes venían dentro, comenzaron a verse aletargados como si se les viera en cámara lenta. 

El portal se abrió justo sobre el andén, un triángulo de gran tamaño, sin fondo apareció como si fuera un poster flotante, en él, se veía con nitidez a un grupo de comensales quienes degustaban lo que parecía ser un gran plato de frutas brillantes exóticas. 

Del otro lado del portal en aquel restaurante parecía que era de noche y los que cenaban, lo hacían masticando las jugosas frutas en cámara lenta. 

Dice mi papá, que si veías con atención el portal, en realidad se trataba de la puerta de entrada de un restaurante futurista, todo se veía en tonos rojo con negro, saturado de decoración dorada, muy al estilo barroco.

Mirar aquel portal, daba la sensación que se produce en el cuerpo cuando tocas a alguien o algo que te gusta. 

Se sentía como se siente todo lo nuevo. Frágil y fuerte. 

La sensación si te acercabas un poco, era eso que siente cuando llegas a un lugar que es tu favorito o como cuando le enseñas una canción que te gusta a alguien que quieres. 

La puerta del lugar era de cristales nítidos, limpios y sabías que había un cristal porque no se escuchaba sonido, solo un ligero ruido, como el ruido que se produce en la cabeza luego de pasar varias horas cerca de una bocina un concierto, ese ruido rasposito que te indica que debes ir a dormir y que tienes cansado el oído, ese ruido que si te acercas a los electrodomésticos crea una especie de murmullo y te hace pensar que los electrodomésticos se comunican entre sí. 

El letrero del restaurante era de bienvenida en algún idioma asiático. O en cualquier otro idioma que no conocemos. 

En el andén del metro, donde se abrió el portal, los que participaban de este suceso veían incrédulos lo que sucedía, pero solo tres personas parecerían entender lo que ahí pasaba, mi padre y dos músicos que cargaban cada uno, una guitarra sin funda a sus espaldas y que, según mi papá, asegura eran Javier Bátiz y Carlos Santana. 

Uno de los músicos no dudó y corrió hacia la puerta del restaurante y el otro lo siguió con miedo, ambos entraron al portal mientras gritaban la frase “sad breakfast”

El portal estuvo abierto por segundos unos 15 segundos, según recuerda mi jefe. 

Una vez que cruzaron se cerró. Tiempo después, supo de esos músicos porque comenzaron a aparecer como parte de la escena musical que estaba en la mera movida del rock y de la rebeldía, según mi papá, así fue como estos dos se volvieron super famosos. 

Dicen que el portal tiene la capacidad y magia de convertirte en lo que siempre has deseado; a cambio de un último desayuno con los que más amas. 

Según la leyenda, debes cruzar el portal gritando “sad breakfast” y en cuento cruzas tu y los que amas están en algún lugar del mundo, en un restaurante, donde no conocen a nadie, pero donde la oferta gastronómica, les muestra todo lo que más les gusta comer. Un lugar donde no se escuchan las conversaciones de la mesa de junto y las voces se oyen nítidas, los sabores son más explosivos en la lengua y la luz intensifica el color de las frutas. 

Ninguno de los que te acompañan sabe la hora, nadie tiene prisa y todos tienen hambre, tu y únicamente tú, que cruzas el portal sabe que estas en un sad breakfast.

Los que se atreven a cambiar de vida y a tener el desayuno más triste de la historia, desayunan, pagan la cuenta y se despiden de sus seres amados para siempre, luego salen del restaurante e inmediatamente están en esa realidad en los que son todo eso con lo que soñaron ser, famosos, ricos, millonarios, llenos de lujos o viven una vida calmada. 

Algunos famosos que han cruzado el portal dicen que en cuanto cruzan las puertas de salida del restaurante, esa puerta se vuelve la puerta de algún camerino en algún gran estadio, o llegan directamente a salas de entrevistas de famosos programas de tv o radio, es por eso es que mucha gente famosa se ve desorientada o incrédula ante estadios llenos o en entrevistas, porque en realidad es la primera vez que están viviendo esa vida.

También, cuenta la leyenda que quienes no se atreven a dejar atrás a quienes aman desayunan y charlan eternamente en ese restaurante. Nunca se despiden de sus seres queridos y cuando uno de ellos va a morir en esta realidad, esa persona solo se levanta de la mesa para ir al baño, jamás se despiden, y jamás vuelven a verse. Y que en alguna otra vida o universo uno vuelve a encontrase con ellos como familia, es decir, en otras realidades. 

El portal se abre sin que haya intención de abrirlo, jamás se le presenta a quienes lo andan buscando. También, existe la leyenda de que muchos que cruzan el umbral son viajeros en el tiempo; se cree que estos viajeros en el tiempo utilizan los momentos sad breakfast para desplazarse en varias realidades y a través del espacio y el tiempo para vivirlo todo. 

El sad breakfast es un lugar donde se encuentran los que recibieron mucha suerte al nacer y los que saben viajar en el tiempo, sobre todo dicen que es un lugar que se le presenta a quienes entienden las artes. A quienes deciden tomar como forma y filosofía de vida alguna de las bellas artes. Pero mi papá no es artista y él, pudo verlo así qué, creo que se le presenta a la gente con suerte.

El portal que se abrió en la calle “independencia”, lo abrió el perro volador. 

No estoy segura cómo funcionó ese día, pero lo que sucedió fue que todos los que estábamos presentes estábamos sintiendo lo mismo al mismo tiempo, miedo. Un grupo de desconocidos sintiendo miedo. 

Yo tenía miedo de que el enorme pitbull atacara a “cabeza de manzana” mi perrita. No puedo explicarles el nivel de miedo de sentí, cuando vi al pitbull tan cerca de “manzanita”.

Fue un nivel de miedo que no había sentido nunca, era como si una horda de miedo se metiera en mis huesos, comencé a temblar y tuve piloerección en todo el cuerpo. Fue algo muy parecido a lo que siente cuando estas en una manifestación y todos gritan al unísono una consigna, es esa sensación de apoyo y poder que se siente con los desconocidos cuando cantas una canción en un concierto, o cuando miras una obra de arte y descubres que alguien detrás tuyo también la observa. 

Ahora, entiendo porque mi papá nos llevaba a serpentarios, él, quería que a nosotras también se nos abriera el portal, trataba de exponernos a situaciones aterradoras o de miedo con varios desconocidos para que una de nosotras tuviera la oportunidad de vivir lo mejor que se  puede vivir en esta existencia. Mi papá quien siempre fue muy soñador y que divagaba gran parte de su día con sacarse la lotería, creía con firmeza que con un poco de ayuda del azar y la divinidad, quizá, lograríamos arrasar con la racha de pobreza que nuestra decendencia ha cargado por años.   

El Sad Breakfast es el máximo portal que le puede tocar a un artista o a cualquier persona.

No podía creerlo estaba frente a una de las cosas más increíbles del mundo, una situación que te pone a replantearte tu existencia en segundos, y a pensar en si quieres o no seguir con la vida que tienes. Una de esas oportunidades de ser ese otro, mejorado, con todo lo que siempre deseaste, incluso aquello que todavía no que imaginas de ti mismo.

Estaba sucediendo un sad breakfast estaba ocurriendo y lo único que podía imaginar era otra vida. Siempre había fantaseado con la idea de dejarlo todo, a mis hijos, a mi marido, a mi gemela a mis padres y a todos mis amigos, irme a vivir a otro país y comenzar de cero, incluso dedicarme a otra cosa, ser cocinera o carpintera o bombera, lo que sea, menos contadora pública. Todo lo que había soñado podía volverse realidad. 

Estaba frente a mi.

 La gran oportunidad de dejar de fingir que esta vida que tengo y que fui escogiendo por complacer a mis padres, por ser bien portada y por ser casi perfecta, me satisfacía. 

Días antes del momento de mi existencia, el sad breakfast había descubierto varias cosas que se cayeron de mi vida, era como si siempre hubieran estado sujetadas por alfileres que evidentemente, no aguantan las ventiscas previas a la llegada de un huracán. 

MI gemela y yo teníamos desde chicas “El pacto de los jueves” Macarena y yo nos habíamos prometido que todos los jueves de nuestra vida, o casi todos los que pudiéramos escaparíamos del mundo para hacer algo juntas, algo que no le contábamos a nadie y que solo era para conservar y alimentar nuestra gemelidad. Como todos los jueves, desde hacía más de 20 años, nos íbamos al cine o a desayunar. Ese día decidimos irnos a Tres Marías, manejar como solíamos hacer en silencio, con los celulares apagados y escuchando el disco completo de algún artista nuevo, esa actividad de los discos era un intento por conocer más de música que más sobre del mundo de la otra. 

Ese día en Tres Marías nos bajamos del auto de Macarena, y un fuerte olor a sándalo inundo el aire, ambas lo notamos, pero no nos lo dijimos, hicimos una mueca, son ese tipo de cosas, las que alimentaban nuestra hermandad agemelada. 

Nos metimos en el restaurante de las quesadillas gigantes y en la mesa del fondo vimos a papá, sentado a la cabeza de una gran mesa en la que se festejaba la graduación de una nueva abogada. Una chica muy parecida a nosotras, quien besaba una y otra vez en la mejilla a papá. La chica, quien entre lágrimas y risas de felicidad no dejaba de agradecer por sus estudios universitarios, tenía la voz muy parecida a nosotras y se veía más hija de mi papá que Macarena y yo. 

La mamá de la joven y sus acompañantes, tomaban videos y fotografías de ella, en los videos ella lloraba y le agradecía una y otra vez por los esfuerzos económicos, por el amor y por tener al mejor papá del mundo Rodolfo C. 

Nosotras, también considerábamos a Rodolfo, el mejor papá del mundo. La escena parecía el inicio de una pesadilla. Era tan irreal e impactante que parecía ser parte del mundo onírico.

Mirábamos atónitas la escena.

Macarena me dijo, en tono bajito y casi para si misma, y a manera de negación:

– no es, podría jurar que es alguien que se le parece mucho. 

Nos acercamos sigilosamente sin que él, nos viera de frente y de pronto una mano toco mi hombro, era una de las personas de la mesa, me pidió amablemente, que les tomará una fotografía.

Rodolfo nos vio y se quedó congelado, mudo y tieso. Era como si en ese momento hubiera hecho la representación de su muerte. 

Yo tomé la fotografía y entregué el teléfono con prisa. Maca me tomó de la mano como cuando éramos niñas y me sacó de ahí. Volvimos en el auto en silencio, y pusimos completo, de fondo para la tristeza y la nostalgia el PLAY de MOBY todo el camino, fuimos en silencio. Yo manejaba muy rápido y sin darme cuenta de lo que hacía. 

No hablamos de eso, ni ese día, ni hasta ahora, ni entre nosotras, ni con papá. Yo no se lo comenté a nadie de mi casa y desde ese día, estoy distraída y cargo conmigo el peso una bolsa llena de una fuerte sensación de falsedad, orfandad y tristeza profunda. 

Esa misma semana varios sucesos con supuestas amistades detonaron lo que nunca había querido ver, darme cuenta de que muchas de mis relaciones son utilitarias.

Esas situaciones volvieron a poner en mi cabeza la ideación de huida. 

Nadie de mi circulo, ni de mi casa, se dio cuenta que algo me había pasado, nadie me amaba tanto como para ver que me había roto en pedacitos.

 La tarde de ese jueves mientras estaba llorando en el sillón del estudio, se me acercó manzanita la perrita chihuahua que le regalé a mi hijo menor en su cumpleaños 10 y a la que no pelaba porque las consolas de videojuegos no tiemblan como ella. 

A manzanita le habíamos puesto manzanita porque olía a manzana verde, su olor corporal era el de las manzanas verdes, y era agradable, pero llegaba a empalagar, la perra se paseaba por la casa con ese halo de necesidad que cuando uno detecta en otro, utiliza para mostrar desprecio, así que iba de cuarto en cuarto buscando afecto y cariño, como no la pelábamos, se la vivía metida en el cesto de ropa sucia, suplantando el cariño que no le dábamos con el sudor de las prendas sucias que todos dejábamos ahí.

Esa tarde la perra me olfateo todo el cuerpo, era como si me escaneara. Pasó su diminuta y húmeda nariz por cada rincón mío y desde ese instante se me instaló como se instala un ocupa en una casa abandonada, era como si se tratará de una extensión de mi cuerpo, se metía a mis bolsas de mano, me seguía sin medida, estaba pegada a mí. 

Al principio la atropellaba pero, en un par de días ambas asumimos que seriamos siamesas, ya tenía una gemela distante a quien en realidad no conocía y el grado de hermandad que sentía con manzanita era más que amor, era una necesidad. 

La uncia que siempre estuvo a mi lado, sin importar mi humor, fue ella, mi manzanita. Una diminuta chihuahua que aguantaba todos los llantos. Dos kilos de amor irradiando luz como un faro en medio del océano.

Ni mi marido, ni mis hijos se dieron cuenta de lo que se había roto dentro de mí, por supuesto, que no se dieron cuenta en el trabajo, ni en casa de mis padres o en alguno de los círculos en los que solía moverme.

Estaba rota y la única que lo había notado fue la nerviosa, manzanita. Era como si ella entendiera la orfandad, la soledad y la tristeza. 

Su amor me sostuvo la existencia. A veces, íbamos a parques y a veces, solo nos mirábamos a los ojos por horas y luego nos quedábamos dormidas en los sillones o en cama.  

Ahora, era la perra de mi perra. 

Era codependiente del calor de su presencia, de su olor a manzana verde, de sus ojitos llorositos, de la temblorina continua que pasó de ser desesperante a ser adorable. 

Manzanita, me mostró que lo único que yo había amado en la vida, el único ser al que realmente había querido y por el que daría todo incluso la oportunidad de vivir un sad breakfast era ella. Manzanita era la perrita de mis sueños, a quien se la compramos, me contó que se la había encontrado en un tianguis, parecía la cría de una rata, era una chihuahua dorada, super dulce, obediente, limpia, silenciosa, elegante y sobre todo y muy importante, siempre parecía estar vulnerable y tener miedo. Manzanita y su sistema nervioso, ponían nervioso hasta al temple más fuerte.

Era el ser más tierno con el que había vivido, su amor era incondicional y había despertado en mí una ternura que yo nunca había conocido. Era como si su vulnerabilidad me mostrara mi lado más dulce, amable, tierno y a la vez, el lado más fuerte de mi misma. Su presencia mejoró significativamente mi vida, me empoderó, me hizo frágil y astuta, y persuasiva, e intuitiva, audaz, valiente, decidida, arrojada y muy muy segura en todos los aspectos de mi vida. Pero sobre todo me mostro cómo se siente el amor a los demás. Así que, verla en peligro frente al pitbull dorado que hizo un salto del tigre, me hizo elevarla por los aires con su correa, manzanita volaba hacia mis brazos y yo solo quería protegerla, quería evitar que el perro me la arrebatara. El corazón se me lleno de un miedo profundo, uno de esos que se sienten en la infancia, cuando estás solo y te pasa algo desastroso, o cuando estás solo frente a la oscuridad. Sentí como si alguien me hubiera estrujado el corazón y el estómago.

 El perro voló por el aire y le arranco de las manos la baguette a un chico que iba comiéndola. El chico grito, los autos tocaron los cláxones, gritos, suspiros de sorpresa y un inminente halo de miedo invadió el momento. Ahí ocurrió, una descarga de adrenalina por miedo. Desconocidos sintiendo lo mismo, al mismo tiempo, en el mismo espacio físico. 

La fuerte ventisca fría que nos congelaba la cara nos paralizo a todos. El tiempo se detuvo, mi corazón, el tuyo y el de todos por un segundo. Y ahí estaba el perro dorado, feroz, hambriento, suspendido, volando por los aires. 

Todo estaba sucediendo en cámara lenta, era exactamente como lo describió mi padre, se tenía que haber abierto un portal ahí mismo o en un lugar muy cerca, si eso estaba pasando, solo tenía unos cuantos segundos para cruzar. ¿podía cruzar con manzanita? O ¿Tenía que hacerlo sola? ¿me quedaba con mi vida de mierda? O ¿me iba a vivir la vida de mis sueños? ¿qué habría elegido manzanita?

¿Qué es este momento? no veo el portal ¿y si estoy soñando? 

Qué bonito soñar con manzanita. 

No es un sueño. ya lo vi. El portal se abrió, se abrió en esa extraña ventana falsa del teatro Metropolitan. En ese círculo negro que nadie sabe por qué forma parte de la fachada. 

Corro, nadie lo ha visto. Corro con manzanita en mis brazos, su olor a manzana sube lentamente con cada paso que doy, y se mezcla con el olor a sándalo y madera de la ventisca fría. Huele delicioso, así huele el amor, pienso. Corro en cámara lenta. Hago la zancada lo más grande que puedo. Veo cada vez más nitidos los cristales de las puertas del lugar. Son tal cual los imaginé, como los describió mi padre. Adentro del lugar, hay mucha gente desayunando. Me acerco al portal. Estoy a unos dos metros de él.  Doy pasos firmes, se está haciendo pequeño, un fuerte olor a madera me detiene unos segundos, y sale del portal un chico alto, de aspecto muy rockero, parece desorientado, como si estuviera borracho, usa botas tipo western, las trae enlodadas, suda, me acerco un poco. Él, es el olor madera. Me nota, sonríe en complicidad conmigo, sabe que voy a entrar, se acomoda las jafas para ver, que son de una  pasta gruesa y que parecen sacadas de la década de los 70. De cerca intimida, es muy alto, pelirrojo, delgado, y ese halo de seguridad, aunque se ve desorientado, preserva en mí, el miedo que me sacó el salto del tigre del pitbull. El pelirrojo huele intensamente a madera, vuelve a verme y está vez, nos sostenemos la mirada un microsegundo, me guiñe el ojo, me da risa nerviosa, bajo un poco la mirada y veo directamente a su pecho, trae una playera que dice Sad Breakfast, la playera es como las playeras de bandas de rock. Se da cuenta que miro hacia su pecho, se cierra la chamarra de piel y ambos sonreímos. La sensación de complicidad e intimidación con ese pelirrojo desconocido quien me es más familiar que mi propia familia, me da el impulso, las ganas y el valor de hacerlo. Pienso en que quiero desayunar eternamente con manzanita, ella tiembla más de lo normal, la abrazo fuerte. La sostengo bien. 

Toco el portal, es como tocar la luz que irradia una tarde de verano de la infancia en cualquier parque, mientras sudas mucho y juegas, y te ríes. Esa vieja sensación de saberte feliz. Siento el corazón de manzanita entre mis dedos, siento mi propio latido en mi cuello, huele intensamente a sándalo y madera, el pelirrojo dejó un intenso halo a madera que mezclado con el sándalo, dan la sensación de felicidad, de suavidad, de paz, de amor, de calma.

 Todo se vuelve de un intenso blanco y la mezcla de olores tranquiliza el corazón de manzanita, nunca se había sentido así de calmo. 

Soy yo, soy yo la que huele a sándalo. Así huele mi miedo. Una luz extremadamente blanca, me deja sin visión, siento como dejo de pesar, estoy ligera de cuerpo y pensamiento; pienso en cosas tontas, en mi bolsa de mano, en la ropa que me traje hoy, den mis libros favoritos, en si me encontraré con alguien conocido, pienso en los días en los que manzanita y yo nos quedamos dormidas y su pequeño cuerpo irradiaba mucho calor. Miles de pensamientos pasan por mi mente, imágenes se sobreponen, colores, crayolas, textos, sonidos, es como si un estudiante de comunicación editara imágenes al azar en mi cabeza. El olor a madera y sándalo me golpean la vida. Pienso en mis hijos, en mi aburrido marido, en Maca, en mis padres y en ese guiño del pelirrojo. Sonrío, pienso en que me notó y yo a él. Pienso en la belleza de nunca volver a vernos. 

Atravieso el portal, mientras grito sad breakfast.