Por María José Zulaica
En México, la violencia de género no es solo un tema de conversación; cada año, miles de mujeres son asesinadas, y los feminicidios se han convertido en un eco aterrador que resuena día a día, limitando nuestra capacidad de vivir con libertad. En un mundo donde la voz femenina ha sido históricamente silenciada, la literatura emerge una vez más como herramienta para que conectemos y empaticemos con historias y realidades que a veces parecen tan ajenas, invitando a los lectores al diálogo y la reflexión.
Autoras contemporáneas como Cristina Rivera Garza, Gabriela Jauregi y Mariana Morfín han utilizado su narrativa para explorar este tema desde distintas aristas, resaltando la importancia de comprender cómo este acto deplorable afecta a los núcleos familiares y sociales de las víctimas. Círculos fragmentados, que viven día a día con el dolor de la incertidumbre, buscando respuestas que les son negadas y contra un sistema social y judicial que no les abraza.
En este contexto, Mariana Morfín, con tan solo veintitrés años se adentra sin miedo en las profundidades del alma humana logrando capturar esa lucha que continúa en la búsqueda de respuestas en un entorno que se muestra indiferente. Su pluma tiene la magia de transformar el dolor, las dudas y el desasosiego en literatura, creando un puente entre las experiencias de las víctimas a través de los recuerdos de sus familias; nos invita a explorar esos caminos menos transitados, aquellos que muchas veces evitamos por temor a descubrir el mundo que habitamos.
“…Me aterraba perder mis emociones y un día abandonar mi empatía. La desensibilización es una forma de autodefensa, porque si te permites sentir y enfrentar tantas noticias y cifras, pierdes la cordura. La mente no es capaz de entender tanta violencia, muerte y tristeza…”
La autora da voz a cada una de las víctimas: Fátima Quintana Gutierrez, Mariana Lima Buendía, Renata Martinelli, Karen Reyes, Mäícha Pamela González Matilde, Jalix Rubio y Ana, desafiando a la indiferencia y promoviendo una toma de conciencia colectiva. Este acto de narrar se convierte en un acto político, donde la literatura no solo se presenta como una forma de arte, sino como un vehículo para la transformación social.
Morfín con su libro “Ya no quiero ser Valiente” logra llevarnos al límite y sumergirnos en un mar de emociones que resuenan profundamente en nuestro interior, haciendo que parezca imposible salir bien librados ante este eco. Transforma el dolor en belleza, convirtiéndose en un acto de resistencia. Nos invita no solo a llorar por las pérdidas, sino a alzar la voz por quienes ya no pueden hacerlo. Todas queremos dejar de ser valientes y poder caminar sin miedo por la calle, sin temer a una mirada que nos haga acelerar el paso. Cada acto de memoria se convierte en un grito colectivo que desafía la impunidad y exige justicia.
Sus textos parecen susurrarte al oído, como una conversación que te deja expuesto ante tus propios miedos y cicatrices. Mariana no busca complacerte, leerla es como abrir una herida solo para recordar que en la vulnerabilidad también existe belleza.
Sus letras resuenan con quienes han enfrentado situaciones similares, ofreciendo un espacio para exponer al sistema que a menudo falla en proteger a las víctimas. Su obra no solo refleja el sufrimiento, sino también la esperanza y la resiliencia de aquellos que viven en la incertidumbre.
“… Somos un mismo espíritu enredado, separado únicamente por un suspiro del tiempo”
Karen