Paris 2024: Un sueño Olímpico hecho realidad

Mi experiencia en los Juegos Olímpicos

Por Lupita Valencia

Asistir a los Juegos Olímpicos fue un sueño que me acompañó desde niña; recuerdo cómo cada 4 años me emocionaba esperar a que llegara la fecha en que iniciaran las competiciones. Semanas antes, imaginaba cómo iba a ser la inauguración, qué artistas iban a invitar, cómo serían los fuegos pirotécnicos y ese sentimiento tan único al ver a los atletas desfilar. Pasaba horas sentada frente al televisor viendo las disciplinas. Una de mis competencias favoritas era la gimnasia, porque para alguien como yo que es amante de los deportes y de la moda, era la combinación perfecta. He de confesar que mi sueño frustrado de niña fue tener un traje de gimnasta o de patinadora sobre hielo.

Conforme fui creciendo y fui entendiendo y siendo más consciente de lo que los atletas tienen que hacer para llegar hasta ahí, más crecía mi admiración hacia ellos y más aumentaba mi sueño de poder estar apoyando a los atletas y viviendo algo tan único como son los Juegos Olímpicos. 

Ese sueño parecía algo muy lejano para mí. La idea de estar presente en unos JJOO, de sentir la energía de miles de personas celebrando la excelencia deportiva, de convivir con personas de tantas nacionalidades, parecía algo casi imposible. Sin embargo, este año ese sueño se convirtió en realidad, y la experiencia superó todas mis expectativas.

Recuerdo perfecto el día que llegué a París. Viajé en el Eurostar desde Londres; apenas bajamos del tren y ya se podía sentir el ambiente olímpico. Había anuncios por todas partes, los estadios estaban terminando los últimos detalles para recibir a los miles de turistas que iban llegando, y ya se podían ver banderas de muchos países ondeando por las calles de la ciudad de la luz. Al día siguiente se llevaría a cabo la inauguración de los Juegos Olímpicos 2024; yo no tenia boletos, pero sabía que eso no nos impediría disfrutar del momento.

Al día siguiente, nos despertamos temprano, desayunamos en el Airbnb que habíamos rentado, – café y un pan au chocolat-, y emprendimos la expedición. La misión del día sería encontrar algún lugar donde ver la inauguración. El perímetro de seguridad era muy grande, París no escatimó en gastos para garantizar unos juegos seguros; pero con ello cada vez parecía más difícil poder ver la inauguración en vivo. Poco a poco nos fuimos encontrando a más mexicanos que, como nosotros, buscaban la manera de ver la ceremonia que daría inicio a París 2024. Y cuando estábamos por rendirnos, descubrimos que una de las pantallas gigantes del río Sena se podía ver desde una de las calles laterales, así que ahí establecimos la fan zone general de mexicanos en París. Con lo que no contábamos era que a los pocos minutos empezaría a llover, pero ni eso iba a detenernos. La ceremonia inició, y con ello la fiesta, pues a pesar de que no teníamos la mejor vista, él animo y la emoción no decaían, y al ritmo de «La Chona» y «El Mariachi Loco», bailamos y cantamos, mientras esperábamos el turno de los atletas mexicanos.

Por fin llegó el momento esperado: el barco con los atletas que representarían a nuestro país durante las siguientes semanas, y aunque en la transmisión no los enfocaron muy bien, eso no impidió que gritáramos y les echáramos porras al grito de viva México. Sin duda, ese había sido uno de los mejores días de mi vida; mi sueño se veía materializado, estaba en mis primeros Juegos Olímpicos cumpliendo ese sueño que creció conmigo desde que era una niña, y por si fuera poco, estaba en una de mis ciudades favoritas, París. Pero esto era solo el inicio de dos de las semanas más mágicas de mi vida.

Las siguientes dos semanas fueron de competencias, y nada te prepara para lo que se vive en un estadio olímpico; nada se compara con estar allí, viviendo la pasión por el deporte, viviendo el amor por tu país, llorando y emocionándote con las victorias y derrotas de tus atletas favoritos. Escuchar el himno de tu país hace que se te erice la piel y se escape una que otra lágrima. Conocer las anécdotas de las personas a las que conoces en el viaje, darte cuenta de que cada una de las personas que están ahí tienen su propia historia, su propio sueño cumplido; algunas para quienes estos eran sus quintos Juegos Olímpicos, otros que empeñaron hasta el coche con tal de estar en ese momento; algunos más que te dejan enseñanzas de que la vida es una y está para cumplir sueños. La historia de dos señores que conocimos en un partido de voleibol y que al igual que yo, soñaban con estar en unos juegos, que nunca habían podido hacerlo, pero que ahora a sus casi 80 años, con sus hijos y nietos económicamente estables y sin ninguna preocupación, decidieron usar gran parte de sus ahorros y pensión para llegar a París. Incluso habían pagado boletos de hospitality en la inauguración y en varias de las competencias porque no sabían si estos serían los únicos juegos a los que asistirían e iban a aprovecharlo y disfrutarlo de la mejor manera posible. Hablando con ellos, entendí que la vida hay que disfrutarla, aprovechar cada oportunidad, y sobre todo que nunca es demasiado tarde para cumplir un sueño.

Pero si hay algo con lo que París se lució y que será difícil de igualar, fue con el pebetero, ese globo aerostático que a todos sorprendió durante la inauguración y que estuvo estacionado en los jardines de las Tullerías durante las semanas siguientes. Además de ser un pebetero único, y que a diferencia de otros que normalmente suelen estar en él estadio de atletismo y que solo unos pocos tienen la oportunidad de ver, este estaba a la vista de todos. No sé si París imaginó que este pebetero se convertiría en el icono de los Juegos Olímpicos, logrando así uno de los objetivos del deporte, que personas de todas las nacionalidades, al menos por unas horas, dejaran de lado toda diferencia y convivieran en paz.

Durante mi estancia en París fui a visitar el pebetero más de una vez, se convirtió en uno de mis lugares favoritos, pero sin duda mi día favorito fue el primer día que estuve ahí, a los pies del pebetero. Algo muy típico de los franceses son los picnics, y qué mejor punto de reunión para hacer uno que los jardines que rodeaban el pebetero. Pasamos a un Carrefour, y compramos quesos, carnes frías, baguettes y vino de 2 euros. El pebetero se elevaba todos los días a las 10 de la noche; durante el verano en París anochece entre 10 y 11 p.m., por lo que había que esperar a que se pusiera el sol. La gente empezaba a darse cita desde las seis de la tarde. Ya estando ahí, la espera no se sentía. Para eso de las ocho de la noche, los jardines estaban completamente llenos, todos esperando por lo mismo: ver el pebetero elevarse. En algún momento de la tarde llegó alguien con una bocina y un micrófono y en tan solo unos minutos la espera se había convertido en el karaoke más grande del mundo; todos cantando, bailando, riendo y disfrutando, mientras veíamos el atardecer, dejando atrás religiones, opiniones políticas, barreras del idioma, diferencias culturales; todos éramos uno mismo, y entonces entendí lo que era el espíritu olímpico, asiífue como terminé cantando “Wonderwall” de Oasis a todo pulmón junto con desconocidos de muchas nacionalidades diferentes pero que en ese momento parecíamos uno solo. Sin duda, será algo que se quedará en mi memoria para siempre, algo que me recordará que quizá algún día podamos vivir en un mundo utópico donde las diferencias no existan, y que al menos por unas horas, los Juegos Olímpicos me permitieron vivir. Finalmente llegó la hora esperada, y al mismo tiempo que el juego de luces de la Torre Eiffel a lo lejos, el pebetero se elevaba, maravillándonos a todos.

Después de un increíble e irreal mes en París él sueño llega a su fin y era la hora de regresar a casa. Mi tren salía justo el día de la clausura, lo que me partía el corazón por no poder verla por lo menos en la tele, ahí fue cuando el destino, una vez más, me demostró que todo pasa por algo: perdí el último metro para poder llegar al tren, tuve que pagar un taxi hacia la estación. Iba muy de malas porque nada estaba saliendo bien y ademas me estaba perdiendo la clausura, y el destino me enseñó que París me iba a despedir de una manera especial, que mi sueño cumplido no podía terminar así. El taxi en el que iba rumbo a la estación de trenes pasó por fuera del estadio donde se llevaba a cabo la clausura, justo al momento de los fuegos pirotécnicos, permitiéndome ver por lo menos unos segundos de la ceremonia en vivo y de esa manera París nos decía adiós.

Dejaba París, pero conmigo regresaba una Lu que había cumplido su sueño de niña. Conmigo también regresaban dos de las semanas más mágicas que había vivido, regresaban amistades nuevas, y sobre todo regresaba con el corazón lleno. Los Juegos Olímpicos fueron una experiencia única, fueron todo eso que imaginaba y más, nada se compara a estar ahí. Para quienes amamos el deporte nos comprueba que los deportes van mucho más allá de lo que se ve en la cancha, en el estadio, en la pista, etc. El deporte es compromiso, dedicación, esfuerzo, sacrificio, pasión; que los atletas pasan por cosas que ni imaginamos para estar ahí y como aficionados nos permiten emocionarnos, enojarnos, llorar, gritar, reír, pero sobre todo, unir familias y amigos, pues no hay nada como compartir él amor por él deporte. 

Solo puedo decir: gracias, París 2024. Espero verme en Los Ángeles 2028.