LA BOLA DISCO EN MINIATURA 

Por Margot Cortázar 

Remigio abrió la puerta de una patada como en las películas de policías gringos, solo que en su caso no se veía así de espectacular como en los filmes. Su aspecto de narco, su bigote tipo Fredy Mercury, su prominente panza y su mirada acosadora daban más miedo que el arma que traía en la mano izquierda y giraba una y otra vez con ligereza como quien toma una cerveza en una fiesta mientras platica una anécdota graciosa. 

Nos tomó por sorpresa y del putazo que dio la puerta, solté la bolsa de vómito que tanto trabajo me había costado sacar de debajo del sillón. Una exposición naranja se estrelló en el sofá de tapicería fina, casimir, para ser preciso. Ni el olor a pino que siempre indica que se ha acabado la limpieza de un lugar, pudo cubrir el aroma acido, rancio y agrio del espeso y asqueroso liquido naranja. Se soltó la peste. 

Una mezcla penetrante entre chetos y vodka se extendió por toda la sala. El olor del alcohol me golpeó los recuerdos, un dolor agudo en la zona del lagrimal se extendió por la frente hasta convertirse en un dolor inmoral que me movió el piso. El dolor, se apoderó de mi cabeza de golpe, casi con el mismo impacto con el que cayó la puerta. 

Una luz blanca atravesó mi visión y, por un par de microsegundos, vi la luz, el mismo flash y el mismo reflejo que salía de una bola disco en miniatura que flotaba como una balsa perdida en aquel mar naranja. La última vez que la había visto y me había deslumbrado fue unas horas antes. 

Chavelita me había besado como nunca y como siempre quise. La vi llegar con su vestidito naranja, ese que la hacía ver como un pequeño gajo fresco recién pelado, sonriente, picara, sobre todo, misteriosa como solía ser.


Feliz cumpleaños, Chavit, bienvenido a la edad de los bochornos, me dijo, mientras me acariciaba la cara con su suave mano. Me dio un beso en la mejilla y su olor a bergamota y limón impregnó mi persona con un halo de sensualidad, seguridad y cariño. Sonrió de la manera más dulce que pudo, pero se veía más perversa que nunca. Me tomó la quijada con la mano derecha y me acercó la cara hasta la suya, sacó la lengua y me enseñó una gomita azul que se le derretía como si se tratara de queso sobre un comal. 

Que ganas de besarla, pensé. 

Como siempre pasa, todo lo que pedimos se nos concede, lo bueno y lo malo. Deseo concedido.

Me acomodó un besote, de esos que te cimbran hasta el apellido. Estaba noqueado, aturdido, hasta se me bajó la presión. Cuando logré abrir los ojos mi boca estaba dormida, tenía la lengua caliente y la gomita azul me despertaba las papilas gustativas, la mezcla acidita con el sabor de su saliva, me ponía. 

¿Pasó o me lo imaginé? En el reflejo de la vitrina de la sala en la que mi madre guardaba todos los centros de mesa de todas las fiestas a las que había asistido en su vida, vi mi reflejo.  Mis labios parecían los de un payaso que había tenido un mal día. Wow. Sí, sí había pasado.

Estaba tan aturdido que traté de concentrar mi mirada en algo que me colocara en la realidad de vuelta. Así que miré con atención el arete bola disco en miniatura que colgaba de la oreja de chavelita, esa coqueta oreja, morena, dorada, pequeñita, suave, como piel de durazno; simétrica, perfectamente unida a la cabeza, esa que estaba bien amueblada, esa de las que tantas veces había rogado saliera un pensamiento para mí, aunque fuera uno de desdén o desapruebo.

La voz de Remigio me raspó hasta el alma y con su voz como la de una lija me di cuenta que seguía en otra dimensión, en la de los estados alterados.

Amo los estados alterados, los de alcohol, los de la comida, los del sexo, los de una buena charla, los del agua fría cayendo por tu cabeza a las cuatro de la mañana; los del mar, los que te dejan los libros cuando piensas que te hablan, amo todo lo que me pone, los besos largos, los besos de Chavelita, las voces gruesas, las cabezas coherentes, las llamadas de madrugada, el frio mientras orinas calientito, los orgasmos, las plumas de las aves cuando no están muertas, las cosas suaves, la piel de durazno, regar las plantas, las caricias bajo la lluvia, las miradas de complicidad, nuestras miradas, el viento cuando hace frio, comer helado mientras lloro, comer, dormir, la carretera a toda velocidad, las lágrimas bajo la regadera, cantar, cantar en voz baja, susurrar mientras duermes, verte dormir, ver dormir a Chavelita, cantar mientras viajamos, verte los calzones, las adivinanzas, la piña en almíbar y comer Cherry García mientras hace frio. 

– No toqué nada, me dijo. Quédese quietito güero y ponga las manos en la nuca. 

El movimiento de brazos me mostró mi propia mano hinchada, ensangrentada y débil. No puedo, le dije. 

– Muy buenas tardes, señor. ¿Le lastima la luz? No se mueva.


Me presento, soy el comandante Domingo Romarico Refugio Sanhueza Sandoval, director del Departamento de Averiguaciones por Extravío Y Robo de Confianza a los Seres Queridos. Perdón por el sustazo, vengo aquí, atendiendo al llamado anónimo de una denuncia por robo de confianza de hace varios ayeres, misma que pudimos atender hasta hoy debido a la alta demanda de extravío y robo de confianza que vive nuestro país. 

Todo se puso casi gris, como se pone la luz del sol cuando un grupo de mentirosos se reúne como cuando uno está muy crudo que deja de ver colores y todo lo que intente comer sabe a gasolina, pero este gris era muy peculiar. No sabía si por la cruda o porque sentía que me iba a desmayar, pero era muy parecido al de las pieles cuando acabas de mentir. 

Ya habían pasado muchos años y lo que menos esperaba ese día era que viniera un comandante de la policía a reclamar la confianza que bien sabía yo alguna vez había robado.


Nos arruinó la cruda. ¿Cómo alguien pude arruinarte un momento que ya es malo?

Se puede, siempre se puede. Siempre puedes arruinarlo, volviendo al pasado, anhelando lo que ya fue, pensando en lo que pudo ser. Y peor aún, tratando que las cosas sean diferentes en el presente. Siempre que quieras volver al pasado, se puede arruinar lo que sea. 

– Colóquense de espaldas a la pared, No importa que no tengan ropa. Por seguridad les voy a colocar estas esposas, no intenten comérselas, aunque son de bombón, son venenosas. Le voy a hacer unas preguntas de rutina. ¿Está listo? 

– A ver, mi güero, ponga mucha atención. Le voy a preguntar fuerte y claro una sola vez y usted tendrá que contestar de la misma manera, fuerte y claro. Empecemos por el principio. 

Remigio se agachó y con el dedo índice probó el vómito que hedía como un muerto en la sala. 

– Mmmm. Ya veo, ya veo. Vamos a comenzar, dijo. 
– ¿qué se festejaba? 
–  Mi cumpleaños 
– ¿qué número? 
–  35 
– ¿sabe lo qué significa el 35? 
–  No, señor 

–  Según su significado es lo que sigue del 34 y según la numerología es un número neutral. Lo cual, significa que usted va a entrar en un estado neutral en todos los aspectos de su vida, ya que los 35 como es bien sabido, son la edad de la neutralidad, queda desde el minuto uno, incapacitado para emitir juicios de valor, mostrar su sistema de valores y peor o mejor aún, según lo vea, generar pensamiento crítico. Tómelo como un año sabático que la vida le regala, porque a partir de los 35 uno se encarrera y va como si fuera al desfiladero a encararse con lo que le queda de vida. ¿Sabe por qué? Porque está justo a la mitad de su vida. Sin embargo, no debe olvidar que lo que decida ahora, va a determinar su futuro o le que le queda de él, la suma del 35 es 8 y ese es el número del éxito. 

–  No sabía nada de esto. 
– Evidentemente, no. Esta información es para los elegidos, el resto de los mortales no puede saberlo. 
– ¿A qué se dedica? 
–  Soy buzo de aguas negras 
– ¿El vómito es suyo? 
–  No lo sé, señor 
– ¿Cómo se hizo la herida de la mano? 
–  No lo recuerdo 
– Vamos a repasar cada paso de la fiesta. Describa con detalle todo lo que pasó por su boca anoche. 
–  Pues, primero me fumé dos cigarros, mientras esperaba en el sillón el que está vomitado. Me incorporé para abriles a los invitados que eran 35. Se supone que iba a ser una fiesta del silencio, en la que nos dedicaríamos a la contemplación, pero abrieron una de estas 35 botellas de vino, y el vino afloja la boca, los sentimientos atorados y en muchos casos la voz y comenzamos a contar todas las veces que le hemos fallado a alguien, teníamos que contar con detalle todas y cada una. Si alguien lloraba con alguna de las historias tenía que quitarse una prenda. Así fue como en pocas historias ya estábamos todos desnudos, de cuerpo y alma. Nos habíamos visto todo, los sentimientos y el cuerpo. Fue entonces cuando se nos ocurrió comer todo lo que está prohíbo comer, todo eso con lo que uno se roba la confianza del otro. Pasteles, helado, chocolate, chiltepín, cebolla, chapulines, alacranes, aceitunas, gusanos, bocas ajenas y cuerpos desnudos. Y ahí fue donde todo se fue a la mierda, porque todos queríamos comernos a Chavelita. Aunque ella me había comido la boca al inicio de la velada. Yo deseaba morderla, masticar su acidez, degustar de su calidez, probar cada rincón de ella y embriagarme de ella, deseaba estar para siempre sumergido en ese estado alterado. Uno podía perderse en Chavelita para siempre, si no tenías las papilas gustativas maduras.

El sabor de su saliva cuando empezaba a amar era corrosiva, dulce, agridulce, acida, salada, era todos los sabores y a veces sabia a nada, entre los besos que le empezamos a dar una que otra vez sabia a baba de la mañana, la desagradable baba de la mañana, pero hasta esos besos me supieron a gloria. Lo era todo. 

Remigio tomó la bola disco en miniatura que estaba flotando en el vómito, la pasó sobre su lengua para limpiarla hasta dejarla resplandeciente, le secó la baba con su uniforme dorado y la puso sobre la mesa.

Se puso nervioso y nosotros alertas.

Mi pie se resbaló, hice un movimiento en falso y casi me caigo sobre el vómito. Con un no y apuntándome con la pistola de la mano izquierda, me dejó quieto. Nos dio miedo. Tenía fama de disparar sin razón al corazón, como Chavelita con su personalidad. 

Remigio se puso en su papel de policía y comenzó a interrogar a la única testigo quien se puso nerviosa, temblaba como si fuera la figura decorativa de un espejo retrovisor y no una fabulosa bola disco en miniatura. Se opacó. Su brillo comenzó a bajar como si se le fundiera la luz. Se apagaba poco a poco. Balbuceó algo pero ninguno de nosotros hablaba espejo y menos el pendejo de Remigio. Uno a uno se le fueron cayendo los espejitos, uno a uno los espejitos de su vestimenta se caían con cada pregunta. Temblaba. Remigio sudaba como si estuviera en una sauna, su sudor caía sobre el vomito y se escuchaba como gotas de agua cayendo sobre aceite hirviendo. La bola disco en miniatura se hacia grande y chiquita, era evidente que había perdido por completo su excelente manejo de emociones y daba la impresión de que en cualquier momento se reventaría, de pronto parecía solida y mini, segura y contenida, pero de momento y por segundos crecía casi del tamaño de una pelota de yoga, se estiraba tanto que los espejos salían disparados como flechas y perforaban finamente los sillones de cashimir que habían pertenecido a toda mi decadencia. 

Remigio le apuntaba con la pistola amenazante, le decía groserías y le pedía desesperadamente que dijera con nombre y apellido los nombres que solo ella conocía, los nombres de aquellos que habían perdido, extraviado y robado la confianza de los seres queridos. Su reflejo se hacía grande y chiquito, el sudor de Remigio se volvía mas abundante, el ruido de las gotas de sudor cambió a ruido de lluvia desbordada. Empezó a oler a fresas, como huele el miedo de la policía, los políticos y las mujeres a los 23. 

Remigio se puso en un plan muy estúpido, imponente e insistente. La amedrentaba tanto, y a un nivel exasperante, que todos nos pusimos extremadamente nerviosos y empezamos a sudar gotas olor a tutifruti. El olor de los cómplices. En algún punto alguien grito: 

– Ya güey, no te pases de verga. ¿Qué quieres? ¿Dinero?


Acción que puso más caliente la situación. Remigio y sus ansias por saber la verdad, por saber cómo es que la confianza se había perdido o por averiguar quién se la había robado. Tenía una prisa asfixiante por saber si se había perdido, la habían robado o solo se había extraviado. 

Estuve a punto de delatarme. 

Estuve a punto de decir fui yo, yo la cague en esta y en todas las fiestas desde los 23. No sé tener y nunca he tenido una fiesta del silencio, yo me he robado la confianza, la he extraviado y la he abandonado a propósito. Yo he traicionado a quienes más me han querido por mi miedo al compromiso, por no saber defender lo que quiero, por no saber lo que quiero, por las decisiones de mis familiares, por mis horribles conceptos sobre la belleza externa, por pereza, por decidía, por ególatra, por creerme el centro del mundo, por ciego, por no mirar al otro, por no escuchar, por mentir y por no saber mentir. 

No fue necesario. 

Cuando por fin me decidí a ser valiente en la vida, el destino me trató como puto cobarde que siempre he sido. Delante de mí la vi irse. Se expandió como nunca, casi llenó la sala con su prominente existencia, pasó de ser enorme a ser tamaño mini, luego micro y en un abrir y cerrar de ojos dejó de existir. Un rayo de luz salió de su interior y nos cegó a todos. Una lluvia fina de mini diamantitos, caía de manera suave.

Se pulverizó.

Se hizo polvo y los pocos finos diamantitos flotaron. Uno de ellos se enredo en mi larga cabellera rizada, lo veía brillar de reojo. Lo pulverizado cubrió casi toda la sala, todo caía de una manera muy suave en el vómito que para ese momento ya era una plasta tipo lava, su aspecto de polvo brillaba como cenizas de difunto expuestas al sol del medio día, un día de muertos, con un tornasol más deslumbrante que el de los propios espejos.


Comenzamos a llorar. 

Las lágrimas de todos caían sobre la lava-vomito, la mezcla entre lágrimas, mocos y sudor comenzó a oler a gomita azul. El olor nos conmovió hasta el alma. Quería abrazar a todos y agradecerles por estar ahí, hasta a Remigio, quien lejos de investigar había traído consigo el secreto de los elegidos, el secreto de los 35, uno de los miles sentidos de la vida; un reloj mental, una sentencia, un aviso, uno no muy amable que me colocaba a la mitad de este camino desconocido llamada vida. Parecía que a partir de ese momento la vida comenzaba una cuenta regresiva. La fuerza de la vida me había alcanzado, me había dado un golpe y está vez me había noqueado como los besos de Chavelita.


Está sería la última vez que festejaba mi cumpleaños. 

La bola disco en miniatura sabía la verdad sobre mi, había estado como Chavelita presente en mi vida, en todas las ocasiones en las que yo había robado la confianza de los que me amaban. Yo mismo ayudé a que fuera portátil casi micro. Ella sabía dónde estaba la confianza, a dónde la había puesto yo, donde había dejado todo lo robado, cuáles eran mis mañas y cómo había conocido la confianza por primera vez con los besos de Chavelita. La única testigo se pulverizó en mi propia cara, como un karma, como una lección. Se había ido para siempre. Yo sentía su ausencia atravesar mis entrañas.  La verdad sobre mí, sobre los robos, los extravíos y los abandonos de confianza, se los había llevado consigo.


Me sentía triste y molesto de sobremanera por la insistencia y los modos de Remigio, todos sabíamos que no se debe presionar de esa manera a una bola disco en miniatura. Pero intentar defenderla me hubiera puesto en la mira, mejor ella que yo. Como siempre. Mejor que lloren en su casa y no en la mía. Cobarde.

Ahora, era un cobarde que lloraba. Con la cara cubierta de gomita azul, desnudo, inundado de lava-vomito naranja hasta los tobillos, hundido en la mierda, a donde pertenecía por cobarde, por pocos huevos. 

Este era otro caso no resuelto. Un robo de confianza más en el país que se le escapó a Remigio por imprudente. Desde la fundación del Departamento de Averiguaciones por Extravío y Robo de Confianza a los Seres Queridos en el 2000 durante el sexenio de Fox, la dependencia había resuelto un solo caso y por casualidad.  En 2001 habían capturado a una bola disco en miniatura que colgaba de un espejo retrovisor de un auto de lujo, que se estrelló en la palma de Reforma. Por el impacto del choque, la bola disco en miniatura había emitido una linea de luz fulminante que quemó la palma de Reforma, dejándola seca de la noche a la mañana, aunque duró muchísimo de pie, terminaron por quitarla. La versión oficial del gobierno y los medios de comunicación dijeron que se había secado por una plaga, dicen los que saben, los que si hablan espejo, que con el rayo de luz la bola disco lanzó una suerte de hechizo, mismo que dejó seca hasta la tierra del lugar y por eso han fracasado en sus intentos por sembrar y hacer crecer otra planta en el sitio.

Al lugar de accidente llegó Remigio por casualidad ya que ese día había hecho guardia en la Zona Rosa, vigilando a las bolas disco de varios antros, midiendo su diámetro a la salida del sol para asegurarse que no fueran cómplices o testigos de más robos de confianza a los seres queridos en la ciudad. El incremento de robo de confianza, así como el extravío y las perdidas habían estado aumentando en la última década, según la unidad de investigación, 8 de cada 10 personas eran víctimas de robo de confianza en sus narices, luego de celebrar cumpleaños, bodas, graduaciones y hasta bautizos y primeras comuniones, según los datos, ahora alarmantes, los más afectados en la última década eran los menores de edad, quienes ya sufrían robos por parte de sus propios cuidadores o progenitores. 

La bola disco en miniatura, como todas las bolas disco del mundo, sabía los secretos de muchos en la ciudad. Chavelita la había heredado de su padre, quien la robó de una discoteca en las Vegas en 1979. Su padre la robó y la trajo de contrabando a trabajar a México, como bola disco confesional primero en atrio de una iglesia, donde encogió severamente en su primer mes, luego fue rentada para trabajar en los lugares under de musica disco, después, la puso a trabajar en tuburios, donde en menos de dos años adquirió el tamaño de  una pelota de basquet, finalmente, cuando Chavelita cumplió 15 años, su padre se la regaló y fue haciéndose pequeña en cada fiesta, cada evento, y cada cita a la que Chavelita la llevaba, sobre todo, a todas las fiestas a las que la acompañé. 

Conforme más información y más secretos sabían las bolas disco, más pequeñas se volvían, más de bolsillo y más brillantes y deslumbrantes eran. 

Las bolas disco viven de la fiesta, de los recuerdos, de lo prohíbo, de los secretos y ésta no solo se había llevado el secreto de mi fiesta de 35 años, nos había dado una lección sobre lealtad, sobre amor propio y sobre como no traicionar. Fue leal con ella misma y ese hecho me dolía como si me hubiera explotado en la cara una bomba de sinceridad. Quise contarte esto antes de que googles mi nombre y te aparezca un antecedente mío de ese cumpleaños; también, porque estoy aprendiendo a ser sincero, porque me gustas para algo serio y porque ayer pasamos juntos una las mejores veladas en silencio que he vivido, quizá sea el mejor silencio de mi vida, todo lo que no me dijiste me impactó profundamente. Tu calma, la manera en la que generas paz y cómo habitas el mundo me hicieron sentir como nunca. Por favor, no me digas nada. Sé que la gente como yo quienes somos un poco vacíos decimos muchas cosas, pero intento llenarme del sonido de la vida, de mi propio sonido y me gustaría caminar contigo este sendero, y estar ambos en una hermosa relación de silencio y acompañarnos. ¿Qué dices? ¿Cómo que te vas? ¿La cuenta? ¿Pedimos la cuenta? oye, ¿oye?