LOS JÓVENES: LA GENERACIÓN DEL CAMBIO

Por Darinka Guerra

La participación de los jóvenes en la política ha sido uno de los grandes retos de nuestra sociedad. A pesar de representar el 30% de la población en México, su voz muchas veces queda marginada o se ve obstaculizada por sistemas políticos que parecen diseñados para excluirles. Esto no solo es un desperdicio del potencial de cambio, sino que refuerza una desconexión peligrosa entre la clase política y las nuevas generaciones.

La juventud tiene el poder de transformar las instituciones, de innovar y de revitalizar la democracia. Sin embargo, la realidad es que muchos jóvenes se sienten desilusionados, desencantados con una política que parece dominada por la corrupción, los intereses particulares y la falta de transparencia. Este desencanto es precisamente lo que hace urgente una mayor participación juvenil. No podemos quedarnos al margen esperando que las cosas cambien por sí solas.

El futuro de nuestro Estado depende que los jóvenes asuman un rol activo en la política. Esto no significa solamente votar o participar en campañas, sino CUESTIONAR, organizarse y luchar por un sistema que realmente les represente. Hay temas urgentes que nos afectan de manera directa: la seguridad en las calles, el acceso a la educación y el empleo digno, son algunos de los más críticos. Si no somos nosotros quienes impulsemos las soluciones, nadie lo hará por nosotros.

Hoy más que nunca, la política necesita de nuevas voces que desafíen las estructuras de poder tradicionales. Es momento que la juventud exija su lugar en la mesa de decisiones. Este es nuestro tiempo para construir un futuro donde los derechos de los jóvenes no solo se respeten, sino que se promuevan activamente. Porque, al final, el futuro que estamos construyendo es el que nosotros
mismos heredaremos.

Seguridad y corrupción: solo la base es quien mira y siente la realidad

Uno de los grandes desafíos que enfrenta nuestro estado es el tema de la seguridad. En la vida diaria de los ciudadanos se ha vuelto más precaria debido al miedo constante a la violencia. Sin embargo, la inseguridad no solo proviene del crimen organizado o la delincuencia común; está profundamente vinculada a la corrupción que corroe nuestras instituciones desde dentro.

A pesar de que en los últimos años parece que hemos frenado el número de balaceras y enfrentamientos abiertos entre criminales, la realidad es que esto no ha detenido la raíz del problema: el tráfico y el consumo de drogas. Las calles están llenas de drogas que afectan directamente a nuestra juventud y, con ellas, hemos visto un preocupante aumento de suicidios. La combinación de la falta de oportunidades, el acceso fácil a estupefacientes y la falta de atención psicológica ha dejado a nuestros jóvenes en un estado de vulnerabilidad alarmante.

La corrupción en los cuerpos de seguridad y en las estructuras de gobierno es, quizás, el mayor obstáculo para resolver los problemas de inseguridad. Cuando los encargados de velar por la justicia y el orden público están involucrados en prácticas ilícitas, se destruye la confianza de los ciudadanos. Nos encontramos en un estado donde no solo es difícil confiar en las autoridades, sino que muchas veces estas autoridades son cómplices de quienes deberían estar combatiendo.

El crimen organizado ha aprendido a moverse en las grietas de nuestro sistema, aprovechando la impunidad y la falta de transparencia que existe en muchos niveles de gobierno. Desde policías locales que reciben sobornos para “mirar hacia otro lado” hasta funcionarios que permiten la entrada de dinero ilícito a través de contratos públicos, la corrupción facilita la expansión de la violencia. Y esta violencia afecta, sobre todo, a los jóvenes.

Los jóvenes en nuestro estado son, paradójicamente, quienes tienen más que perder ante la falta de seguridad y quienes también pueden hacer más para cambiar esta realidad. La juventud es víctima directa de la inseguridad, ya sea por la falta de oportunidades o porque son reclutados por redes del crimen. Pero también, los jóvenes tienen el potencial de ser los agentes de cambio que nuestro
sistema necesita.

Es imperativo exigir más de nuestras instituciones. Necesitamos policías y funcionarios públicos que realmente sirvan a la comunidad, que rindan cuentas y que no sucumban ante la tentación del dinero fácil. Pero esto no sucederá si los jóvenes no se involucran activamente en la vida pública, si no levantan la voz para exigir transparencia y justicia.

La seguridad no es un lujo, es un derecho que debe ser garantizado para todos los ciudadanos, especialmente para los jóvenes que sueñan con un futuro mejor. Para lograrlo, es necesario luchar contra la corrupción con la misma fuerza con la que se lucha contra el crimen. Y esta lucha comienza con la participación activa de quienes quieren ver un cambio real. Es hora de que los jóvenes se levanten, que hagan valer su voz y que luchen por un estado donde la justicia y la seguridad no estén en manos de quienes se aprovechan del poder para su beneficio personal. El cambio no vendrá de aquellos que han perpetuado estos problemas durante años; el cambio vendrá de las nuevas generaciones que están decididas a transformar nuestra realidad.