Pepe Mujica no murió, se sembró en el pueblo

Por Armando Noriega

El fallecimiento de José “Pepe” Mujica no marca el fin de una vida, sino el inicio de una responsabilidad colectiva. El expresidente uruguayo, exguerrillero tupamaro, campesino y símbolo internacional de la dignidad política, representa mucho más que una biografía extraordinaria: representa una forma de entender la lucha desde la coherencia, la humildad y la convicción.

En un continente marcado por el cinismo de las élites, la corrupción y el abandono del pueblo por parte de sus gobiernos, Mujica se plantó como un árbol torcido, pero firme. Vivió en su chacra, condujo su viejo Volkswagen, donó el 90% de su salario y habló de política como si hablara con vecinos en una asamblea popular. Era incómodo, sí, pero necesario.

Lo que hizo Mujica fue recordarle a América Latina que es posible otra forma de habitar el poder. Que la política no tiene por qué estar ligada a la riqueza ni a la prepotencia. Que se puede gobernar con ética, que se puede ser presidente sin dejar de ser pueblo. En un mundo donde la política está cada vez más colonizada por el espectáculo, Mujica representó lo contrario: lo austero, lo sencillo, lo directo.

Y no, no fue perfecto. Su gobierno tuvo contradicciones y errores, como cualquier otro. Pero la diferencia estuvo en la intención, en la forma de vivir esa contradicción. Mujica no construyó un culto a la personalidad; construyó un discurso colectivo de conciencia y responsabilidad. El valor de su figura radica, precisamente, en que no se proclamó salvador de nadie, sino compañero en la lucha. Él mismo lo dijo: “No soy pobre. Soy sobrio. Liviano de equipaje.”

Hoy, su muerte debe dolernos. Pero también debe activarnos. Porque si algo dejó claro Mujica en vida es que la transformación social no depende de un solo líder, sino de los pueblos organizados. Su legado no es solo para la izquierda, ni para los militantes. Es para cualquier persona que entienda que el capitalismo salvaje, el autoritarismo, el odio, la desigualdad y el individualismo nos están deshumanizando.

En tiempos donde la juventud es señalada por apática, Mujica fue una figura que conectó con nuevas generaciones. No por marketing, sino porque era auténtico. Porque hablaba de lo esencial. Porque encarnaba lo que muchos sentimos: que la vida no puede ser solo consumir, competir y obedecer.

Desde Semanario Punk, reivindicamos su memoria como una trinchera más en la lucha por otro mundo posible. Porque Mujica no murió, se sembró. Porque su forma de vida es, para muchos, una inspiración profunda para seguir creando, resistiendo y creyendo que vale la pena pelear por un mundo más justo.

Lo lloramos, sí. Pero sobre todo, lo continuamos.