El Duelo, peso invisible de la pérdida. Entrevista con el Dr. David Francisco Ayala

Por Armando Noriega

El duelo no es solo la pérdida de un ser querido; es la ausencia de lo que fue o pudo haber sido. El Dr. David Francisco Ayala, especialista en el tema, nos guía a través de su libro, La pérdida y el duelo: explicaciones y soluciones, por las múltiples formas en las que el duelo se manifiesta, desde lo tangible hasta lo intangible, de lo normal ha lo patológico.

«No hay duelo si no hay una pérdida», dice el Dr. Ayala, con la seguridad de quien ha estudiado el tema por años. «Las pérdidas pueden ser muchas: envejecer, el casamiento de un hijo, perder una parte del cuerpo, cambiar de casa. La más fuerte, claro, es la muerte». Esas son las pérdidas que se ven, las que cualquiera puede señalar. Hay otras, menos evidentes, que duelen igual o más. «Las ilusiones que se rompen, los objetivos que no se cumplen, las ideas que no se concretan… Estas pérdidas también generan duelo». El duelo es dolor. Un dolor que, a veces, se puede sustituir. Otras, no. «Hay duelos que se encarnan, que no se van. Un duelo normal provoca tristeza y nada más. Pero el duelo patológico se estanca. Se detiene”. 

«Hay varias formas de clasificarlo», continúa. «El duelo melancólico y el duelo maníaco, por ejemplo. El primero es una tristeza que no se va, que se queda. Meses, años. Se olvida por momentos, pero en la psique siempre está. Es la más profunda. Ahí es donde a veces se necesita medicación». Luego está el otro, el maníaco: «Ese es cuando alguien intenta reemplazar la pérdida demasiado rápido. Como si con velocidad se pudiera sanar algo que en realidad merece tiempo».

«Freud lo dijo en Duelo y melancolía: en el duelo, recuerdas, sufres, pero no trasciende. La melancolía es distinta, más grave. ‘La sombra del objeto cae sobre el Yo'», explica el Dr. Ayala, citando al padre del psicoanálisis.

¿Por qué le interesa este fenómeno? «Soy psicoanalista», dice, «y con frecuencia llegan personas con un dolor claro, con una pérdida definida. Pero con el tiempo, lo que parecía evidente se desdibuja. La memoria es tramposa. Nos engaña».

Para ilustrarlo, recurre a Pedro Infante y su canción El tiempo: Porque el tiempo es buen amigo, porque paga, porque cobra, porque cobra porque paga, porque quita, porque da. «Si tenemos esto en mente», dice el doctor, «entendemos que el tiempo da y quita, paga y cobra. Pero hay quienes no logran adaptarse. Es ahí donde el duelo se estanca. Donde surgen ciertas actitudes y adicciones».

El vínculo entre la pérdida y la compulsión destructiva

«La adicción es, en muchos casos, un refugio ante la pérdida», dice el Dr. Ayala. «Cuando alguien deja de beber o de consumir, enfrenta un doble duelo. Primero, el duelo original, la herida que dio origen a su adicción. Luego, el duelo de abandonar no solo la sustancia, sino también la identidad y el entorno que construyó alrededor de ella».

Para muchos, el segundo duelo es incluso más difícil. «Si alguien no puede dejar una adicción, es porque algo quedó sin resolverse en el primer duelo», explica. «Es como si el dolor inicial, en lugar de sanar, se hubiera enquistado en el cuerpo y en la mente, volviéndose parte de la identidad».

Aquí, la filosofía existencialista ofrece una clave. Jean-Paul Sartre hablaba de la ‘mala fe’, esa autoengaño en el que una persona se aferra a una versión distorsionada de su vida para no enfrentar la angustia de la libertad. «Algo similar ocurre con la adicción», dice Ayala. «El duelo, cuando no se procesa, se convierte en una sombra que arrastra todo consigo».

«Y es entonces cuando llegan esas sensaciones extrañas», continúa. «Ya sé que me hace daño, sé que esto me destruye… pero el dolor que traigo es peor. Peor aún es no saber exactamente qué es lo que cargo”.

Los rituales simbólicos: el placebo necesario para decir adiós

«El ritual es simbólico», dice el Dr. Ayala, con la certeza de quien ha visto el duelo en todas sus formas. «Y ahí está su poder. Desde la antropología estructural se habla de la ‘eficacia simbólica’: si una comunidad cree en el símbolo, el símbolo funciona. Se vuelve real».

En el fondo, los rituales son placebos. «Pero no cualquier placebo», aclara. «Son placebos que, en el contexto adecuado, tienen un peso inmenso. Un rezo, una ceremonia, un gesto de despedida… no es la acción en sí lo que importa, sino la red de significados que la sostienen».

El duelo es un camino áspero, y cada cultura y comunidad, tejen sus propios puentes para cruzarlo. «Si el símbolo tiene un anclaje cultural, es eficaz. Si lo sacas de ahí, pierde su fuerza», explica. «Pero cuando funciona, cuando de verdad se cree en él, puede dar un cierre, una tregua. Porque al final, más que olvidar, se trata de aprender a cargar con la ausencia sin que nos destruya».