Torero

Por Joel Ossorio

Quise darle unos buenos coscorrones al cabrón que me rompió la calavera del coche, aunque, pensándolo bien, qué caso tendría echarle la culpa a ese sujeto de mi nula responsabilidad para manejar. Me pasé todas las advertencias, me valió madre. Pero eso no me quitaba el coraje. ¡Maldición! Una patrulla, y yo manejando de la chingada, van a pensar que estoy borracho, y bueno, sí me tomé unas copitas, pero no es para tanto.

— Oríllese a la orilla, joven. — Se escuchó en una bocina. 

Carajo, pensé, me van a cargar y por pendejo.  Pero ya me lo decía el instructor, no maneje cuando tengas prisa o vayas en estado de ebriedad, mejor pide un aventón o un Uber, qué se yo. Ay, pero si soy necio. Debí haber ido al baño en el restaurante, pero soy un mamón que no puede poner sus nalgas en un inodoro que no sea el de su casa. 

El oficial de transito se estaba acercando, debía apurar la llamada de atención o me iba a cagar. 

— Dígame señor oficial. ¿Hay algún problema? 
— Trae la calavera rota, joven, además, las luces fundidas, joven, ¿no se dio cuenta, joven? 
— Sí, oficial, me la acaban de romper. Y llevo un poco de prisa, usted sabe, las ganas de soltar el topo para que se vaya a su madriguera no perdonan.

— No, joven. Lo tendré que multar, joven. 
— Pero rápido, oficial, que ya le dije, tengo ganas de ir al baño. 

Intenté apurarlo, ser amable, pero ya estaba con el tamarindo de fuera. Y ustedes saben, cuando viene, no hay apretón que lo detenga. 

— Oficial, podría apurarse. Tengo mucha prisa.
— Ire, no esté apurando a la autoridad o me lo llevaré al torito, joven. 
— No, no oficial, siga. 

Sospecho que el oficial tuvo sospechas de mi comportamiento, quizá pensó que llevaba drogas o quizá sintió el olor al Bacardi por que  dijo: 

—  Bájese, joven, lo voy a inspeccionar.  
— No, oficial, ya me calmo, se lo prometo —  comencé a chillar. 
— Bájese, joven, bájese. No quiera verme la cara, joven. 

Baje apretando las nalgas, cómo podía, ya no aguantaba. 

— Ponga sus labios en este instrumento, joven. 
— Qué pasó, oficial. — dije con una risa nerviosa. 
— No, joven, esto no lo voy a permitir me lo voy a llevar al torito por querer alburear a la autoridad. 

Encadenaron el coche y lo remolcaron. Y yo, ya no aguantaba, estaba tratando de apretarle bien el cuello al cacadrilo pero se me estaba escapando. 

No tardamos en llegar, por suerte, no había nada de tráfico; además, tenía la esperanza de que me dejaran ir. Mi intención no era la de llenar más papeles que los necesarios en el Torito, qué arrepentido me iba a sentir de tirar a la nutria en el agua de aquel lugar. Tan mamón y tan pendejo. Ojalá me sirva de experiencia y la próxima vez, sí sentaré mis nalgas donde sea. 

Entramos al lugar, me hicieron esperar hasta que pudiera ver a un juez, pinche madre, uno aquí con el nutria arañándome las entrañas y estos cabrones tardándose las horas. 

Después de media hora, entré con el juez, comenzó a hablarme de los derechos que tenemos los conductores, las responsabilidades y el tiempo que cada uno de los infractores tienen que pasar en el Torito. No sé cuánta mamada, ya ni le escuchaba. 

Me preguntó mi nombre, mi teléfono y edad.

— ¿Me va a marcar? — le dije
— No quiera pasarse de listo, es para el registro. 

Bajé la mirada, ya no quería pensar, estaba apretando tanto las nalgas que sentía que la caca se convertía en Moises. 

Revisaron mis papeles y el juez le preguntó algo al oficial de tránsito, no alcancé a escuchar pero vi que se comenzó a buscar algo en sus ropas, no lo encontró. El juez se lo quedó viendo, no le dijo nada. Me volteó a ver y  me dijo que me retirara. No supe bien que había pasado. ¡Vaya chingadera! Mucho tiempo para nada.

Salí caminando como torero. 

Me subí al coche. Coloqué la llave en el interruptor y la zarigüeya encontró su hoyo. El dolor que hace que un topo salga por tu culo hace que te lagrimeen los ojos, la vergüenza es peor. No quería dejar un olor muy culero en mi coche, sólo quería llegar a mi casa.  

Salí del coche. Tenía que buscar un baño, limpiarme un poco y tirar el calzón que tenía puesto para poder ir a casa a bañarme.