Por Alex Mendez
Por años, el turismo en el sureste de México ha sido controlado por una élite empresarial que ha lucrado sin restricciones con los recursos naturales, las playas paradisíacas y la cultura ancestral de la región. Este modelo, sustentado en grandes desarrollos hoteleros, tours exclusivos y un esquema de beneficios acotados a unos pocos, ha perpetuado desigualdades sociales y destrucción ambiental. Ahora, el Tren Maya ha irrumpido como un proyecto que desafía ese status quo, y la mafia del turismo no está contenta.
Un proyecto que redistribuye el acceso
El Tren Maya no es solo un medio de transporte; es un intento de reequilibrar el turismo en el sureste mexicano. Hasta ahora, destinos como Cancún, Playa del Carmen o Tulum han acaparado la atención y los ingresos turísticos. Sin embargo, este megaproyecto busca llevar el desarrollo a comunidades que, pese a ser guardianas de la riqueza cultural de la región, han sido marginadas por el modelo actual.
Con 1,554 kilómetros de vía férrea que conectarán cinco estados —Tabasco, Campeche, Chiapas, Yucatán y Quintana Roo—, el Tren Maya aspira a diversificar el flujo turístico, abriendo la puerta a destinos menos explotados pero igual de ricos en historia, biodiversidad y tradición. Este cambio de paradigma amenaza los intereses de quienes han monopolizado el sector turístico y temen perder su hegemonía.
La narrativa de la oposición
Los detractores del proyecto han levantado una campaña mediática que se disfraza de ambientalismo y defensa de los derechos indígenas. Si bien es innegable que un megaproyecto de esta magnitud debe ser vigilado de cerca para minimizar sus impactos negativos, buena parte de las críticas no provienen de una preocupación genuina, sino de sectores que buscan preservar sus privilegios.
La mafia del turismo, acostumbrada a operar en complicidad con gobiernos locales que les permiten construir hoteles gigantescos sin regulación, ahora clama por el «cuidado del medio ambiente». Pero ¿dónde estaban estas voces cuando se devastaron manglares para abrir paso a resorts de lujo? ¿Por qué no hubo indignación cuando las playas se privatizaron o cuando comunidades indígenas fueron desplazadas en nombre del progreso?
Un nuevo paradigma para la región
El Tren Maya no solo traerá más turistas, sino también una mayor integración económica para los habitantes locales. Los mercados artesanales, las pequeñas cooperativas de productores y los proyectos ecoturísticos tienen ahora la posibilidad de prosperar al contar con una infraestructura que los conecte directamente con el resto del país y con visitantes de todo el mundo.
Este es el cambio que incomoda: un modelo de turismo más incluyente, que no se limite a enriquecer a unos cuantos consorcios hoteleros, sino que empodere a los verdaderos herederos de la cultura maya.
¿El precio del progreso?
Es importante no idealizar el proyecto. La construcción del Tren Maya enfrenta retos significativos en términos de sustentabilidad y consulta con las comunidades indígenas. Sin embargo, ignorar los beneficios potenciales para millones de personas en la región también sería una postura simplista y sesgada.
El Tren Maya es una oportunidad para replantear cómo se desarrolla el sureste mexicano, una región históricamente olvidada que ahora tiene la oportunidad de participar activamente en el desarrollo económico nacional.
Conclusión: Un tren hacia la equidad
El Tren Maya no es perfecto, pero representa un esfuerzo tangible por romper con un sistema de explotación turística que solo beneficia a unos pocos. Es tiempo de reconocer que el verdadero problema no es el tren, sino el miedo de la mafia del turismo a perder el control. Este proyecto plantea una pregunta incómoda: ¿quién debe realmente beneficiarse del desarrollo turístico en México? La respuesta no les gusta a quienes durante años han hecho de este sector su coto privado de poder.
El futuro del sureste mexicano está en juego, y el Tren Maya es una pieza clave en la construcción de un modelo más justo e incluyente. Eso es lo que verdaderamente molesta a quienes se resisten al cambio.


