Por Armando Noriega
Hay una verdad que pocos se atreven a admitir: no escribimos para entender el caos, sino para recordar que existe. Las cicatrices en el papel, las palabras que arden, no buscan consuelo; son un grito de guerra contra el olvido. Nicolás Ferraro sabe esto mejor que nadie.
Cuando lo encontré en la librería Rosario Castellanos, no traía una libreta cargada de ideas ni frases subrayadas en libros ajenos. Llegó con las manos en los bolsillos, como si el peso de sus historias no estuviera en su mirada sino en sus silencios. Quizás ahí está la clave: no hay nada más elocuente que un hombre que elige el momento exacto para hablar.
“¿Por qué una antología de relatos negros?”, quise saber, aunque la respuesta ya estaba escrita en las páginas de Asociación Ilícita, esa colección de historias que no piden permiso para existir. Ferraro sonrió apenas, un gesto más de complicidad que de dictamen, y soltó: “Porque no podíamos quedarnos callados”.
No era una justificación; era una declaración de principios. En un continente donde el crimen no es una anomalía sino el latido constante, él y su compañero Imanol Caneyada decidieron sacar a la luz las voces que otros prefieren mantener enterradas. Los gritos que no piden justicia, porque saben que en nuestras tierras, la justicia es un lujo inalcanzable.
Nicolás Ferraro habla con el mismo ritmo que escribe: cada palabra tiene un propósito, cada frase es un disparo directo. Lo escucho mientras las luces de la librería tiñen de calidez un tema que, en su esencia, es todo menos cálido: el crimen, la violencia y las voces que lo narran.
“Hay varios factores”, comienza, encendiendo la chispa de una idea que rápidamente se convierte en incendio. “Primero, la relevancia que tomó el género negro en la actualidad y el cómo se fue consolidando no sólo en México sino también en toda Latinoamérica. Ha habido un boom, no sé si en ventas, pero sí en publicaciones: colecciones de este estilo literario, festivales en Medellín, Caracas, Buenos Aires, aquí en México. Hay muchas voces, Sin embargo, están aisladas. Ese es el problema: circulan solo en los países donde se producen. Autores mexicanos en México, argentinos en Argentina. Claro, hay excepciones: Élmer Mendoza y Paco Ignacio Taibo II publican fuera. Para el resto es casi imposible cruzar fronteras. Hay un vacío”.
Esa palabra, «vacío», queda suspendida en el aire como un eco incómodo. Ferraro no tarda en llenar el silencio con la convicción de alguien que decidió cambiar el panorama.
“Junto con la Biblioteca Nacional de Argentina, donde trabajo, y el Fondo de Cultura Económica, ideamos esta antología para reunir todas esas voces y ofrecer un mapa. Es un atlas de literatura negra, pero también un retrato de las ansiedades, desesperaciones y violencias que atraviesan nuestro continente. Cada sociedad cuenta su propio crimen, y eso, más que cualquier teoría o estadística, le dice al lector qué está pasando en sus ciudades”.
Son 36 autores de 12 países. Ferraro se inclina un poco hacia adelante, como si estuviera confesando un secreto. “Es la antología más extensa que se ha hecho, al menos en cantidad. Pero no es una cuestión de números. Lo que queríamos era mostrar ese panorama, trazar esa cartografía del crimen. Porque, al final, el género negro no es solo entretenimiento; es resistencia, es memoria, es un grito que no puede ser ignorado”.
Lo miro y pienso en las ciudades que habitan estas historias, en las calles que se convierten en laberintos de sangre y desesperanza, en los personajes que cruzan la delgada línea entre lo correcto y lo inevitable. Ferraro ha creado una brújula para un continente que, a través de sombras y silencios, siempre encuentra la manera de sobrevivir.
El pulso de un continente en negro
Nicolás Ferraro se detiene un momento, como buscando las palabras exactas que puedan encapsular un continente entero y su literatura. “Es verdad, esta antología llama más a la empatía, porque el género negro en Latinoamérica no es solo literatura, es un espejo, una forma de entendernos en nuestras crisis y violencias”.
El género ha evolucionado, también lo han hecho sus contextos, y Ferraro lo sabe. “Acá en México surgió lo que se llama el neopoliciaco, con autores como Paco Ignacio Taibo II y Ramírez Heredia, quienes junto con otros pensaron la novela negra desde otra perspectiva. En los encuentros que tenían en Cuba, Querétaro o Europa, discutían cómo este género, influenciado inicialmente por la literatura norteamericana, había empezado a mutar. Pasaron de escenarios clásicos como Francia o Estados Unidos a retratar sus propias ciudades: México, Buenos Aires, Santiago de Chile. Pero no era solo un cambio de escenario; era un cambio de idiosincrasia. Lo que Taibo denomina la crisis de identidad del género”.
Ferraro ajusta su postura y continúa, ahora con un tono reflexivo. “Las nuevas generaciones, en cambio, están contando cosas distintas. ¿Cómo no hacerlo?, vivimos en una región marcada por estadísticas brutales. Cuando hablamos de las 50 ciudades más violentas del mundo, 43 están en Latinoamérica. Las 10 más peligrosas, también. ¿Cómo te mantienes al margen de eso?”
La pregunta queda suspendida en el aire, pero Ferraro ya tiene su respuesta. “Por eso muchos autores de hoy recurren a la novela negra. No es una elección gratuita; es una necesidad. Escribir sobre esto es una forma de procesar lo que se vive. Estas historias no vienen solo de la imaginación; vienen de la desesperación, del límite. Latinoamérica está llena de heridas abiertas, y esas heridas son las que alimentan al género negro. Escribir desde aquí es escribir desde la carne viva, desde la herida”.
La intensidad en su voz no deja lugar a dudas. Para Ferraro, esta antología no solo reúne historias; es un testimonio de lo que significa vivir en un continente al filo. A través de esas páginas, los lectores podrán sentir el peso de una realidad que, aunque dura, no se desprende de ser profundamente humana.
La literatura negra: entre la empatía y la realidad cruda
“Sí, el género negro es una crítica social, pero no puede ser su función principal”, dice Nicolás Ferraro con una firmeza que desafía prejuicio alguno sobre la literatura comprometida. “Lo primordial en cualquier obra literaria es el entretenimiento. Si el lector percibe que estás sermoneándolo, que le das un panfleto en lugar de una historia, baja la guardia y se desconecta”.
Para Ferraro, la crítica social está presente, aunque, no es el objetivo final. “El género negro tiene esa capacidad de funcionar como una lupa sobre distintas problemáticas, y, más allá de eso, debe provocar profundidad: la empatía. Si logras que el lector sienta, que conecte con esa realidad que no le es propia pero que comprende, entonces ya cumpliste una función artística y social”.
Cuando le pregunto cómo influye el entorno de cada autor en las historias de la antología, Ferraro no duda en señalar que los crímenes cambian de acuerdo con el contexto. “En los relatos de los autores mexicanos, por ejemplo, la violencia es casi inmediata. Hace poco estuve en un lugar donde hubo una balacera, y al día siguiente veías a los niños jugando con los casquillos en la calle como si nada. Es una normalización de lo absurdo”.
Su tono se vuelve más reflexivo al mencionar otros países. “En Argentina no vivimos eso, salvo en una zona de Rosario donde el narco comienza a afianzarse. En Perú, el conflicto está vinculado a las minas y la explotación. En Brasil y Colombia, el sicariato es un tema común; ahí, la violencia no solo se vive, se convierte en un negocio. En Argentina tenemos la triple frontera, el tráfico y el contrabando forman parte de esa cotidianeidad violenta”.
Ferraro insiste en que la desesperación es el punto común en los relatos. “Cada entorno tiene su propia herida, su incomodidad social y personal. Los autores escriben desde esos lugares; no se puede evitar. Pero más que un recuento de desgracias, lo que buscamos es que estas historias conecten, que incomoden, que provoquen preguntas. Porque al final del día, la literatura debe ser un puente, incluso cuando se construye sobre las ruinas de una sociedad”.
La selección de los 36 autores no fue tarea fácil. “Fue un trabajo titánico”, confiesa Ferraro con una mezcla de agotamiento y orgullo. “Junto con Imanol, el primer desafío fue el económico, delimitar el presupuesto y saber hasta dónde podíamos llegar. Después vino la nueva ola generacional: nos centramos en escritores y escritoras de los ochenta a la actualidad, para asegurar que esta antología reflejara las nuevas voces del género”.
No solo era cuestión de tiempo o presupuesto, también se necesitaba convicción. “Queríamos escritores y escritoras con la camiseta bien puesta, que se percibieran a sí mismos como auténticos autores de género negro. Es común que algunos incursionan en este tipo de historias, pero luego reniegan de ellas. Nosotros buscábamos compromiso absoluto”.
El brillo en sus ojos se intensifica cuando habla de la calidad. “La cantidad de mujeres escribiendo género negro hoy es impresionante, y el nivel es magistral. Cada texto tiene un manejo de la lengua fenomenal, son historias que te arrastran, que te sumergen. Eso queríamos: que los relatos no solo fuera un reflejo de su entorno, sino también un ejemplo de lo que la novela negra puede lograr en términos literarios”.
Ferraro y su compañero no solo armaron una antología; construyeron un mapa emocional y social de Latinoamérica a través del crimen, la desesperación y la empatía. “Este libro no es únicamente para amantes del género negro. Es para quienes quieran entender, aunque sea un poco, el latir este continente. Cómo nos dolemos y cómo seguimos escribiendo pese a todo. Porque al final, lo que cada autor aporta en estas páginas es mucho más que una historia: es un grito colectivo que nos recuerda que el la novela negra no solamente se lee, se vive”.