El libro llegó envuelto en un aura de fuego y ceniza. La sangre llama no es solo un título; es un eco perpetuo, una confesión urgente. Vivian Sánchez, su autora, nos invita a un viaje que se desgarra entre los bordes del duelo y la memoria, donde cada página parece hablar desde un lugar en el que la vida y la muerte se estrechan las manos. La narrativa comienza con la despedida abrupta de un padre, un hombre que vive en el recuerdo, un gigante de carne y contradicciones, y avanza como un río que arrastra escombros emocionales, dejando a su paso las huellas de una herida que nunca termina de cerrarse.
El duelo tiene una forma extraña de abrir fisuras en la realidad, de convertir el tiempo en un espacio líquido donde los recuerdos flotan entre el dolor y la añoranza. Para Vivian Sánchez, La sangre llama fue ese puente de traducir lo intangible en palabras que duelen y curan. Publicado por Los Libros del Perro Editorial, esta obra poética no solo es un homenaje a su padre, sino también un ejercicio brutalmente honesto de enfrentarse a los espectros que deja la pérdida.
«El proceso fue largo», confiesa Vivian mientras sus dedos juegan entre sí. Su voz lleva una mezcla de serenidad y peso, como si aún hablara desde las profundidades de esa travesía emocional. «Cuando terminé y se publicó mi libro Santorini en 2021, pensé que ya había vaciado todo lo que tenía dentro. Pero apenas empezó la promoción y la gira de esa obra, La sangre llama comenzó a gestarse. Fue inevitable. Tres años después, finalmente ve la luz, aunque este poemario tiene varias versiones porque soy muy exigente conmigo misma al trabajar».
La palabra «exigente» se siente casi ligera para describir el peso de lo que la autora enfrentó. “Fue doloroso. Este libro está escrito en memoria de mi padre, quien falleció hace siete años. No es fácil plasmar el lado oscuro de la muerte, pero sí es necesario hacerlo con franqueza. Es parte de la vida. Hay que explorarla, adentrarse en esas sombras”. Cada verso, cada imagen, parece arrancado de las raíces de su ser, como si al escribir hubiera cortado directamente las fibras de su alma.
Más allá del desahogo personal, La sangre llama es también una obra que interpela al lector. Vivian asegura que su intención nunca fue dictar emociones, sino abrir un espacio donde cada persona pueda encontrarse a sí misma. «El lector va a experimentar bajo su propia experiencia. Hay que abrirse al dolor y vivirlo, sentirlo. Esto genera empatía. Como mexicanos, estamos culturalmente muy cerca de la muerte. Lo sobrenatural es algo común en nuestras vidas, y en cierto modo, en cada uno de los cantos del libro, esa cercanía está presente”.
Su voz se pausa un momento, y su mirada parece perderse en algún punto entre el presente y el recuerdo. La sangre llama no es solo un libro, es un llamado, un recordatorio de que la vida y la muerte no son opuestos, sino extremos de un mismo hilo que todos estamos condenados a recorrer. «Escribir esto fue como caminar por un túnel oscuro», admite, «pero al final del túnel había luz. Espero que mis lectores encuentren su propia luz también».
La conversación se convierte en un eco de su obra: un acto de exploración íntima, de abrir puertas hacia lo desconocido. Quizá, en ese abrirse, radica el verdadero poder de La sangre llama: no responde preguntas, pero obliga a enfrentarlas.
La estructura de La sangre llama es un viaje meticulosamente planeado, pero profundamente visceral. Vivian Sánchez describe los cantos de su libro como cronológicos, un hilo conductor que guía al lector desde la noticia devastadora de la muerte de su padre, pasando por la infancia de él y la suya propia, hasta un final que muta en forma de cuento. “Me gusta llevar de la mano al lector, ser una guía”, explica. Así lo hace, tejiendo su narrativa con elementos tan diversos como la mitología griega, los clásicos literarios y toques de erotismo que sorprenden por su osadía en un poemario marcado por el duelo.
“Hay algo casi irreverente en escribir poemas eróticos en un libro sobre la muerte de mi padre”, dice, y es imposible no notar la chispa en su mirada. “Pero es que, ¿de dónde vienen nuestras percepciones eróticas y sexuales si no es de nuestros padres? Así que no me voy a meter en discusiones freudianas”. La afirmación no solo desnuda una parte de su proceso creativo, sino que también subraya la valentía de enfrentarse a los temas tabú con una honestidad desarmante.
La obra, en su esencia, es también un espejo. Vivian confiesa que muchos de los poemas surgieron como herramientas de exploración. “Fíjate, casi no recuerdo mi infancia. La literatura se convierte en una forma de excavar en esa memoria que es abstracta y ambigua. Escribir poemas como El deseo de la niña fue fuerte, pero necesario. Al final, quería que el lector pudiera identificarse con algún suceso, sentimiento o emoción”. Esa capacidad de conectar con lo íntimo, de hurgar en las profundidades de las emociones humanas, es lo que hace que La sangre llama sea un texto tan inquietante como universal.
Sin embargo, detrás de esta catarsis poética hubo resistencia. Una lucha interna que prolongó la publicación del libro durante años. “No quería soltarlo”, confiesa. “Había algo que yo no podía ver, pero sabía que soltarlo era como perder a mi padre por segunda vez. Esa resistencia se convirtió en un bloqueo, una especie de nudo emocional que me tomó tiempo desatar”. En sus palabras, se percibe un eco del proceso de duelo que describe en el libro, ese ir y venir entre aceptar la pérdida y resistirse a ella.
Vivian encuentra ahora un refugio en la escritura de cuentos, como una forma de salir, aunque sea temporalmente, de las profundidades emocionales que implicó La sangre llama. “Escribir este libro fue como entrar en un túnel interminable. Ahora siento que necesito luz, algo más ligero, algo que me permita respirar de nuevo”. Pero incluso en su búsqueda por nuevos horizontes, la intensidad de su voz permanece intacta. La sangre llama no solo es una obra literaria; es una exhalación profunda, un acto de valentía que expone las raíces del amor, la pérdida y la complejidad de ser humano.
En un mundo que a menudo corre demasiado rápido para detenerse a escuchar, Vivian Sánchez se atreve a escribir poesía. En una época en la que este género literario es relegado como un vestigio del pasado, ella lo reivindica con fuerza. «La poesía en los tiempos modernos es el género menospreciado», afirma con firmeza, pero añade: «A lo largo de la historia, es la poesía la que ha prevalecido y seguirá haciéndolo. La poesía es la historia del corazón del hombre”. La sangre llama es, sin duda, una pieza vibrante de esa historia.
Para Vivian, el arte no solo es una herramienta de expresión, sino un acto de liberación. «El arte libera», dice, y lo hace desde la sinceridad más profunda de quien sabe que las palabras no solo cuentan historias, sino que sanan heridas. En su caso, esta obra es más que un libro; es una carta de amor a su padre, una despedida, un último acto de reconciliación. “No tuve la oportunidad de estar con mi padre en sus últimos días. Con este libro le digo lo que no pude. Es mi carta de amor hacia él. Una despedida. Un último acto de amor”.
La poesía de Vivian no busca respuestas, ni cerrar capítulos de forma definitiva. Es más bien un espacio donde lo inconcluso puede encontrar su lugar, donde el dolor y la belleza coexisten sin necesidad de explicaciones. Así, La sangre llama se alza como un testimonio atemporal de lo que significa amar, perder y seguir viviendo. En sus páginas late no solo el corazón de una hija que recuerda, sino también el de un lector que, inevitablemente, encontrará reflejos de su propia historia.
Al despedirme de Vivian, sus palabras aún flotan en el aire como un verso que no se quiere terminar: «La poesía es el pulso de lo humano. No importa cuánto cambien los tiempos, siempre habrá alguien que escuche”.