Por Armando Noriega
A las afueras de Lima, entre calles que respiran el caos urbano y la resistencia cultural, nació Raúl Manuel Cortéz Meléndez, mejor conocido como Papicha. Su historia no solo es una crónica del hip-hop peruano, sino una odisea de reinvención constante, de rap convertido en catarsis, y de un joven que moldeó su destino a golpe de rimas y batallas. A los 12 años, cuando otros niños aún jugaban en las esquinas, Papicha encontró en el rap una brújula para navegar su propia vida.
Papicha no es un hombre de cifras, pero mencionar que tiene ocho álbumes en plataformas digitales y seis más esperando ser liberados da una idea de la vastedad de su obra. Cada uno refleja una sensibilidad social y una búsqueda constante por evolucionar.
Comencé rapeando en el colegio, me cuenta, mientras el semblante de su rostro parece traerlo de vuelta a esas aulas que resonaban con el eco de los primeros beats. Lo hacíamos por competir entre nosotros. En ese tiempo había pocas pistas en Internet; encontrábamos una o dos, y nos decíamos: cada uno va a escribir una canción y el viernes la interpretaremos todos con esa única pista. El mejor se queda se queda con ella. Era un juego, un ritual, pero también una semilla.
Sin embargo, hubo un momento que trascendió lo competitivo y marcó su destino. Recuerdo que un Día de la Madre escribí una canción para mi mamá. La rapeé frente a los presentes, y no solo la conmoví a ella; hice llorar a otras madres. Fue ahí cuando entendí que podía generar algo más que rimas: tocar emociones profundas, transmitir algo que no cualquier artista cuenta con el poder de expresar. Desde entonces, el rap dejó de ser solo una herramienta creativa; se convirtió en un medio para construir, para inspirar un pensamiento diferente en quienes lo escuchaban.
La poesía fue el preludio. Previo a adentrarse en el mundo del rap, Papicha moldeaba palabras en versos íntimos, alejados del ritmo, pero llenos de intención. «Inicié escribiendo poesía antes de comenzar en el rap. Ahora tengo una página llamada Poetrysaveshumans y un proyecto de 50 poemas. Me encanta la poesía, comparte con un tono que revela que este amor nunca se ha extinguido. Aún esto, aclara que su obra no busca refugiarse en la dulzura del lirismo. «No toda mi dirección va encaminada a la poesía, más bien a la crudeza de la realidad, aunque siempre la mezclo con mucha literatura a la hora de transmitir.
Ese enfoque literario lo acompañó en cada paso, incluso cuando llegó el momento de darle una voz al papel. En 2014, Papicha grabó La Libertad del Lenguaje, su primer álbum de estudio. Fue tiempo después de haber escrito y grabado mi primera canción, explica, recordando sus días como parte de Antídoto Social. Esa primera canción fue Sentimientos Ficticios. La grabé con Herrera, quien me vendió un disco de beats y me permitió grabar en su estudio. De ahí todo partió, y la trascendencia de mi primera producción a la segunda fue enorme.
La evolución continuó con nombres que marcaron un antes y un después en su carrera. Trabajé con Primobeatz, quien colaboró con figuras importantes como Canserbero y McKlopedia. Eso transformó todo para mí.
Pero antes de los estudios profesionales, las primeras presentaciones de Papicha ocurrieron en el lugar donde todo empezó: el colegio. Fueron por allá del 2013, entre las paredes de un aula y frente a un público que no sabía si me aplaudía o me desafiaba. Ese era el terreno donde nació su voz, la misma que más tarde resonaría mucho más allá de aquellas aulas.
Papicha habla con una serenidad que contrasta con la crudeza de sus letras. La experiencia y la seguridad con las que me expreso hoy son diferentes. La vida misma transforma el contenido lírico; ahora es más vivido. Sé lo que quiero decir, y lo hago con frialdad, explica mientras reflexiona sobre su proceso creativo. Su voz, como artista, no solo ha evolucionado en contenido, sino también en formas. En Argentina he experimentado con géneros que no había explorado antes. Esto, como artista, es una evolución musical.
El deseo de reinvención lo ha llevado a terrenos sonoros inesperados. Había trabajado con bomb bap, jazz, dembow con artistas de reggae, y drill. Pero en Argentina he explorado trap, reguetón y flamenco. Eso sí, nunca desligándome de mi estilo ni de mi agresividad, recalca con firmeza.
Esa expansión de horizontes quedó inmortalizada recientemente con la sesión que grabó en El Triángulo Estudio, un hito en su carrera. Es un sueño cumplido, dice con una satisfacción que, por un momento, suaviza su tono habitual.
El Rey del Hardcore como filosofía
Sin embargo, si hay un momento que marcó su carrera y definió su filosofía, fue en Chile, en 2016. Estuve con Marcelo, con Carma Crew, y ahí grabé un EP. Lo hice en una sola toma, algo que siempre admiré de artistas como el mexicano 777 y Canserbero. Esa habilidad de grabar una canción en una sola toma y que suene igual en vivo siempre me fascinó.
Fue ahí, entre las cuerdas vocales desgarradas y la energía visceral, donde nació The King of Hardcore. El Rey de Hardcore no es solo un apodo, es un estado mental. En Santiago grabé el disco que lleva ese nombre, y desde entonces mi música ha tenido esa intensidad como bandera, concluye con una sonrisa que mezcla orgullo y desafío.
El camino hacia la FMS Perú fue un camino de resistencia, tanto física como emocional. Cuando descubrí el freestyle y las competencias, era algo mucho más crudo, en 2016. Todo era dinero y respeto. Hoy se ha industrializado, pero el proceso sigue siendo intenso. Viajé por todo el país durante dos años y medio, enfrentándome a jornadas de 20 horas de viaje, sin dormir, solo para sumar puntos, recuerda con una mezcla de orgullo y agotamiento.
En este trayecto, la única constante fue su fe en sí mismo. La única persona que confía en ti eres tú. Nunca he dejado de confiar en mi proyecto, dice con una firmeza que es casi tangible.
La evolución como competidor llegó con el tiempo. Aprendes a manejar las emociones en el escenario. Al principio es un caos; después, con entrenamiento, se convierte en una guerra. En el escenario, tu oponente es tu enemigo, pero fuera de ahí seguimos siendo amigos y colegas. La clave está en la concentración.
Hay una dualidad interesante en su trabajo: el freestyle como una batalla y la música como un refugio. En una batalla, destruyes a alguien; en la creación musical, edificas el alma, explica con claridad. Esa diferencia marca la profundidad de su conexión con el arte.
Más allá del escenario, el rap para él es una herramienta de denuncia y construcción social. El rol del rap en las luchas sociales cambia día a día, como uno mismo. Pero nunca pierdo de vista mis raíces, mis principios. Analizo la realidad desde el presente, porque las emociones son como disturbios: intensas, pero pasajeras si no las encausas, reflexiona.
Su vida está entrelazada con el arte de formas diversas. Soy clown, actor, comunicador audiovisual, bailo hip hop y soy graftero. En cualquier espacio del arte me siento como en casa. Mi alma necesita expresarse, confiesa, dejando en claro que el arte no es solo su profesión, sino su esencia misma.
Cada palabra, cada rima, cada obra que crea lleva consigo una declaración: el arte tiene el poder de transformar. Desde las batallas más crudas hasta los momentos de introspección creativa, su viaje es una manifestación de resistencia, evolución y autenticidad.
El arte no es solo un camino; es mi casa, mi voz y mi bandera. Mientras tenga algo que decir, nunca dejaré de buscar nuevas formas de expresarlo.
Un artista en constante movimiento, llevando consigo no solo su talento, sino la capacidad de inspirar y resonar en quienes lo escuchan.

