Por Armando Noriega
«Vivir con el narco» es un retrato desgarrador y profundamente humano de la cotidianidad mexicana bajo el yugo del crimen organizado. No es solo un compendio de crónicas, sino un espejo que nos obliga a enfrentar la realidad como país, cuestionando la inacción de las autoridades y nuestra propia indiferencia. Manu Ureste logra, con un periodismo valiente y sensible, dar voz a quienes sufren en silencio, convirtiendo cada página en un llamado urgente a la reflexión. Un libro imprescindible para entender dónde estamos y hacia dónde debemos ir. Son las cicatrices de un México que clama por justicia y cambio.
Manuel Ureste (Murcia, España, 1982) es licenciado en Periodismo con Maestría en Relaciones Internacionales por la Staffordshire University, en Reino Unido. Ganador del premio Ortega y Gasset, y del Premio Nacional de Periodismo en México por la investigación periodística La Estafa Maestra. Fue finalista del Premio García Márquez como coautor de la investigación «Aprender a vivir con el narco», y ganador del premio Rostros de la Discriminación por el especial «Plan Frontera Sur: Una Cacería de Migrantes». Desde 2012, forma parte del equipo de periodistas de Animal Político; medio digital independiente donde publica investigaciones, reportajes, y crónicas sobre corrupción, crimen organizado, migración y violaciones a derechos humanos en México.
¿Por qué embarcarse en un trabajo tan riesgoso como el de cubrir el crimen organizado en México?, le pregunto mientras ajusto el grabador de voz. Manu sonríe, ya tiene la respuesta ensayada, pero no por eso menos auténtica.
“La idea surge en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara del 2022”, comienza. “Presenté La estafa maestra por allá, y mi editor de Penguin Random House me preguntó acerca del futuro. Le conté que tenía una base de crónicas publicadas en Animal Político e incluso varias inéditas, que no habían salido a la luz, sobre mi trabajo como cronista y los temas de violación a los derechos humanos y el crimen organizado. Lalo Flores, mi editor, me dice que suena interesante, también porque contaba con fotografías que yo mismo había tomado. Fue entonces cuando surgió la idea: ¿por qué no publicamos un libro?”
Hace una pausa breve, dejando que el recuerdo se acomode en su narrativa. “Meses después, me sumergí en el trabajo de revisar esos textos, editarlos, ampliarlos. Por ejemplo, la crónica El precio de la bestia, que viene en el libro, era un texto que no se publicó como tal, solo como una nota muy cortita. A partir de esa conversación con mi editor, se fue construyendo este mosaico de crónicas y retratos de distintos años, un resumen de mis 12 años de periodista”.
En la videollamada, le pregunto cómo lidia con el riesgo inherente de este tipo de periodismo, de estar tan cerca de una realidad que cobra vidas todos los días.
“Es parte del oficio”, responde, su tono sereno, con un matiz que denota respeto por el peligro. “Más en México, un país bastante violento, especialmente contra la prensa. Pero tampoco quiero que se piense que soy un Indiana Jones o un superhéroe que llega a Ciudad Juárez preguntándole a cualquier chavo si es sicario o no. Este tipo de trabajo requiere de muchas fuentes, investigaciones y análisis sobre qué es factible cubrir y qué no”.
Hace una pausa, como quien calibra el peso de sus palabras. “Hablo mucho con mi director general en Animal Político y con mis editores sobre si un tema es asumible o no. También, con periodistas aliados en ciertos puntos del país, para saber qué tan viable es moverme en ciertas áreas. Es cierto que a veces hay que improvisar, pero la improvisación nunca debe ser la primera opción. Siempre trato de evitar riesgos innecesarios”.
Manu se recarga en la silla y su mirada se pierde un instante, parece que las palabras que va a decir tuvieran que pasar primero por algún filtro interno. “El epílogo de este libro…”, comienza, “es quizás la parte personal. Hablo de la salud mental, de lo que sueño como reportero al cubrir estos temas, y arranca con mis pesadillas más recurrentes. Todo empezó en 2015, cuando cubría casos de fosas clandestinas y desapariciones. Después de esas coberturas, empecé a experimentar estrés postraumático. Se convirtió en un trastorno. Fue algo que, como periodista, tuve que enfrentar, porque no desaparece solo”.
Se toma un momento para aclarar, no quiere malinterpretaciones. “No escribí este capítulo para que la gente diga ‘pobrecito’, porque esto que yo viví lo enfrentan millones de personas. Lo hice para romper el tabú que existe no solo en el periodismo, sino en nuestra sociedad en general. Debemos aprender a hablar de la salud mental sin miedo ni vergüenza, a ser conscientes de que pedir ayuda profesional no es una debilidad, es una necesidad”.
El tono se vuelve reflexivo cuando le pregunto si este periodismo —estas crónicas, estas historias que exponen lo más crudo de la realidad— puede generar un cambio en la sociedad.
“La idea es, desde luego, generar un cambio”, responde. “Pero si por cambio entendemos que mañana mismo el Gobierno Federal destine el doble de presupuesto a la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas, pues obviamente será difícil. Mira, en otras investigaciones y libros que he hecho, como La estafa maestra, que fue un best seller, documentamos un sistema de corrupción monumental y ganamos muchos reconocimientos. Pero no ha pasado nada. Nadie ha rendido cuentas ante la justicia”.
Manu hace una pausa, y sus palabras caen con un peso casi tangible. “Pero algo sí ha cambiado: la gente sabe. La sociedad sabe lo que fue La estafa maestra. Ese era el objetivo como periodistas. Nuestro trabajo no era tumbar un gobierno ni encarcelar a Enrique Peña Nieto. Era poner la verdad en las manos de la gente”.
“Con Vivir con el narco pasa lo mismo”, dice, y su voz se endurece, llena de una mezcla de frustración y determinación. “Este libro es un grito. Un grito de rabia, de advertencia, de indignación ante la impunidad y el olvido hacia las víctimas. Es también una advertencia: hoy, cualquiera de nosotros puede ser el protagonista de estas historias. En esta guerra contra el narco que empezó en 2008 y que sigue hasta la fecha, todos estamos en riesgo”.
Cuando menciono el gobierno de Andrés Manuel López Obrador y su estrategia sobre el crimen y la seguridad, es inevitable pensar en la famosa frase: «abrazos, no balazos». “Una estrategia que, en mi opinión, no dio resultados. La violencia en México es innegable, imposible de maquillar con discursos o frases célebres. Durante su administración, AMLO culpó constantemente a los medios de ser neoliberales y encontró cualquier cantidad de excusas. Pero la realidad está aquí, tangible y cruel, con masacres y un país desgarrado”.
Continua: “Tomemos Chiapas como ejemplo. Es un estado que históricamente ha enfrentado conflictos: tráfico de migrantes, el EZLN, tensiones políticas. Pero hoy, la situación es otra. Grupos del crimen organizado están sembrando el terror en comunidades que jamás habían vivido algo así. No solo es Chiapas: Zacatecas, Guerrero, Guanajuato… la lista sigue. Ni la guerra de Calderón ni los “abrazos, no balazos” de Obrador han funcionado. Para ser claro, esa frase fue solo eso: una frase no una estrategia como tal. Pero las estrategias militares para combatir al crimen organizado continuó siendo la misma. Los resultados son los que vemos hoy: un país atrapado en la violencia”.
Ahora, con el inicio del sexenio de la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, el panorama no parece muy distinto. Está Omar García Harfuch y sus estrategias de inteligencia, que incluyen operaciones como la denominada «enjambre». “Es algo muy espectacular, pero habrá que esperar para verificar si realmente funciona. Y, ojo, ojalá funcione. Nada me gustaría más que presenciar una estrategia de seguridad efectiva en este país”.
“Por otro lado, mi crónica México destruyendo el futuro contradice directamente lo que el expresidente AMLO afirmó: que los jóvenes ya no quieren formar parte de estos grupos delictivos. Eso es mentira. Lo digo con datos. Estas becas, aunque seguramente han sido de gran ayuda para algunos, no han resuelto el problema. Durante su administración hubo más jóvenes que huyeron a Estados Unidos, más jóvenes asesinados, más jóvenes detenidos por crímenes, y todo esto superando incluso los números del gobierno de Peña Nieto”. Afirma Ureste
Prosigue: “Ahí es donde entra el periodismo. Para desmentir, para criticar, aunque les incomode. No dudo que AMLO tuviera buenas intenciones, que realmente creyera que otorgar becas a jóvenes sin oportunidades era una solución. Seguramente, estas becas sí beneficiaron a muchos, y estoy seguro de que hubo quienes supieron aprovecharlas. Pero como estrategia para combatir la violencia, no fue suficiente. No atacó la raíz del problema, y los resultados están a la vista”.
La centralización en la Ciudad de México, dejando a los Estados en el abandono, es un mal histórico. Desde el Porfiriato hasta la actualidad, todo parece girar en torno a la capital. Lo que no sucede en la CDMX, simplemente, no existe. “Es un patrón que se repite en muchos países, como en mi país, España, donde Madrid se lleva toda la atención. Aquí es igual, y no hay señales de que eso vaya a cambiar”. Aclara el autor de Vivir con el narco.
Pero más allá de la centralización, quiero cerrar hablando de algo que escuchamos desde hace años y que me revuelve cada vez que lo oigo: “se matan entre ellos”. “Es una mentira cruel y peligrosa, una frase que se popularizó durante el sexenio de Felipe Calderón y que perpetúa una idea falsa: que mientras no te metas, no pasa nada. La realidad es otra. Hoy el “ellos” ya también somos “nosotros”. ¿Quién no conoce a alguien, un vecino, un familiar, un amigo, que haya sido víctima de cobro de piso, que evite ciertas carreteras por miedo a retenes, o que haya cambiado la rutina de sus hijos por temor a la violencia? La inseguridad no distingue. La violencia no pide permiso. Se nos ha infiltrado hasta por debajo de las uñas, y ahora es nuestra realidad cotidiana”.
Manu Ureste cierra la charla con una reflexión que trasciende todo lo discutido hasta ese momento, llevando la conversación a un nivel profundo: El panorama no pinta fácil, eso es innegable. Pero quiero ser claro: Vivir con el narco no es un libro que chorree sangre. No es un espectáculo morboso sobre cárteles o sicarios. Es un testimonio humano, profundamente respetuoso con las víctimas, y un grito de dignidad ante la indiferencia. No es solo un retrato de nuestra guerra, es una advertencia. Porque, aunque hoy contemos estas historias, mañana podríamos ser los protagonistas de una de ellas”.