Últimos días en el Puesto del Este

Por Armando Noriega

Desde los primeros días, el Puesto del Este se va construyendo como un espejo desquebrajado de lo que alguna vez fue la vida. Cristina Fallarás teje aquí una novela que es menos refugio que trampa, menos historia de resistencia que desmoronamiento en cámara lenta. Sus personajes –en especial la voz de la narradora– son tan solo siluetas enfrentándose a los residuos de sus vidas y a una catástrofe que, aunque inminente, ha perdido su rostro.

Podría decirse que Últimos días en el Puesto del Este es una obra postapocalíptica, pero el término suena vacío en comparación con la complejidad de la prosa de Fallarás. Aquí el apocalipsis no es una explosión, un estallido de violencia o una rebelión de horrores; es, por el contrario, una marcha lúgubre en la que el tiempo deja de tener sentido, donde las certezas de antaño, las mismas certezas que daban al amor y a la amistad su forma, han sido reemplazadas por sombras y vacíos.

No se trata de sobrevivir a un sitio. Fallarás crea una especie de limbo donde el verdadero antagonista es el desgaste. La narradora, atrapada entre sus recuerdos y su necesidad de subsistir, recurre a una épica del silencio. Ella misma se convierte en una voz que vibra con la desesperación del lugar, una presencia que remueve, como lo haría una estocada precisa, el anhelo de la vida pasada y la desazón de un presente sin garantías.

El Puesto del Este, en ese sentido, se presenta como una alegoría del yo en crisis: una estructura aparentemente sólida que, a medida que avanza la trama, se revela una fortaleza construida sobre arenas movedizas. Cristina no solo expone la tensión constante de sobrevivir en el exterior, sino, la devastadora e íntima batalla de la protagonista contra la inminente disolución de su propio significado de identidad.

La pluma de la autora española navega con precisión entre lo sublime. Describe escenas de ternura casi espiritual, y en la página siguiente nos arroja a un abismo donde la violencia emerge en gestos triviales, en detalles que nos incomodan y nos recuerdan que el fin de la civilización, como la muerte, rara vez llega de golpe. Cristina demuestra un dominio impresionante para retratar esta clase de sufrimiento, el sufrimiento de quienes deben reducir sus vidas a actos mínimos, banales incluso, para conservar una pequeña parcela de dignidad. Todo esto, con la gracia de quien ha sabido observar en el horror algo más que el grito.

En calidad de lectores, no podemos evitar preguntarnos si, como en los grandes dramas de los personajes de Beckett, los Últimos días en el Puesto del Este es también una farsa existencial, un escenario donde todos se resignan a un papel que poco a poco comienza a perder sentido. La protagonista misma vive y muere una y otra vez en cada escena, en cada día que pasa sin que el Capitán regrese. En sus palabras, entre el hambre y la fatiga, se filtra una duda demoledora: ¿cuánto más podrán los humanos soportar el peso de ser, al fin, solo humanos?

Últimos días en el Puesto del Este no es una lectura fácil. Ni pretende serlo. Pero en su tenacidad y crudeza, Fallarás entrega una obra que, como toda buena literatura, no nos deja intactos. Aquí, la pregunta no es cómo sobrevivir en el fin del mundo; la pregunta es, ¿quién seremos cuando ya no quede mundo donde sobrevivir?