Por Armando Noriega Fotografías Fernanda Sofía Zamora
El sábado por la noche estaba en otro concierto, en el Auditorio Nacional, viendo a Juanes. Un plan que parecía ajeno a todo caos, a toda fractura. Las luces eran precisas, la acústica impecable. El público entregado, coreando “La camisa negra” como si fuera el himno de una generación que aún se resiste al olvido. Mientras eso pasaba, mientras los celulares grababan el momento cumbre para el archivo eterno de las redes, yo sabía que en otra parte de la ciudad, el Axe Ceremonia sucedía.
Lo sabía por lo mediático, por lo inevitable que resulta enterarse. Porque hoy no hace falta estar en un sitio para vivirlo a través de los demás. Porque nos toca vivir conectados a una realidad que a veces no elegimos. Pero no sabía, al menos no del todo, lo que realmente estaba pasando allá. No fue sino hasta que salí del Auditorio, cerca de las once, cuando el celular encontró por fin una señal firme, que comenzaron a llegar los mensajes, los encabezados, las historias confusas.
Como buen periodista, no pensé en el boleto ni en el headliner. Pensé en la banda. No la que toca, sino la otra banda: lxs fotógrafxs, periodistas, editores de medios independientes como el mío, encargados de medios culturales, de esos que se construyen con las uñas, con pura voluntad. Pensé en los compas que estaban ahí, cámara en mano o libretita digital en el bolsillo, esperando conseguir material, testimonios, ángulos. Pensé en quienes cubrieron jornadas eternas, a pie firme, sin paga alguna, bajo la promesa habitual de “exposición”, ese sueldo simbólico que no llena la panza ni paga la renta.
El problema no es nuevo, pero cada evento como éste lo vuelve a poner sobre la mesa: no se puede seguir sosteniendo la cultura con trabajo gratuito. No se puede seguir pidiendo profesionalismo a cambio de nada. No podemos seguir funcionando como engranes invisibles que se oxidan en el sistema mientras los reflectores apuntan siempre a los mismos.
Detrás de cada festival hay una maquinaria de trabajo que rara vez aparece en los agradecimientos. Gente que no está por vanidad, sino por oficio. Que no quiere “acceso VIP”, sino condiciones dignas. Que no exige lujos, sino justicia. Porque el periodismo, el arte visual, la documentación, la narrativa cultural no son hobbies. Son trabajos. Y como tales, merecen ser pagados.
Decía Jimmy Breslin que el periodismo era ir a donde está la gente que nadie escucha, hablar con los que nadie entrevista. Pero hoy, a veces, somos nosotros los que no tenemos voz. Los que narramos todo, menos nuestra propia precariedad. Porque incomoda. Porque hablar de dinero en la cultura parece un pecado, una traición al “amor por lo que haces”.
Pero basta. Entre todos y todas tenemos que construir una ética distinta. Una donde el trabajo no remunerado deje de ser la norma. Una donde la cultura se sostenga con dignidad, no con sacrificio. Una donde los festivales no se construyan sobre las espaldas cansadas de jóvenes trabajadores de prensa que terminan el día sin comida, sin pago y sin reconocimiento.
Yo no estuve en Axe Ceremonia. Pero muchos de los míos sí. Y sé lo que dolió. No solo la falta de artistas o de organización. Lo que más dolió fue confirmar que seguimos siendo los últimos en la fila, incluso cuando somos los primeros en llegar y los últimos en irnos.
No es un reclamo de ego. Es una demanda colectiva por respeto. Queremos seguir contando las historias. Pero también queremos tener una propia, donde no tengamos que elegir entre la vocación y la supervivencia.
Porque las luces del escenario no alcanzan a iluminarnos a todos.
Y ya va siendo hora de que eso cambie.
Este texto también es para ellos, para Bere, para Miguel. Para los colegas que partieron en silencio, cargando cámaras, cuadernos, micrófonos y sueños que muchas veces no cabían en este sistema que no supo darles lo mínimo. Que sirva esta crónica como memoria viva de su labor, y como una exigencia urgente para que ninguna otra vida dedicada al arte, al periodismo o a la cultura vuelva a ser ignorada, explotada o descartada. Que no sea en vano lo que hemos visto y vivido. Que su ausencia nos empuje a transformar esta historia, juntos.




