RAP, IDENTIDAD Y RESISTENCIA: ENTREVISTA CON TINK

Por Armando Noriega


Me conecté a la hora acordada con Luyara, nos acompañó Jennifer Parker, su manager. Tink, con una mirada que parece entrelazar los recuerdos como quien desenreda un hilo antiguo. Habla pausadamente, eligiendo con precisión cada palabra, tal vez para no perder el peso de la historia que lleva dentro. “Mi llegada al rap no fue algo planeado”, dice. “Fue surgiendo por una necesidad de expresarme”.

Su historia comienza en Brasil, aunque apenas lo recuerda; tenía solo cuatro de edad cuando su madre, en un acto de valentía y soledad, decidió migrar con ella. Se trasladaron con una maleta de sueños y desafíos, y al llegar, el mundo que encontraron era extraño, sin embargo, terminó siendo su hogar. Su voz se torna más suave al mencionar al hombre que la crió: no su padre biológico, pero sí el padre que la vida le ofreció. “Pienso que de esos 28 años hasta hoy todo se ha transformado, muy en específico la cuestión de la afrodescendencia; en ese tiempo, todo era muy nuevo”, explica, sugiriendo cómo las palabras y los ritmos del rap comenzaron a ser su manera de hacerse visible en un entorno que empezaba a reconocer identidades como la suya.

Cuando era niña, se mudó con su familia a un pequeño pueblo, lejos de la capital, rodeado de campos y un ambiente ajeno a la diversidad. Fue un cambio abrupto y, en medio de él, descubrió el peso de su identidad. “Sufrí bastante racismo en el colegio, y no solo yo, mi mamá también”, recuerda. Aunque ella es mestiza, su madre era negra, y en aquellos entornos rurales, la diferencia no pasaba desapercibida ni perdonada.

La adolescencia le trajo una amiga inesperada y una vía de escape. Conoció a una chica en el equipo de básquet, una amistad que le mostró el universo del graffiti, ese arte callejero que también funcionaba como una respuesta a lo que otros intentaban imponer. “Ella fue quien me llevó a ese mundo”, comenta. Empezaron pintando juntas, dejándose llevar por la adrenalina de las madrugadas y los muros en blanco. Para entonces, sus amigos ya la alentaban a dar el siguiente paso: “Ellos me decían que tenía que rapear porque soy re arisca y siempre contestando a todo”, dice, con una sonrisa apenas contenida.

Al principio, fue un juego, un ir y venir de palabras improvisadas, intercambiadas entre risas con sus amigos. Pero el rap empezó a tomar una forma más seria. Se encontró recorriendo distintos puntos de la ciudad para pintar y compartir rimas. Finalmente, un día dio el salto: decidió inscribirse en una competencia de freestyle en la plaza, el lugar donde, por fin, su voz encontraría el eco que buscaba.

Al preguntar por las problemáticas en su país referente a los actos clasistas ella suelta una risa breve, entre irónica y resignada, antes de continuar. “Acá lo ocultan mucho”, comenta, refiriéndose al racismo en Latinoamérica y Argentina, como si estuviera desvelando una verdad incómoda que la mayoría prefiere evitar. “Van con el discurso de que acá recibimos a todos, que somos iguales, pero ya te ven un poco diferente y te rechazan todo el tiempo”.

Su experiencia es una sucesión de preguntas que buscan recordarle que, aunque ha vivido aquí casi toda su vida en Argentina, su lugar siempre estará en duda. “Vos no sos de acá”, le dicen. Si la respuesta es sí, que se es de aquí, sigue el interrogatorio: “¿Y tu mamá? ¿Y tu papá?” Incluso con una carcajada describe la absurda extensión de aquellos cuestionamientos. “¿Y tu perro?” agrega entre risas, aludiendo a lo insólito del esfuerzo por extranjerizar cada parte de ella. “Siempre hay algo”, dice, como quien señala una herida invisible, siempre hay algo para recordarte que no sos de acá, por más que lleves todo este tiempo viviendo en Argentina”.

El fútbol lo detona más”, dice, refiriéndose al racismo que aún persiste y que, en el deporte, emerge con particular crudeza. “Se nota demasiado en los pases y las compras de chicos afros. Les explota la cabeza que haya un negro jugando para España”. Piensa en Vinicius Jr., el jugador brasileño cuya experiencia de discriminación racial en los estadios fue un escándalo internacional. “La comunidad de Brasil lo ha apoyado, pero acá, en Argentina, es otra historia”, explica. Para ella, en el ámbito artístico y el hip hop, la situación no es diferente. “Los espacios para gente como yo hay que pelearlos mucho”, continúa. Hay una especie de admiración selectiva, un interés superficial. “Me interesa tu cultura, tu peinado, tu música”, recuerda, imitando la voz de esos comentarios hipócritas. “Pero no me gusta tu cara. Me gustaría que fueras rubia de ojos celestes”.

Este fenómeno, lejos de ser exclusivo de Argentina, se replica en otras partes de Latinoamérica, especialmente en México. Allí, la discriminación se dirige principalmente a las comunidades indígenas, un desprecio disfrazado de reconocimiento distante. Se reconoce, se aplaude, pero te quieren en la distancia. Recuerda su visita a la capital mexicana y el cómo conoció el Museo Comunitario Afromexicano. En el recinto, la directora le mostró colecciones enteras sobre personas afrodescendientes y originarias, abordando los mismos temas que ella enfrenta, incluso en el ámbito musical.

Fue allí donde conoció a Mare Advertencia Lirika, una rapera indígena cuyo estilo frontal y sin concesiones le resultó profundamente familiar. “Ella te rapea las cosas así, en la cara, tal cual son”, dice, admirada. En su trabajo, Mare habla de las mismas luchas que ella conoce bien: la desvalorización, la constante batalla por la dignidad en un espacio que a menudo le ofrece solo aplausos vacíos o sueldos menores, como si su identidad fuera algo que debe adaptarse para encajar.

Aún está en proceso de descifrar su identidad, especialmente en un ámbito donde los cimientos parecen ser tanto una fortaleza como una expectativa impuesta. “Me dicen mucho que tengo que usar mis raíces, mi descendencia, mi religión para exteriorizar”, comenta. Pero para ella, esa idea es un arma de doble filo. «Es complicado porque es encasillarte en el condicionamiento de la sociedad o del sitio donde te posicionas”, expresa, con un tono de resistencia que revela una lucha constante. “Si yo me paro acá y digo yo soy negra y esta es mi herencia,te dicen bueno sí, te mandamos un beso, jajao te acomodas o te quedas afuera”. La frase tiene un humor amargo, una realidad cotidiana que conoce bien: la superficialidad de un reconocimiento que exige moldearse para ser aceptado.

Entonces, ¿qué llegó primero en su vida? Sin vacilar, responde: “El hip hop me salvó un montón”. En medio de la incomprensión y la soledad que a menudo implica ser diferente, descubrió en el rap una alternativa que otros no tienen. “Cuando sientes tantas cosas encontradas de la no comprensión del otro, puedes volcarte a las drogas, la delincuencia, a la mala vida”, dice, enumerando caminos que no tomó. En su lugar, halló el rap, o, como aclara, tal vez fue el rap quien la encontró a ella: “Ni siquiera lo elegí, yo siento que el rap me eligió a mí”.

Su llegada a los grandes escenarios, los de Red Bull, fue casi un salto vertiginoso. “Fue muy loco”, admite, recordando cómo pasó de las calles a los estadios. Lo que comenzó como una forma de desahogo —salir a la plaza a rimar ya fuera de enojo o de felicidad— se convirtió en un compromiso de vida. “Verme en el Luna Park o en el Malvinas Argentinas, en lugares donde nunca pensé que iba a llegar rimando”, continúa, visiblemente sorprendida aún por su propio recorrido. “Pasé de la plaza rapeando con cuatro locos a estar frente a diez mil personas”.

En su trayectoria en Red Bull, la presencia en la contienda no fue una meta trazada desde el principio, sino algo que fue tomando forma en paralelo con su propio crecimiento. “Fue sin búsqueda”, asegura. “No existía al comienzo; fue existiendo a lo largo de los años, mientras yo iba surgiendo también”. Con esa perspectiva, observa cómo el torneo fue transformándose junto a ella, evolucionando con el paso. “Mi objetivo no era Red Bull; se iba dando”, explica. La competencia incluso desapareció de la escena por un tiempo. “Red Bull estuvo en 2005 por acá y después se retiró; no lo vieron redituable”, recuerda. Su regreso en 2012 trajo nuevos nombres y un impulso renovado al movimiento. “Regresó en ese año, ganó Sonny, Tata… posteriormente, en el 2015 empezamos a aparecer las pibas”, señala con una sonrisa, como un hito en la historia de las mujeres en el freestyle.

Su rol en Red Bull ha sido versátil, una evolución personal y profesional que sigue su propio ritmo. “Fui todo”, dice entre risas, recordando las distintas etapas en las que ha participado. En 2016 compitió, en 2018 fue competidora y host, y en 2022 se convirtió en jueza. Cada paso le permitió observar de cerca cómo el espacio del freestyle ha cambiado; también, cuánto aún falta por cambiar.

Sobre el racismo, el machismo y el clasismo en la escena del hip hop, se muestra cautelosa. “Espero que progrese”, dice, pero su tono indica cierta frustración. “Para mí, no ha evolucionado en nada”. Su visión del progreso es clara y realista: “Ojalá que en una contienda donde siempre se ven a 16 pibes, por lo menos tengamos cuatro pibas compitiendo”. Aún hoy, observar a más de una mujer en la competencia es raro. Nombra a algunas de las pocas que han logrado una presencia constante: Sara Socas en España, Marithea en Colombia, Azuki en México. “Pero ves, tres chicas en cuántos años”, reflexiona, consciente de los desafíos que persisten para las mujeres en el hip hop.

La carrera musical profesional de la entrevistada ha evolucionado sin prisa pero con una sólida dirección. “Se fue dando todo”, comenta, describiendo cómo en el camino de ser MC, “va todo a la par”. Para ella, ser MC implica ser el maestro de ceremonia: escribir sus propias letras, producir, gestionar cada aspecto de la creación. Ahora, junto a su equipo, se enfoca en “simplificar y unificar lo que se viene en 2025”. Para el próximo año, busca consolidar el trabajo de los últimos diez años, su crecimiento como artista y su versatilidad con la rima. Su visión para esta nueva etapa es clara: mostrar lo aprendido, lo vivido, en una obra física y tangible.

Su trayectoria está llena de colaboraciones, segundas voces, coros y escenarios compartidos con otros artistas y raperos locales, una mezcla de logros y desafíos personales. “Este año fue el más difícil de mi vida”, confiesa, hablando de la reciente pérdida de su madre y de su nueva etapa como mamá. “Ahora estoy unificando estas alegrías y tristezas para crear algo que me represente”. El próximo disco es un proyecto que espera materializar a mediados de 2025 y que, en sus palabras, “no fue en vano todo este dolor”.

En cuanto al contenido y estilo de su primer álbum, promete un homenaje a su madre y algo que resuene con quienes lo escuchen. “Será una introspección, movido para que la gente se identifique, pero que también baile”, explica, con una mezcla de emotividad y ritmo. La estructura y la técnica seguirán siendo fundamentales para ella. En su último rap propio, Palizón, deja apreciar su habilidad para jugar con las palabras y los tempos rápidos. El próximo año se perfila como un periodo de intenso trabajo de estudio y de creación, donde busca plasmar todo aquello que la define.

Al hablar del rap en Latinoamérica, especialmente en Argentina, su entusiasmo es palpable. “Lo veo bien”, asegura, y su mirada parece proyectarse para adelante, hacia un futuro próximo que vislumbra brillante. Observa a una nueva generación de jóvenes artistas que están, como ella en su momento, forjando su propio camino en el rap. Con convicción, predice: “En 2025 el rap explotará acá”. Hay movimiento, afirma, una efervescencia latente que, a su juicio, anuncia que se está “cocinando buen rap” en las entrañas de su país.

Para cerrar, su mensaje es claro y poderoso. Sabe bien de dónde proviene la fortaleza que la sostiene, y la importancia de rodearse de los que admiran verla crecer. “Apoyarse de los primeros fans: la familia, los amigos”, recalca con una seguridad que solo da la experiencia. En sus palabras, el consejo parece tanto una declaración como un recordatorio: el apoyo llega de quienes desean lo mejor para uno, y eso es lo que permite soportar las críticas y continuar. “Cuando es una expresión artística, todo sale”, concluye, dejando entrever su profunda creencia en el poder del arte para transformar. Su vida es prueba de ello, y su música, en cada palabra, cada verso, cuenta una historia de resistencia y autenticidad.