Abrazos, no balazos. Y la barbarie mexicana
Nos hemos acostumbrado a la barbarie. El crematorio clandestino encontrado el pasado 5 de marzo en Teuchitlán, Jalisco, es solo la punta del iceberg de la crisis de inseguridad que vivimos en México. Es innegable que enfrentamos un problema grave y, al mismo tiempo, imposible eximir a las autoridades locales, estatales y federales de su responsabilidad en que esto continúe.
Mientras Alejandro «Alito» Moreno culpa al gobierno de Movimiento Ciudadano por hacerse de la vista gorda y permitir que el crimen organizado opere en Jalisco, Jorge Álvarez Máynez se victimiza sin asumir la responsabilidad del partido que gobierna. Por otro lado, la senadora Andrea Chávez sigue culpando a Felipe Calderón, como si el expresidente siguiera gobernando 12 años después.
El crematorio clandestino en Teuchitlán es solo uno más de los muchos que existen en el país, descubiertos no por las autoridades, sino por la incansable búsqueda de las madres de desaparecidos. En Tamaulipas, en la localidad de «La Bartolina», se encontraron 500 kilogramos de restos humanos en 2021, convirtiéndose en el hallazgo más grande hasta la fecha.
Es mentira que vivimos en un país más seguro y próspero. Es mentira que ya no hay muertos, solo que ahora se les llama desaparecidos. Este es el país donde se les cierran las puertas a las madres de las víctimas, mientras se negocia con los delincuentes.
La semana pasada, la Casa Blanca emitió un comunicado oficial señalando que «existe una relación intolerable entre el Gobierno Mexicano y el narco». La respuesta de la presidenta Claudia Sheinbaum fue inmediata: «Es ofensivo, difamatorio y sin sustento». Nadie pone en duda la capacidad de negociación de la presidenta ni las acciones del secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, quien en los últimos meses ha dado algunas de las batallas más contundentes contra el crimen organizado. Pero pretender tapar el sol con un dedo es un acto de ceguera voluntaria.
Hannah Arendt advertía que el primer signo de que una sociedad está entrando en la cultura de la barbarie es cuando pierde la empatía con la muerte. Normalizar la violencia, las desapariciones y la sangre como parte del paisaje mexicano es haber perdido nuestra humanidad.