Por Sheila Franco
Si escuchas la frase “habitación propia”, ¿en qué piensas? En un cuarto para ti misma o ti mismo, quizá. Yo me pregunté cuántas niñas tienen la posibilidad de vivir su primera menstruación, su primera novela o su primer corazón roto en la privacidad de una habitación propia. La respuesta a mis preguntas resulta escueta, pues solo encontré que 2.1 millones de familias vivían en una sola habitación en 2021. Me pareció espeluznante pensar que lo anterior millones de niñas crecieron (y crecen) sin una habitación propia para hacer lo que mejor les pareciera con esas cuatro paredes, en donde solo deberían existir ellas y sus sueños.
Virginia Woolf propuso en Una habitación propia una tesis muy sencilla: para que una mujer pueda escribir, necesita dinero y una habitación propia. Repensando sus ideas, me propuse que, para que una mujer pueda ser libre, necesita autonomía económica y espacio para sí. Espacio físico y espacio en la imaginación, pues, ¿cómo luchar por la libertad si no se tiene siquiera la creatividad para imaginarla?
Dejando de lado la poesía y aterrizando en la realidad de 67 millones de mujeres, es un hecho que la mayoría no cuenta y nunca ha contado con su habitación propia. Así que en mi listado de preguntas llegué a cuestionar por 2 vías: ¿cuántas mujeres son autosuficientes económicamente? Y ¿cuántas mujeres sufren violencia en su hogar, en su habitación propia?
En cuestión económica, es una tarea pendiente igualar el salario entre hombres y mujeres pues nuestros ingresos son 34.85% inferiores al de los hombres. Esto se llama violencia económica. Además, resulta que 6 de cada 10 mujeres, de los 15 años en adelante, hemos sufrido al menos un tipo de violencia por el simple hecho de ser mujeres. Y respecto a la pregunta de la violencia doméstica, en lo que va del 2024, el Sistema del Secretariado Ejecutivo reporta un promedio de 296.7 llamadas al 911 por violencia en el hogar. Pero desmenuzando la, de por sí, alarmante cifra, di con que tan solo en el estado de Sonora se han reportado 1,009.9 llamadas, en Quintana Roo van 945.5 y en Colima 874.6; cifras muy alejadas del promedio nacional.
A lo anterior me parece pertinente hacer en este momento una breve acotación: los datos deben leerse con detenimiento. Por eso expongo que hay estados donde la cifra es abismalmente mayor a otros, y por eso el promedio es, en comparación, tan bajo. Otro dato con el que algunos (sí, algunos con “o”) han querido manipular y generar terror es con el – siempre doloroso- índice de feminicidios, el cual pocos (sí, pocos con “o”) informan que disminuyó en el sexenio pasado. En el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, la tasa de feminicidio disminuyó un 25%. El reto sigue siendo grande.
Todas estas preguntas y sus respuestas me llevaron a cuestionarme: ¿qué cambia con una mujer presidenta? Pues Claudia Sheinbaum Pardo es la primera mujer que gobierna nuestro país y algo tendrá de diferente que una persona que forma parte del 51.7% de la población en México, sea quien dirija los rumbos de este lugar en el que nos tocó vivir. Fue así que recordé que en algún momento hizo un llamado para que se le nombrara como lo que es: presidenta con “a”. Y no sé tú, lector o lectora, pero para mí esto ya fue un cambio drástico, pues jamás habíamos visto a una mujer en esa posición sintiéndose orgullosa de serlo. Y fuera de lo que algunos podrán llamar como “retórica”, una propuesta sustancial de esta nueva era, me parece, es la consolidación de un Sistema Nacional de Cuidados. Los cuidados y el trabajo, esa chamba que todas hacemos y nadie reconoce. Regresemos a lo numérico.
Para 2022, el trabajo de cuidados representó 7.2 billones de pesos, lo que equivale al 24.3% del PIB nacional. Un cuarto de todos los bienes y, en este caso, servicios (no remunerados en su mayoría) que produjo la nación, fueron de cuidados; trabajo del hogar; en otras palabras: cuidar a las y los hijos, cuidar del marido, cuidar de las personas de la tercera edad que habitan en el hogar; fregar los platos, barrer el piso; cocinar el desayuno, comida y cena, comprar la despensa, lavar la ropa y una lista de tareas que tan solo pensarlas cansa, y con solo escribirlas, me dejaron exhausta. Estoy segura de que a todas las lectoras también, porque en México el 75.1% de las tareas de cuidado son realizadas por mujeres. ¡Y cómo no terminar cansadas si en promedio dedicamos al día 6 horas a las tareas del hogar!
Algo que me parece reinteresante es la oposición a esta enormísima propuesta y la facilidad con la que algunos (sí, hombres) se oponen a dignificar la vida de las mujeres, la audacia de negarse a que todas contemos con esa habitación propia, pues como decía Woolf: cuando alguien se siente amenazado, aunque sea por un puñado de mujeres con gorritos negros, ese alguien se venga de una manera un tanto excesiva, si nunca se ha sentido amenazado anteriormente. ¿Y qué les queda? Burlarse de la presidenta reduciéndola a “una títere de su antecesor” y juzgarla por tener (en apariencia, porque en realidad no sabemos) un carácter “duro”. Ante esto último yo diría “y pues cómo no tenerlo” si en este mundo hay que ser valiente para enfrentarse a toda clase de violencia y es que la resistencia es inherente a la esperanza. Quien no confía en un porvenir mejor pierde perspectiva. Y yo creo que ella la tiene.
Es por todo lo anterior que las propuestas de crear una nueva Secretaría de las Mujeres, fomentar la autonomía económica de las adultas mayores, proveer de servicios públicos y gratuitos de cuidados, incentivar el desarrollo educativo de las niñas y adolescentas, NOMBRARNOS PARA RECONOCERNOS; me parecen nada más y nada menos que el simple resultado de la revolución de conciencias, pues las grandes conmociones ameritan, exigen, un procesamiento anímico y racional.
Para este punto y con el objetivo de ahondar en el tema, fomenté un diálogo entre dos autoras, Beatriz y Virginia, con la finalidad de hacer eco de las respuestas ante tantas intrigas que me genera este nuevo tiempo de mujeres. Y en algo coinciden ambas: el silencio. Vale la pena tomarse un minuto para pensar que para llegar a este punto, 2024, México gobernado por una mujer, una mujer presidenta; hubo un sinfín de mujeres con nombre, sin nombre, con seudónimo o anónimo, que entregaron su vida para este escenario histórico, pese al bullicio y muchas veces en silencio. Es menester, si no es posible nombrarlas, al menos pensarlas y darnos a la tarea de darles vida en el quehacer cotidiano de construir una realidad distinta; porque esa mujer o mujeres orilladas al silencio viven en vosotras y en mí, y en muchas otras mujeres que no se encuentran aquí esta noche, porque están lavando los platos y acostando a los niños. Pero vive. Porque los grandes poetas nunca mueren; son presencias eternas; solo necesitan la oportunidad de andar entre nosotros como personas de carne y hueso. Porque, a pesar de haber sido acalladas por sus ideas o acciones transformadoras, su silencio es altamente expresivo y por ello es, a todas luces, subversivo, distópico, revolucionario.
A finales de 2023 se nos fue Cristina Pacheco, quien decía de la Ciudad de México: “aquí nos tocó vivir”. La parafraseo diciendo “así nos tocó vivir” porque no encuentro otra forma de expresar la historia que sucede ante mis (y nuestros) ojos. Así nos tocó vivir; en un momento en el que las niñas pueden soñar con ser astronautas o presidentas porque ambas existen. Así nos tocó vivir; edificando una nueva modernidad en donde por el bien de todos, primero la pobres. Así nos tocó vivir; porque, pese al machismo enquistado en algunas mentecillas, vivimos con la ferviente esperanza de que ese esfuerzo, aún en la pobreza y en el anonimato, bien merece la pena cuando se tiene fe en la causa por la que se lucha. Así nos tocó vivir; en un país que, aunque el consenso y el disenso van y vienen porque las circunstancias cambian, se llegó al común acuerdo de que una mujer ecabece los rumbos de la nación. Así nos tocó vivir; en un México con su primera mujer presidenta, sí, con “a”.