La política mexicana vuelve a sacudirse con los ecos de un pasado que se niega a morir. La reciente filtración de audios que presuntamente vinculan a Nilda Patricia Velasco, esposa del expresidente Ernesto Zedillo, con líderes del Cártel de Colima, revive una vieja y turbia historia de poder, crimen y silencios incómodos.
Las grabaciones, dadas a conocer por César Gutiérrez Priego —hijo del general Jesús Gutiérrez Rebollo, aquel militar caído en desgracia por supuestos vínculos con el narcotráfico— datan de 1996 y, según él, revelan conversaciones entre Velasco y miembros del crimen organizado. Asegura que su padre grabó las llamadas durante una investigación y que, al tratar de denunciar, fue arrestado por órdenes directas del entonces presidente.
En los audios se escucha a una mujer, a quien Gutiérrez identifica como “La Tía”, hablar de operaciones logísticas y financieras del narco, con menciones a personajes como “El Kilo” y “El Gordo”, así como detalles sobre envíos a Tijuana. Incluso, aparece el nombre de Paco Stanley, otra figura polémica de esa época.
Lo más inquietante es el silencio actual. Ni Zedillo ni su familia han emitido comentarios, mientras que las autoridades tampoco han confirmado la autenticidad del material. Pero la sola existencia de estas grabaciones vuelve a abrir una herida nunca cerrada: la posible connivencia entre el poder político y el crimen organizado.
En medio del escándalo, Gutiérrez Priego también figura como candidato a la Suprema Corte de Justicia, lo que ensombrece aún más sus intenciones y genera dudas sobre el momento elegido para estas revelaciones.
Más allá de los protagonistas, este caso nos obliga a volver la mirada a la impunidad histórica de los altos círculos del poder. Porque los audios podrán ser viejos, pero las preguntas que plantean son, tristemente, tan actuales como siempre.
¿Quién custodia a los guardianes?